Los costos de la guerra

Por Steve H. Hanke

Estados Unidos está envuelto en lo que será, en palabras de su comandante en jefe, "una prolongada guerra, un tipo de guerra diferente, peleada en muchos frentes en muchos lugares". La guerra contra el terrorismo es una empresa nacional extraordinaria debido a que, entre otras cosas, su escala, alcance y duración no están definidos. Añada a eso las situaciones confusas creadas por las primeras batallas de la guerra en Irak, así como en Afganistán, y uno obtiene un escenario complicado.

Con el fin de despejar la confusión, necesitamos usar una perspectiva histórica. La historia nos dice que grupos de presión oportunistas explotan las guerras, las depresiones económicas y otras crisis. Se aprueban leyes, se crean ministerios, se expanden presupuestos, se imponen nuevos tributos y la inflación eventualmente se dispara. En la mayoría de los casos, lo que fue anunciado como "temporal" se convierte en permanente.

Tomemos la Gran Depresión. Los grupos de presión agrícolas, habiendo buscado sin éxito subsidios durante décadas, se aprovecharon de la crisis para obtener un inmenso paquete de rescate, La Ley de Ajuste Agrícola, cuyo propósito declarado era el de ser "una ley para el alivio de una emergencia nacional existente". Setenta años después la emergencia todavía está con nosotros y los agricultores están siendo fertilizados por el Tesoro de Estados Unidos. Las negociaciones comerciales de Cancún colapsaron precisamente porque Estados Unidos (y Europa) no estaban dispuestos a sacrificar sus subsidios agrícolas.

Pero no hay nada como una guerra para crear oportunidades en Washington. Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el gobierno absorbió casi la mitad de la producción económica del país, todos los grupos de presión que existían intentaron echar mano a un enorme presupuesto federal. Incluso agencias que no tenían mucho que ver con la guerra, como el Departamento del Interior, afirmaron estar haciendo una "labor de guerra esencial" y por lo tanto tenían derecho a presupuestos más grandes y a más personal.

No es de sorprender que la guerra contra el terrorismo no haya tomado fuera de guardia a los buscadores de rentas de Washington. El último llamado a las armas les ha dado nuevas oportunidades a una multitud de oportunistas. Sus propuestas van desde un rescate financiero a las aerolíneas hasta nacionalizar la producción de vacunas. La guerra también le ha dado un fuerte espaldarazo a lo que se ha convertido rápidamente en una ubicua industria de seguridad.

Los efectos sobre el gasto federal, los cuales han pasado ampliamente desapercibidos, son impactantes. El incremento anual en el gasto federal real bajo la actual administración Bush es del 5.5%, y ese porcentaje no incluye la partida suplementaria de $87.000 millones para Irak. Para poner en perspectiva esa tasa de crecimiento, el crecimiento anual del gasto federal real durante la era de despilfarro de Vietnam y la Gran Sociedad en las administraciones Kennedy-Johnson fue del 4.8%.

Si esto no le preocupa, tome nota que el crecimiento en el gasto discrecional real-el tipo de gasto sobre el cual el presidente Bush ha mostrado un mayor control-se ha disparado un 9.6% anual. Esa cifra habría sido más baja si el presidente Bush se hubiera molestado en aplicar su poder de veto en al menos una ley de gasto.

¿Qué hay de los impuestos? Sí, la administración Bush ha llevado a cabo recortes. Disfrútelos mientras pueda. Las guerras son caras y eventualmente hay que pagarlas. Y los grandes recortes en los impuestos son vulnerables a las triquiñuelas de Washington. Tan sólo echémosle un vistazo a lo que le sucedió a los recortes de impuestos del presidente Reagan en 1981. Menos de un año después el mismo Reagan firmó una ley que aumentó los impuestos en casi un 1% del PIB, lo cual fue el incremento de impuestos más grande en tiempos de paz en la historia de Estados Unidos. Y eso no fue todo. En cada año subsiguiente en la presidencia de Reagan, con la excepción de 1988, el Congreso aprobó aumentos de impuestos que fueron firmados por el presidente.

Los costos de la guerra son siempre los mismos: un Estado más obeso e intrometido y, sí, también más inflación. Los precios de los metales preciosos y otros productos básicos, un indicador tempranero de la inflación, ya están en una fase de alzada.

Enfrentados con estas perspectivas, ¿qué debería hacer un inversionista? Deshacerse de los bonos convencionales y posicionar el grueso de su carpeta de inversiones (65%) en bonos de gobierno protegidos de la inflación. La manera más fácil de hacer esto es a través de los fondos mutuales. Sólo el 15% debiera ser colocado en la bolsa de valores, un lugar riesgoso cuando los problemas están por llegar en el mercado de bonos (los no indexados). La forma más barata y segura de lograr esa exposición del 15% es con un fondo indexado o con una canasta de mercado intercambiable.

Eso deja un 20% de la carpeta de inversiones, y esta porción debería ser posicionada para sacar ganancias a partir del alza en los precios y un dólar volátil. Se puede poner la mitad-es decir, un 10% de su carpeta de inversiones-en productos básicos. No compre productores de artículos básicos (como compañías petroleras); sino que adquiera los artículos en sí mismos en el mercado de futuros. La otra mitad de esta asignación riesgosa debería estar en divisas. Futuros u opciones, como las que se comercian en el Chicago Mercantile Exchange, son la manera de hacerlo.

Este artículo fue publicado originalmente en la revista Forbes el 8 de diciembre del 2003.

Traducido por Juan Carlos Hidalgo para Cato Institute.