Los argumentos liberales a favor de la Unión Europea
Dalibor Rohac dice que "Considerando la importancia de la inmigración, es difícil imaginar que una ruptura de la UE preservaría el libre movimiento de personas a lo largo de Europa. También probablemente resultaría en una ola de proteccionismo y disrupción del comercio dentro de Europa".
Por Dalibor Rohac
Los partidarios de los mercados libres albergan una justificada desconfianza de la Unión Europea (UE). Yo, por ejemplo, he pasado una cantidad considerable de tiempo criticando su exceso de regulación, el riesgo moral que crea, el daño causado por la moneda común y por los fondos estructurales o la Política Agrícola Común. Como muchos, estoy convencido de que la UE es una organización profundamente defectuosa y que en gran medida merece muchas de las críticas que recibe por parte de los círculos pro-mercado. A un nivel más fundamental, también considero que la competencia institucional y el “voto con los pies de uno” es importante, y veo la “armonización” descuidada de los regímenes legales y regulatorios a lo largo del continente como algo extremadamente perjudicial. Sin embargo, ya no pienso, como lo pensé alguna vez, que la UE es la amenaza más grande para la libertad y la prosperidad en Europa. Tampoco creo que una salida de la UE —ya sea que salga el Reino Unido o algún otros país más pequeño de Europa Central, como mi país natal, Eslovaquia— haría de estos países, o del continente en general, un lugar más liberal. Si se fuese a dar una ruptura, esta probablemente empujaría a Europa hacia el nacionalismo y el proteccionismo, y desharía algunos de los beneficios reales de la integración europea.
Primero, sin importar lo que uno piense acerca de la UE, esta algunas veces ha sido una fuerza para el bien. Sería tonto dar por sentado el libre movimiento de bienes, capitales, personas y también —en un grado más limitado— de servicios. El proteccionismo virulento, no el libre comercio, ha sido la norma histórica. La segunda mitad del siglo diecinueve es muchas veces citada como un ejemplo que contradice esto, culminando en ‘la primera era de la globalización’. Pero uno no debería caer en el optimismo retrospectivo —debido a medidas tales como el arancel de ‘hierro y centeno’ de Alemania en 1879 y como el arancel Méline de Francia en 1892, la Europa de ese fin de siglo no era una zona de libre comercio. O, a modo de otro ejemplo, considere las economías en transición de Europa Central y Oriental. Sin importar si a uno le gusta o no la UE, el prospecto de membrecía fue claramente uno de los incentivos más importantes para realizar reformas económicas y políticas que de otra forma hubiesen sido muy difíciles.
Segundo, es útil mantener una perspectiva adecuada acerca de la magnitud del problema. El presupuesto anual de la UE equivale al 1% de su PIB. Incluso los fondos estructurales, a los que recientemente culpé del alza en la corrupción en algunos de los países de Europa Central y Oriental luego de haber ingresado a la UE, son relativamente modestos, llegando en su conjunto a alrededor de 4 por ciento del PIB de la UE.
Lo que con justa razón molesta a los críticos de la UE no es el tamaño absoluto del gasto sino más bien su naturaleza despilfarradora. A lo largo del periodo de 2014-2020 la UE está planeando gastar 312.000 millones de euros en subsidios agrícolas. Y el lado no fiscal de la UE, específicamente las innecesarias tramitología y regulaciones que genera cada año, es un problema mucho más grande. Esto por supuesto tiene que ver con la falta de rendición de cuentas por parte de los burócratas en Bruselas y con su creencia de que por cada problema europeo hay una solución uniforme para toda Europa.
Todas estas son críticas válidas. No obstante, parece raro pensar que la UE está actuando como una fuerza externa y exógena que está arrojando legislación mala sobre unos estados miembros distraídos. Después de todo, el Consejo Europeo, compuesto por los representantes de los gobiernos nacionales, es una parte integral del proceso legislativo. En tan solo unas pocas áreas, en las cuales dichos poderes han sido explícitamente delegados por el Consejo, puede la Comisión Europea (ese cuerpo burocrático, gris, anónimo y libre de rendir cuentas) actuar por sí sola.
Los grupos euroescépticos tienen la razón al señalar que gran parte de la legislación adoptada a lo largo de los países de la UE se origina en Bruselas —así como también pasa con una porción dominante de la carga regulatoria a la que se enfrentan los negocios europeos. Sin embargo, esa es una reflexión no solo acerca de las estructuras institucionales —que hacen que sea más probable la adopción de legislación mala a nivel de la UE— sino también, de manera apartada, acerca de un clima intelectual que ve a todos los problemas humanos como algo que puede ser mejorado con acción legislativa, sin importar sus costos y beneficios. Parece posible que la mala legislación europea está actuando en parte como un sustituto de la mala legislación doméstica. Esto no mejora la situación, por supuesto, pero debería despertar la duda acerca de la noción de que, si no fuese por la UE, los políticos nacionales estuviesen adoptando políticas considerablemente mejores.
La UE muchas veces actúa de maneras que son contrarias a la libertad y a la prosperidad. Pero también lo hacen así organizaciones, grupos y movimientos políticos y necesitamos colocar en perspectiva esto para identificar nuestros enemigos claves. En mi caso, estoy mucho más preocupado del auge de la neo-reacción en Europa, de las ambiciones imperiales de Vladimir Putin en el vecindario muy cercano a la UE, de los lazos que conectan al régimen del Kremlin con los populistas nacionalistas de la UE, y del daño que estos puedan generar si llegasen al poder. Estas no son amenazas puramente abstractas. En Hungría, Viktor Orban —que quiere crear una alternativa húngara a la democracia liberal, inspirada en Rusia y China— ya nacionalizó el sistema de pensiones, llenó la junta del banco central con sus compadres políticos, y ayudó a que un ex neonazi sea electo como sub-director del Parlamento de Hungría.
