Los críticos de la globalización: Echándose la culpa en un mundo de problemas

Por Brink Lindsey

Los credenciales de Joseph Stiglitz para hablar sobre globalización no tienen igual. Es un hombre brillante, en la cúspide de su carrera, que recibió el Premio Nóbel de Economía en el 2001. Como presidente del Consejo de Asesores Económicos de Bill Clinton, y luego como economista en jefe del Banco Mundial, participó en los grandes dramas de política que dieron forma y sacudieron a la economía global en la década pasada.

Es precisamente esto lo que hace de "Globalization and Its Discontents" (Norton, 282 páginas, $24.95) un libro sumamente decepcionante. Stiglitz hace a un lado sus formidables habilidades analíticas y teje un cuento casi caricaturesco de "fundamentalismo de mercado" a rienda suelta. De acuerdo con Stiglitz, prácticamente todas las penas del mundo han sido causadas o agravadas por fanatismo del libre mercado. La creciente pobreza en África, la crisis asiática, la malograda transición de Rusia del comunismo, y el colapso de la economía Argentina podrían ser ejemplos, según Stiglitz,  de lo que sucede cuando los ideólogos de laissez-faire se salen con la suya.

El malo de la película en el libro es el Fondo Monetario Internacional, institución hermana del Banco Mundial, y jugador central en las crisis financieras que han convulsionado los mercados globales en años recientes; y este sentimiento está bien fundado, pues las intervenciones del FMI han sido simplemente catastróficas. Stiglitz critica con razón al FMI por sus erróneas políticas económicas-en particular por promover altos incrementos a las tasas impositivas durante las desaceleraciones económicas. La obsesión del FMI con los presupuestos equilibrados a toda costa, y su defensa de tipos de cambio indefendibles, han agudizado y prolongado el sufrimiento de las naciones que siguen sus consejos.

Sin embargo, Stiglitz se equivoca al afirmar que la intervención del FMI tiene algo que ver con el libre mercado. Refiriéndose al FMI, escribe que "su posición se basaba en una ideología-fundamentalismo de mercado-que requería poca, si es que alguna, consideración de las circunstancias particulares y problemas inmediatos de un país". Por ejemplo, "tasas de interés altas hoy pueden llevar a hambruna, pero la eficiencia del mercado requiere de mercados libres y eventualmente, la eficiencia lleva al crecimiento, lo cual beneficia a todos".

Esto es tan equivocado que raya en lo absurdo. Sin duda, Stiglitz se da cuenta de que los defensores del libre mercado están denunciando casi de manera unánime al FMI: Milton Friedman, y muchos, muchos, otros autores y pensadores han hecho un llamado para que sea abolido, mientras que la Comisión Meltzer, apoyada por los Republicanos, recomendó una revisión mayor.

Desde la perspectiva de mercado, las recomendaciones específicas del FMI-a veces sensibles y a veces gravemente descabelladas-son secundarias. El mayor peligro está en el "riesgo moral": los perversos incentivos creados por el FMI para los prestamistas y prestatarios internacionales. Columpiándose sobre esos incentivos, los gobiernos nacionales persisten en políticas irresponsables mientras que los acreedores internacionales subestiman los riesgos. En consecuencia, tanto los booms como las caídas se exageran hasta tener efectos devastadores.

Stiglitz no menciona esto. No hay nada en su libro que indique siquiera el menor indicio de los profundos desacuerdos entre los "discípulos de Milton Friedman", como él los llama, y los economistas del Fondo. Esos desacuerdos no encajaban con los argumentos de Stiglitz y, aparentemente, optó por dejarlos fuera.

Pero esto no es lo único que quedó fuera. El recuento de Stiglitz de la crisis asiática de 1997-1998 pone la culpa exclusivamente sobre la liberalización apoyada por el FMI de los mercados de capital. Y es que si bien es cierto que los influjos de capital que se hicieron posibles gracias a la liberación ayudaron a sentar la escena para la crisis, esto fue porque se llevaron a cabo bajo tipos de cambio irreales. Todas las desastrosas crisis financieras de los 1990-en México, Brasil y Rusia, así como Asia Oriental-ocurrieron porque tipos de cambio fijados artificialmente explotaron sobre la presión de movimientos de capital. Pero Stiglitz no dice ni una palabra sobre las políticas cambiarias en su presentación de la crisis asiática.

De manera similar, señala que la transición rusa salió mal debido a privatizaciones y liberalizaciones de precios precipitadas. Argumenta que el desempeño superior de China y Polonia demuestra que el "gradualismo" pragmático funciona mejor que la "terapia de shock" ideológica. Por supuesto que opta por no hablar de los malos desempeños de otros "gradualistas" como Rumania, Ucrania, Bielorrusia, y la mayor parte de las republicas centroasiáticas. Tampoco admite la maneras en que las historias de éxito post-comunistas como Polonia, Hungría y Estonia han sobrepasado a Rusia en materia de reformas pro-mercado.

La retórica sobre-calentada del libro tampoco ayuda. Quienes disienten con Stiglitz acerca de Rusia son tachados de promotores de un "acercamiento Bolchevique" a la reforma de mercado. En otro lugar, escribe: "La globalización, en la manera en que ha sido promovida, suele reemplazar las antiguas dictaduras de elites nacionales con nuevas dictaduras de finanzas internacionales". Esta clase de alegaciones baratas no cuadra con la preferencia que Stiglitz dice tener por la "ciencia" económica desapasionada sobre la ideología.

Hay mucho acerca de la globalización hasta ahora que causa descontento. A pesar del desmantelamiento de los controles estatales y de la expansión de los mercados, el progreso económico duradero sigue sin llegar a la mayor parte de los países. Se necesita una sobria reevaluación-para reajustar las políticas a la luz de experiencias amargas. Las caricaturescas presentaciones de "Globalization and Its Discontents" no responden a esa necesidad.

Este artículo fue publicado originalmente en el Wall Street Journal, el 30 de mayo de 2002.