Lloren por Argentina
Por Alan Reynolds
A principios de año la mayoría de los economistas internacionales estaban confidentemente de acuerdo en que Argentina se encontraba en recesión debido a la falta de competitividad de sus exportaciones, como consecuencia del tipo de cambio fijo entre el peso y el dólar. En declaraciones a reporteros, quienes de hecho disfrutan de las reuniones sociales del Fondo Monetario Internacional decían que Argentina debía de retractarse del compromiso que por una década mantuvo de entregar un dólar por cada peso, y que simplemente dejaran que éste "flotara" (que se hundiera).
Argentina, para apaciguar al FMI, se tragó el consejo y ahora los pesos valen aproximadamente un quarter (moneda de 25¢ de dólar); pero el gobierno cerró los bancos, de manera que la gente que depositó dólares no puede ni siquiera sacar quarters. En un país donde los "quince minutos de fama" se han traducido en ser presidente o ministro de economía, esto se ve muy riesgoso. La bolsa de valores también se cerró, luego de que perdiera más de la mitad de su valor, la tasa de desempleo está cerca del 25 por ciento-como en el peor año de la Gran Depresión de los 1930-y la mitad de la población vive en la pobreza. Experimentar con malas teorías económicas puede ser tan peligroso como jugar con bombas.
Los economistas son un grupo controversial, por lo que debimos ser cuidadosos cuando tantos estuvieron de acuerdo en que Argentina necesitaba dinero inseguro. El consenso es muy a menudo un substituto confortante para el sentido común.
¿Cómo pudo la falta de competitividad de las exportaciones causar la recesión argentina si éstas sólo conforman el 9 por ciento de la economía, cuando crecieron un 11 por ciento el año pasado y cuando el superávit comercial del 2001 fue el más alto en diez años?
¿Qué tan terrible puede ser atarse al dólar si EE.UU., China y Hong Kong también lo están?
¿Desde cuando una moneda débil da como resultado una economía fuerte? Turquía, otra víctima sobre gravada por más de una docena de programas Fondo Monetaristas ha sido un pupilo entusiasta de la escuela de la devaluación. Se necesita más de 1.3 millones de liras turcas para comprar un dólar, y sin embargo la economía turca, como la argentina, se contrajo por más de un diez por ciento el año pasado y Turquía además tuvo que hacer frente a una inflación del 65 por ciento.
Aquellos que habitualmente favorecen impuestos fuertes y monedas débiles no pueden explicar por qué Argentina experimentó una mejora milagrosa después de que el peso fuese atado al dólar en 1991 y que la tasa más alta del Impuesto Sobre la Renta (ISR)se redujera de 45 a 30 por ciento. La economía creció un 6 por ciento por año de 1991 a 1998, y la inflación que llegara a 3000 por ciento en 1989 fue cero durante los últimos seis años. Ahora el FMI predice, de modo muy optimista, una inflación del 30 por ciento.
La mayor parte de los mercados emergentes, incluyendo a Argentina, sufrieron fugas de capitales en 1998 y 1999, debido a las traumáticas devaluaciones en Asia, Rusia y Brasil; pero a diferencia de Rusia, que revivió su economía con un impuesto flat de 13 por ciento, Argentina sangró a su enferma economía con más y más impuestos. Gravar su economía hasta la muerte es un ritual obligatorio en el cortejo de mendiguear al FMI. A los políticos les encanta gastar dinero y al FMI le encanta prestarle dinero a los políticos, pero sólo después de que suban las tasas fiscales y caiga la moneda.
Las serviles "cartas de intención" de Argentina al FMI hacían énfasis en la "consolidación fiscal"-o sea en subir los impuestos sobre la renta y al valor agregado, crear nuevos gravámenes sobre activos corporativos y transacciones financieras, e incrementar los aranceles; pero el lado fiscal del problema de Argentina está en el gasto, no en el déficit. El peso del gobierno subió de 9.4 por ciento del PIB en 1998 a 21 por ciento en el 2000, pero el déficit fiscal fue sólo del 2.5 por ciento del PIB. Al tratar de empujar el déficit a cero con impuestos más altos, se contrajeron la economía y la recaudación, llevando a una mayor parte de la economía a la informalidad y sacando capital y talento del país. Pero el FMI siempre ve el fracaso de su primer remedio (impuestos) como una excusa para el segundo (devaluación).
Los mejores análisis del la crisis argentina son los realizados por Kurt Schuler y Steve Hanke del Cato Institute. Un relato del rol del FMI en crisis de este tipo salió en mi estudio "Dinero y la Nación Estado", editado por Kevin Dowd y Richard Timberlake en 1998. Se tituló "La receta destructiva del FMI: subir impuestos y debilitar monedas"; el FMI sigue usando esa receta.
Los que participaron en la reciente manifestación alrededor del edificio del FMI estuvieron ahí por razones equivocadas. El tema serio es que los préstamos del FMI son carnada tentadora para los políticos, pero los hilos atados a esta carnada terminan en el cuello del país deudor. Como Poncio Pilatos, el FMI se lava las manos, pero su bola demoledora cuelga por todo el globo y nunca se sabe en donde se estrellará después. Esperemos que no sea en el pobre Afganistán.
Traducido por Constantino Díaz-Durán para Cato Institute.