Uno podría decir que la elección entre Orban o Putin por un lado y Jean-Claude Juncker por el otro es una disyuntiva falsa. De hecho, he argumentado que el actual populismo anti-UE es en gran medida una reacción a las políticas drásticas y a la catastrófica respuesta de los líderes europeos a la crisis financiera de 2008, que condujo a una recesión de seis años en Grecia. El continente necesita una alternativa intelectual contundente a la manera en que la UE está siendo gobernada actualmente, considerando la importancia de la competencia institucional y tratando de limitar los poderes arbitrarios ejercidos por burócratas que no son electos (o por falsos cuerpos parlamentarios). Sin embargo, tal alternativa no vendrá de la derecha populista de Europa. Mientras tanto, dando por sentado el clima intelectual predominante, todavía podemos encontrarnos ante la desagradable disyuntiva de un nacionalismo virulento y una UE defectuosa.
Una razón por la cual no es fácil describir el verdadero ejemplo contrario a la membrecía de la UE proviene del famoso estudio de Richard Lipsey y Kelvin Lancaster, delineando la idea de ‘la segunda mejor opción’, publicado en 1956 en Review of Economic Studies. Su idea, en términos simples, es que en un mundo con múltiples distorsiones, está lejos de ser obvio que remover una de estas distorsiones por si sola (por ejemplo la membrecía de la UE) nos acercará al estado deseado de las cosas así como también es posible que otras distorsiones (por ejemplo, el nacionalismo baladí) puedan entonces volverse ‘ataduras’.
Si esto suena como algo muy general, considere las probables dinámicas de una ruptura de la UE. Primero, es poco probable que provenga de los críticos de la UE que son partidarios del mercado, tales como Richard Sulik en Eslovaquia o la Alternativa para Alemania —quienes ni siquiera están pidiendo una salida— sino más bien de la mano de políticos como Marine Le Pen, Geert Wilders u Orban, quienes combinan de manera hábil la retórica euro-escéptica (que puede que suene liberal así como también puede que no) con una adherencia al nacionalismo y al alarmismo anti-inmigración.
Considerando la importancia de la inmigración, es difícil imaginar que una ruptura de la UE preservaría el libre movimiento de personas a lo largo de Europa. También probablemente resultaría en una ola de proteccionismo y disrupción del comercio dentro de Europa. La posibilidad de un repentino desmantelamiento de las normas de la UE y de sus regulaciones sería la oportunidad perfecta para que los lobbies y los buscadores de rentas en países europeos surjan y clamen por privilegios especiales, subsidios, aranceles, o cuotas para protegerse de la competencia europea.
Cierto, todo esto es solo una especulación. Puede ser que la ruptura sea perfectamente amigable, como sucedió en el caso de Checoslovaquia en 1992, que resultó en un continente libre y económicamente integrado, simplemente liberado de la carga burocrática de Bruselas. Tal vez los países individuales serían capaces de salirse del Euro sin desatar una crisis financiera importante. Pero tal vez no. No olvidemos que los euro-escépticos pro-mercado no pueden escoger el tipo de ruptura que quieren. De modo que si hay un riesgo considerable de que las cosas se puedan complicar, ¿qué tan sabio sería tratar de convertirse en un porrista del desmantelamiento de la UE?
Los problemas económicos y políticos de Europa —y la peligrosa respuesta populista que estos provocan— son en gran medida auto-infligidos. También hay un riesgo menor de continuar con el status quo. Pero en lugar de alimentar la fantasía de que la vida es mejor fuera de la UE, es más práctico tratar de convencer a los demás europeos de que la UE necesita trasladar su enfoque del gasto derrochador y el exceso de regulación hacia proveer verdaderos beneficios para toda Europa: el mercado común, el libre movimiento de personas, bienes, capital, y un verdadero mercado de servicios. Para salir de su actual crisis y para prevenir unas nuevas, la UE necesita aprender a administrar la moneda común y prevenir la irresponsabilidad fiscal crónica de sus estados miembros. Y luego de la guerra de Rusia en contra de Ucrania, también hay un argumento sólido a favor de una política exterior y de seguridad común para Europa, en lugar de una simple dependencia de la voluntad de EE.UU. de vigilar nuestro vecindario.
El continente claramente necesita una masiva desregulación al estilo de la década de los setenta, así como también garantías institucionales más sólidas en contra del crecimiento ilimitado de las normas económicamente destructivas en el futuro. Tales garantías podrían incluir el fortalecimiento del papel que juega el Consejo Europeo y el retorno a la votación por unanimidad sobre cuestiones importantes de política económica.
A menos que más europeos se convenzan de las virtudes de los mercados libres y del gobierno limitado, está lejos de ser obvio que la UE triunfará en abordar estos asuntos. Aún así, en ese caso, es igual de poco probable que una salida generaría un resultado que agrade a los liberales. Como sea que resulte, vale la pena tener en cuenta que, con todos los defectos en diseño y ejecución que tiene el proyecto europeo, los europeos han estado gozando de un periodo de paz, prosperidad y libertad sin precedentes. Sería una pena que llegase a su fin.
Este artículo fue publicado originalmente en Reason.com el 9 de septiembre de 2014.