Lidiando con nuestra naturaleza

Juan Carlos Hidalgo explica que tanto la envidia como la solidaridad son innatas a la naturaleza humana.

Por Juan Carlos Hidalgo

El éxito de un orden social consiste en saber lidiar con la inevitable realidad de que el ser humano es imperfecto y, como tal, cuenta con características innatas —buenas y malas— con las que debemos saber convivir.

Una de estas es la susceptibilidad a la corrupción, rasgo que varía según cada quien, pero del cual nadie es inmune. La historia enseña que el poder exacerba esa proclividad que tenemos a corrompernos, como lo advirtiera lord Acton. Y si bien hay distintos tipos de poder que pueden pervertirnos en diversos ámbitos, es el político el más peligroso de todos, puesto que le brinda al hombre el monopolio de la fuerza sobre sus pares. Por eso las sociedades que le ponen límites al poder político tienden a ser más exitosas que aquellas que confían en la incorruptibilidad de sus gobernantes.

La búsqueda del bienestar personal es otra de nuestras cualidades innatas. Es la que nos impulsa a superarnos y —en la mayoría de los casos— a perseguir riqueza material. No hay nada de malo en eso. Como apuntara Adam Smith, en una sociedad donde prima el intercambio voluntario, la consideración por el interés propio termina sirviendo al bien común, ya que la gente lucra en la medida que satisface las necesidades del prójimo.

Los proyectos políticos que aspiran a construir un “hombre nuevo” que abjure del bien propio siempre terminan en los peores totalitarismos. No solo porque pretenden algo antinatura (erradicar al “hombre viejo egoísta”), sino también porque para lograrlo requieren empoderar a gobernantes que, además de ser susceptibles a la corrupción que conllevan estos nuevos poderes, irremediablemente persiguen su interés.

La envidia es quizá el rasgo innato más peligroso del ser humano, especialmente si se convierte en el principio que guía la política económica y social de un país. Como señala el sociólogo austro-alemán Helmut Schoeck, es un sentimiento altamente destructivo porque usualmente implica el deseo de ver despojado, humillado o lastimado a quien envidiamos. La política debe domar a la envidia, jamás exaltarla.

Finalmente, la solidaridad es otra característica humana que se manifiesta en nuestra relación con familiares, amigos, vecinos e incluso extraños. Se trata de una virtud que por naturaleza está íntimamente asociada a la empatía que sentimos hacia otros. La solidaridad es voluntaria, espontánea y finita; de tal forma que, como dijo Frédéric Bastiat, “decretarla es aniquilarla”.

Este artículo fue publicado originalmente en La Nación (Costa Rica) el 13 de junio de 2016.