Limiten el tamaño del FMI a cero

Juan Ramón Rallo dice que el problema no es el tamaño de los bancos sino más bien la tendencia del sector financiero a "prestar cantidades de dinero muy por encima del ahorro real de una sociedad".

Por Juan Ramón Rallo

Al "demasiado grande para quebrar" muchos han contrapuesto el "demasiado grande para rescatar". En efecto, hay empresas privadas cuya quiebra trastoca enormemente la economía y, pese a la fe ciega que muchos tienen hacia la omnipotencia estatal, su rescate podría llegar a comprometer la solvencia misma del Estado. El caso de Islandia en octubre de 2008 demuestra que no todo sistema bancario puede ser rescatado, especialmente cuando su tamaño es varias veces superior al del PIB de una economía: simplemente, el Gobierno no puede captar ni vía impuestos ni vía deuda los recursos suficientes para recapitalizar a las empresas concursadas.

Por este motivo, diversos economistas están proponiendo limitar el tamaño de las empresas: que no haya ninguna demasiado grande como para que no pueda ser rescatada. En concreto, el FMI ha sugerido restringir el tamaño de los bancos, pues en la reciente crisis ha sido la bancarrota de Lehman Brothers —la mayor en la historia de EE.UU.— la que disparó un proceso de contracción crediticia que hasta ese momento sólo se había producido de manera atemperada.

En principio, la idea puede parecer lógica: si los bancos son pequeños, no podrán hacer mucho daño. Olvidan, sin embargo, los del FMI que lo importante no es el tamaño de las empresa, sino de la industria. Hay industrias donde es más eficiente que haya muchas compañías muy pequeñas que unas pocas muy grandes —esencialmente allí donde ninguna empresa ofrece ninguna ventaja diferencial en su producto con respecto a las restantes y no existen economías de escala— y viceversa.

En el caso de los bancos, y en general en todas las industrias de red —aquellas donde todas el servicio que prestan las compañías a sus usuarios depende en buena medida de sus interrelaciones—, suelen aparecer empresas de gran tamaño que actúen como intermediarios o market makers. Cuanto mayor sea el tamaño de estas empresas, mayor capacidad poseen para coordinar a sus clientes y beneficiarles del efecto red: si un madrileño quiere sacar dinero en un cajero de Praga tendrá que acudir a un banco que esté en Madrid y en Budapest o bien a un banco praguense que esté asociado de alguna manera con uno madrileño a través de alguna compañía que proporciona esta infraestructura. Lo mismo sucede si queremos comprar acciones de compañías checas o hacer una emisión de deuda en Shangai.

Para prestar esos servicios es, pues, imprescindible que exista una red, que puede ser tanto interna a la propia empresa (el cable de Telefónica) o externa a la misma (el servicio de pago por tarjeta que ofrecen los comercios gracias a VISA). Dicho de otra manera, si el FMI impide que que sean las propias empresas las que proporcionen a sus clientes sus propias redes y que crezcan merced a ellas, tendrán que recurrir a redes externas provistas por otra empresa. No tendremos, por consiguiente, un sector financiero más pequeño, sino uno más atomizado con redes externas.

Pero poco o nada ganaremos con ello si es fruto de la imposición estatal. En EE.UU., el número de bancos fue históricamente muy elevado debido a las prohibiciones para abrir sucursales en otros estados. Pero ello no evitó la Gran Depresión. En 1929 el número de bancos era de alrededor de 25.000 y en 1934 apenas llegaba a a 15.000. En cambio, en 2006 el número de bancos era de 7.401 y a finales de 2008 todavía se mantenía en 7.086. En 1929 había muchos bancos muy pequeños y, por consiguiente, quebraron muchos de poco tamaño; en 2006, había pocos muy grandes y, por consiguiente, quebraron pocos de gran tamaño.

En una crisis financiera, lo que se tambalea son porciones de la industria —su tamaño relativo dentro del sistema económico—, no empresas concretas —su número absoluto. Si el FMI quiere limitar los ciclos debería preguntarse más bien por qué el conjunto del sector financiero tiende a sobredimensionarse tanto durante los booms económicos y luego se paraliza durante las crisis.

La respuesta ya la sabemos: la fuerte expansión crediticia que llevan a cabo los bancos endeudándose a corto e invirtiendo a largo les permite prestar cantidades de dinero muy por encima del ahorro real de una sociedad. Por ahí tendría más sentido la reforma: impedir que haya crédito no respaldado por ahorro. Sin duda, con esta medida el tamaño de la banca en general sería mucho menor y las crisis se reducirían a su mínima expresión. Pero ay, entonces habría que comenzar por cerrar los bancos centrales estatales y, entre ellos, el banco central de los bancos centrales: el Fondo Monetario Internacional. ¿No se preocupa esta institución por su propio tamaño y por los irresponsables préstamos que ha extendido en los últimos meses a países del todo insolventes?

Este artículo fue publicado originalmente en Libertad Digital (España) el 19 de octubre de 2009.