Los costos de la guerra

por Roberto Salinas-León

Roberto Salinas León es presidente del Mexico Business Forum.

Se ha vuelto muy popular decir que la intervención militar en Irak obedece a una estrategia económica, ya sea para asegurar abasto petrolero, o para reactivar una economía letárgica, que no da muestras definidas de mayor crecimiento en el largo plazo. La segunda idea es popular, pero descansa en la falacia que para reconstruir, primero hay que destruir.

Por Roberto Salinas-León

Se ha vuelto muy popular decir que la intervención militar en Irak obedece a una estrategia económica, ya sea para asegurar abasto petrolero, o para reactivar una economía letárgica, que no da muestras definidas de mayor crecimiento en el largo plazo. La segunda idea es popular, pero descansa en la falacia que para reconstruir, primero hay que destruir.

Los costos económicos de la guerra, suponiendo que el ataque estadounidense sea de corta duración, se estiman en aproximadamente 0.5% a 1% del ingreso nacional de Estados Unidos. Este costo es comparativamente bajo a otros episodios bélicos, sobre todo durante la Segunda Guerra Mundial, donde el costo fue del 130% del ingreso nacional. El costo, en términos económicos, se tiene que medir no tan solo en términos financieros, sino de la ola de incertidumbre que dicha intervención generará.

Si la guerra se convierte en una “confrontación de civilizaciones,” el estancamiento económico mundial sin duda se prolongará mucho más allá de los cálculos que se manejan en la actualidad. Pero la idea que la guerra le conviene a los estadounidenses, por que con ello pueden estimular su actividad económica, es una ilusión. En su caso, lo que se da es una enorme transferencia de recursos de unos sectores a otros, o el crecimiento de sectores, a costa de la inversión en otros. El costo de oportunidad por mucho supera la supuesta ganancia económica en el sector, digamos, de defensa y armamento.

Esta idea es una versión de la economía del “bache,” tan popular en América Latina en décadas pasadas, y construcciones recientes. Esta es la proposición que para crear empleo y generar demanda, se deben autorizar proyectos de construcción, de infraestructura, o de sectores con mano de obra intensiva, independientemente de si son rentables, u obedecen a un criterio de costo-beneficio. Es una versión primitiva del populismo presupuestal, de utilizar recursos del erario público como instrumento de expansión económica.

El periodista francés del siglo diecinueve, Frédéric Bastiat, denominó esta idea la falacia de las ventanas rotas. Si un gobierno decide, como acto de política económica, romper todas las ventanas de una ciudad, las industrias del vidrio y la construcción se verían beneficiados. Asimismo, se crearían nuevos empleos. Pero el precio de esta medida lo pagarían otros, ya sea a través de impuestos o transferencias de recursos.

En el caso del actual conflicto bélico, el crecimiento derivado no añadiría mayor valor. Sería un incremento numérico, pero no de mayor nivel de vida. El estímulo se daría por motivo de la necesidad de recomponer una parte de la riqueza perdida, recursos que podrían encontrar otro destino, incluso más rentable en general.

La inversión destinada a reparar las ventanas rotas, o en este casoreactivar por medio de una expansión en el gasto público estadounidense, es inversión que se pudo haber destinado a otras áreas de la economía, en función de valor agregado, no de recomponer un valor extraviado. Una inversión canalizada a los actos presentes se deja de invertir en oportunidades nuevas de crecimiento, bajo condiciones normales. Los estímulos fiscales, sobre la base de la generación de un déficit presupuestal, generan un proceso de “crowding out,” es decir, de recursos disponibles que acaban destinándose a un acto específico, no en función los criterios de oferta y demanda.

Una economía nunca se fortalece sobre la destrucción de activos. Se pierde tiempo, oportunidad, y vida humana.