Libertad y moralidad

Por Tibor R. Machan

Cuando defendemos un sistema político donde el derecho a la libertad es la principal prioridad –porque las leyes tienen también ese mismo propósito– debemos estar conscientes que ello siempre incluye un componente moral. En otras palabras, la razón por la cual la libertad es importante es que sirve un propósito moral, algo positivo y bueno.

Sin embargo, bajo un régimen de libertad la gente es libre de seguir sistemas morales diferentes. Los altruistas pueden dedicarse al bienestar de los demás; los egoístas a lo suyo; los utilitarios a la mayor felicidad de la mayoría; los cristianos a los Diez Mandamientos y demás reglas morales, lo mismo que los musulmanes, budistas y de otras religiones. Pero todos deben hacerlo por convicción propia, por su libre iniciativa y albedrío, sin ser obligados.

El sistema de libertad no señala como oficial o correcto a un sistema moral específico. Por lo tanto, si uno sirve a Alá, al Dios cristiano, a la humanidad o a sí mismo, la decisión es de uno mismo. Inclusive si nuestro sistema moral requiere que nos metamos en un convento y sigamos las instrucciones de la Madre Superiora, la decisión inicial debe ser libre y nuestra, nunca impuesta por terceros.

Eso es lo que todos los sistemas morales tienen en común. La moralidad no admite estar siendo obligado a punta de pistola porque otros quieran que actuemos así. Eso deja, entonces, de ser moral y se convierte en una pose. Por esa razón, todo sistema genuinamente moral prohíbe el asesinato, el robo, la violación y las actitudes agresivas para tratar de limitar la libertad de los demás. En el fondo se trata de actuar civilizadamente y no tratar de imponer nuestra manera de pensar y de actuar a los demás.

Si uno hace lo correcto, cuenta sólo si se hace por convicciones propias. Si usted ayuda a los pobres porque lo obligan a hacerlo, no cuenta. Si su propiedad es confiscada para repartirla entre otros, no está siendo generoso.

Es más, si el gobierno nos quita nuestra propiedad por la fuerza para repartirla entre los pobres o los ignorantes, el gobierno no está siendo generoso. Por ejemplo, cuando el presidente republicano George W. Bush nos fija un impuesto para proveer medicinas más baratas o gratuitas a los ancianos no está demostrando compasión. Compasión significa meterse la mano en su propio bolsillo y darle medicinas a quienes las necesiten, no confiscar la propiedad de otros para hacerlo. Y cuando el candidato demócrata John Kerry promete ir más lejos que Bush, su cruzada moral es fraudulenta.

La regla es que las naciones y sus gobiernos no pueden ser moralmente decentes si confiscan los recursos de los ciudadanos o le ponen la mano al fruto de su trabajo. Eso tampoco se puede llamar democracia. Y el llamado “principio de Robin Hood” de robar a los ricos para darle a los pobres tampoco es un principio moral. Además, Robin Hood nunca hizo eso. Lo que hizo fue quitarle a los gobernantes ricos el dinero de impuestos que habían despojado a la gente para devolverlo a las víctimas de ese robo.

El derecho a la libertad está íntimamente relacionado con un elemento crucial de todo sistema moral: la conducta moral es parte de la libre potestad de la gente. De otra manera deja de ser moral.

Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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