Litigios Lincoln

Carlos Rodríguez Braun reseña la serie El abogado de Linclon, donde se percibe la diferencia entre la litigiosidad de nuestro tiempo y aquellos de la serie sobre el abogado Perry Mason durante los años 60.

Por Carlos Rodríguez Braun

Mucho han cambiado las series de televisión sobre abogados en Los Ángeles desde que veíamos Perry Mason en los sesenta. La reciente El abogado del Lincoln, que se puede ver en Netflix, relata las aventuras del abogado Mickey Haller, encarnado por el actor y modelo mexicano Manuel García-Rulfo, acompañado por otros actores, también excelentes.

Una obvia diferencia es la litigiosidad, cuya expansión y profusión alcanzan en nuestro tiempo una dimensión que Erle Stanley Gardner no podía haber previsto en los años 1930, cuando empezó a publicar las novelas de Perry Mason.

Otra diferencia es el énfasis en los aspectos más íntimos de Mickey Haller, que ilustran el contraste entre el profesional y la persona. Haller es un abogado sobresaliente y un detective genial, igual que Mason, al que también se parece en su lucha incesante por la justicia. Pero es un hombre emocionalmente inestable, con dos matrimonios fracasados, y una incapacidad de elegir bien sus nuevas parejas. Cuando empieza la serie, Mickey regresa a la profesión un año y medio después de un accidente de surf que le provocó múltiples heridas, y de cuyos calmantes para el dolor abusa hasta convertirse en un adicto a los opiáceos, como, por cierto, era Sherlock Holmes.

Haller ha estado seis meses en rehabilitación. Su choferesa, Izzy, también es una exadicta. Nada de esto se ve en la película de 2011 The Lincoln Lawyer, llamada en España El inocente, en la que Haller (Matthew McConaughey) viaja con un chófer negro.

La serie acentúa la película en todos los sentidos, no solo en los defectos del protagonista sino en los del sistema judicial, que deja mucho que desear en cuanto a eficacia, honradez y protección de los más vulnerables. No enseña todo lo que está podrido en Los Ángeles, desde las barriadas marginales de tiendas de campaña hasta las bandas de jóvenes delincuentes, como dice Titus Techera, director de la American Cinema Foundation, pero enseña al héroe, que "a su pasión democrática por la justicia, la igualdad de oportunidades y el deber de defender a los débiles une el toque aristocrático de los abogados". No solo va siempre impecablemente vestido, y tiene una conductora; es que, para colmo, sus coches son dos Lincoln, la marca de lujo de Ford: un moderno SUV Navigator, y un antiguo y precioso Continental descapotable.

Este artículo fue publicado originalmente en La Razón (España) el 25 de febrero de 2024.