Lo absurdo del boicot al vino

Por Alan Reynolds

Con un apellido como Reynolds naturalmente espero más bromas sobre los franceses en mi correo electrónico que mi colega Veronique de Rugy.

Aún así, para el récord, mi abuela Rosine Chable era francesa. Y Reynolds es usualmente irlandés. Eso ciertamente no evita que yo pueda disfrutar un buen chiste sobre franceses o irlandeses, pero a veces me pregunto si la cruzada a favor de boicotear el vino francés es tan solo una mala broma. Habrá ganadores y perdedores de dicho boicot, pero entre los perdedores no estarán los consumidores galos o el gobierno de París. Entender esto representa un ejemplo interesante de por qué las emociones no deben sustituir a la economía.

Aproximadamente un 40% de los estadounidenses afirman que ellos favorecen boicotear productos franceses, y dicho impulso es invariablemente trasladado al vino y al queso. Aún cuando los norteamericanos vuelan alrededor del mundo en Airbus, parece que no pueden imaginarse a la quinta economía industrial más grande del planeta produciendo otra cosa que no sea vino y queso.

El principal producto de Francia es un gobierno inflado, pero Estados Unidos ya tiene suficiente de eso y ciertamente no necesitamos importar más. El vino representa un poco menos del 3% de nuestras importaciones de Francia, el resto es principalmente productos industriales como químicos y otros.

Es fácil ver el atractivo de boicotear el vino francés. Suena como a hacer algo mientras no se hace nada. Después de todo, ¿qué tanto sacrificio personal representa sustituir un Sancerre francés por un sauvignon blanco de Nueva Zelanda? Pero los efectos reales de dicho boicot—quien gana y quien pierde—serían totalmente diferentes a los que sus proponentes asumen, aún sin tomar en consideración una represalia (por ejemplo, los europeos han estado boicoteando el mercado de valores estadounidense últimamente).

Las tiendas vinícolas han estado promocionando recientemente el recién llegado Bourdeaux cosecha 2000. Supongamos que un 40% de los consumidores de vino estadounidenses se niegan a comprar ese Bourdeax—¿qué pasaría luego? El boicot obviamente no reduciría la oferta, porque como todo buen vino tinto, éste fue producido hace algunos años. No veo por qué alguien castigaría financieramente a vinicultores particulares, pero el boicot podría fracasar aún en lograr ese dudoso objetivo. La razón es obvia: Cualquier vino que uno vea en tiendas estadounidenses ya ha sido comprado y pagado por distribuidores y detallistas norteamericanos. Los franceses tienen nuestro dinero, y nosotros su vino. Aquellos verdaderamente amenazados por un boicot, al menos en el futuro cercano, son los mercaderes de vino estadounidenses.

La oferta mundial de vino francés es relativamente fija en el corto plazo debido a que el flujo mensual de nuevos vinos es mucho menor que el inmenso inventario de vinos viejos (especialmente tintos). Reducir la demanda mediante un boicot en tiendas estadounidenses tendría poco efecto en las ventas—el mejor vino francés ya ha sido vendido—pero podría tener un significativo impacto negativo en el precio. Eso sería muy malas noticias para los mercaderes vinícolas estadounidenses, quienes podrían tener que vender el vino por menos de lo que pagaron.

También serían malas noticias para los productores de vino norteamericanos. Aún cuando algunos de los que boicotean cambiarían de vino francés a californiano, los vinicultores de California todavía tendrían que recortar los precios para igualar a los precios artificialmente bajos de los vinos franceses, o en su lugar, perder parte del mercado con Australia, Nueva Zelanda y Chile.

Cuando se trata de boicotear al vino francés, son los mercaderes y los productores vinícolas estadounidenses los que serían los perdedores primarios e inmediatos—víctimas de la reducción en el precio de sus inventarios de vino francés causada por el boicot. También habrá ganadores de dicha medida, pero esa es otra razón para pensarlo dos veces.

El abaratamiento del vino francés producto del boicot sería un regalo para los tomadores de vino que no participan de dicha medida. Los beneficiarios incluirían casi todos los consumidores en Francia y Alemania, incluyendo a sus líderes políticos.

Si el boicot durara por mucho tiempo, lo que es muy improbable, entonces podría empezar a afectar las órdenes para las entregas futuras de vino galo. Pero los precios temporalmente deprimidos también harían menos rentable para los franceses y otros el producir la misma cantidad de vino, y esa oferta reducida incrementaría eventualmente los precios.

Tan perverso como un boicot al vino francés pudiera ser, las protestas estadounidenses contra la política exterior de Francia son todavía más absurdas. Un grupo de norteamericanos molestos atrajo las cámaras de televisión al destruir un carro francés viejo, un Peugeot. Alguien obvió notar que Peugeot, Citroen y Renault ya no venden carros en este país. Destruir un carro viejo tiene tan poco sentido como hacer pedazos una pieza de mueblería francesa antigua. Y fue tan eficaz como renombrar las papas a la francesa como "pom frit."

Luego de la destrucción sin sentido del Peugeot, el dueño de un restaurante estadounidense hizo noticia al hacer una "fiesta de derramamiento," donde la gente se reunió para derramar vino francés en una alcantarilla. Ha habido pocas muestras públicas similares de analfabetismo económico. ¿A quién se supone que se va a perjudicar con desperdiciar vino? Ciertamente no al gobierno de Francia. Cualquier vino francés disponible para ser derramado en la alcantarilla ha sido ya pagado por algún estadounidense. Destruir el vino luego de haberlo pagado no perjudica al vendedor francés, sino al comprador norteamericano. Si miles de fiestas de derramamiento pudieran destruir suficiente vino galo, la reducida oferta podría aumentar los precios del líquido. Dichos precios altos, por supuesto, afectarían a los consumidores estadounidenses y beneficiarían a los productores franceses.

No entiendo cómo la gente se las ingenia para enojarse con una nación entera, y particularmente con uno de los muchos países oponiéndose a la guerra en Irak (si los alemanes tuvieran poder de veto en la ONU, ¿no creen que lo hubieran usado?). Muchos estadounidenses que son grandes aficionados del presidente Bush se han preocupado, al igual que los franceses, que éste haya cometido un gran error al entrar en un horrible conflicto militar. Si la guerra sale bien, los escépticos norteamericanos y el gobierno de Francia terminarán viéndose muy tímidos y un poco imprudentes. Ya que aquellos que proponen el boicot al vino francés afirman estar totalmente seguros de que la guerra será un éxito, no necesitan hacer nada más que sentarse y esperar por la oportunidad de decir, "Se los dije."

Al menos que los proponentes del boicot tengan algún resentimiento oculto hacia los mercaderes vinícolas de Estados Unidos, amenazar con deprimir el precio del vino francés es una manera extremadamente inefectiva de alcanzar un objetivo sin explicar.