Los cómplices involuntarios del narcotráfico

Alfredo Bullard considera que "quienes defienden la criminalización de su comercialización (y peor aun, de su consumo) se vuelven cómplices involuntarios del narcotráfico y de todos sus males".

Por Alfredo Bullard

No consumo drogas. Desearía que la gente las deje de consumir. Pero creo que quienes defienden la criminalización de su comercialización (y peor aun, de su consumo) se vuelven cómplices involuntarios del narcotráfico y de todos sus males.

Hace unos días el propio Papa sostuvo que la liberalización no era una solución. En la columna vecina a esta, el sábado pasado, Martha Meier, calificando de sachaliberales a los defensores de la liberalización, apoyó la propuesta papal con mucho floro y ningún argumento.

La idea de combatir las drogas con criminalización se basa en una ilógica interpretación de la ley de la oferta y la demanda. En efecto, quienes sostienen esto caen en el error de pensar que —como cuando subes el precio de algo, su cantidad demandada cae— la clave para solucionar el problema de las drogas es encarecerlas. ¿Cómo? Poniendo penas más altas para quienes las comercialicen, pues de esta forma el mayor riesgo que enfrentan los comercializadores se trasladaría a los precios.

Pero es una visión muy miope; si penalizas el comercio de un producto con demanda inelástica, lo que tendrás es mayor actividad criminal. Y la droga es, precisamente, un producto inelástico: aunque suban los precios, quienes la consumen no estarán, en líneas generales, dispuestos a dejarla.

La pena que se quiere establecer, por otro lado, es un precio que no se paga siempre: solo vas a la cárcel si te agarran. Y quien desarrolla una actividad delictiva la organizará de aquella manera en la que reduzca la posibilidad de ser detectado, reduciendo el “precio” efectivo que pagará.

Douglass North (premio Nobel de Economía) y Roger LeRoy Miller demuestran la inutilidad de criminalizar la comercialización de drogas, sin floro y con argumentos.

Primero, sostienen que es más difícil pasar de contrabando un elefante que un ratón. Cuanto más grande sea lo que comercializas, más posible es que la policía te agarre. Y en la droga el valor no está en el volumen, sino en la potencia narcótica. Eso explica la tendencia a drogas cada vez más fuertes y adictivas que concentren en volúmenes pequeños mucha potencia narcótica, como la cocaína y las drogas sintéticas, mucho más dañinas (De hecho, fue lo mismo que sucedió en la época de la ley seca en EE.UU.: como era más fácil que el gobierno detecte una caja de cerveza que una botella de ron, se comenzó a comercializar destilados de alta graduación alcohólica y ya nadie vendía cerveza).

Segundo, si uno prohíbe una actividad, la priva del uso de instituciones que protegen las decisiones informadas de los consumidores, como las marcas. Un mercado ilegal no tiene marcas o las tiene muy débiles y fácilmente pirateables. Y sin marcas se pierde uno de los elementos centrales para asegurar calidad porque no es fácil identificar qué estoy comprando. Sin marcas protegidas tenemos drogas de peor calidad y por tanto más dañinas a la salud.

Finalmente, la declaración de ilegalidad de una actividad atrae a las personas con habilidades para delinquir. Durante la ley seca, Al Capone se dedicaba a la venta de alcohol. Cuando se levantó la prohibición, los gánsteres se dedicaron a otra cosa.

Si se legalizara la droga, como bien dijo Gerardo Solís hace unos años, Johnny Walker se dedicaría a ese negocio y Pablo Escobar se hubiera movido a otra actividad ilegal, como el secuestro o el asalto de bancos. Pablo Escobar no se dedicó al narcotráfico porque tuviera habilidades especiales para fabricar y comercializar droga, sino porque era hábil para delinquir. Atraer delincuentes a una actividad es exponer a los consumidores a proveedores sin escrúpulos y capaces de cualquier cosa por vender, lo que incluye sembrar adicción en los niños.

La prohibición nos trae drogas más potentes, consumidas en menos tiempo y de manera violenta, de mala calidad y fuerza a la vez a los consumidores a contratar con criminales. Por eso para criminalizar y comer pescado, hay que tener mucho cuidado.

Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 3 de agosto de 2013.