Libertad y dignidad

Macario Schettino reseña el último de la trilogía de Deirdre McCloskey

acerca de la Era Burguesa, titulado Igualdad burguesa.

Por Macario Schettino

Deirdre McCloskey publicó el tercer tomo de su trilogía de la Era Burguesa, titulado Igualdad burguesa. Los dos tomos previos, Virtudes Burguesas y Dignidad Burguesa los reseñé en su momento (puede ver las reseñas en www.macario.mx), pero éste no había podido comentarlo con usted, a pesar de que salió en abril. Gracias a la insistencia de mi apreciado colega Ángel Verdugo, lo hago ahora. Se trata de un libro muy grande, con varias ideas que vale la pena comentar. Una nota: las referencias las haré utilizando las locaciones del ebook, y no páginas, y daré el mayor espacio posible a la autora.

Como los otros dos libros, en este McCloskey insiste en su idea: el gran avance económico del mundo en los últimos dos siglos no se explica simplemente con teorías económicas. En Dignidad ya había presentado una refutación detallada de prácticamente todas esas explicaciones, y concluía que la única forma de entender estos extraordinarios dos siglos era considerando que la transformación ocurre en el reconocimiento de la dignidad propia de quien produce y comercia, algo poco frecuente en la historia humana. Ahora lo reitera: “La idea de igualdad, de libertad y dignidad para todos los humanos causó, y luego protegió, el espectacular progreso material y después espiritual… La nueva libertad económica y la dignidad social para el segmento de comunes que habitaba los burgos fue promovida después de 1700 en Inglaterra y después de 1800 en una amplia escala para lograr mejoramiento masivo” (8142). “El segundo elemento, dignidad universal —la honra social de todas las personas— fue necesaria en el largo plazo, para impulsarlas a entrar a nuevos oficios y proteger su libertad económica de hacerlo” (8144).

Insiste: “Las dobles ideas de libertad y dignidad, resumidas como la igualdad Escocesa —puesto que ‘liberalismo político’ es una definición de mediados del siglo XIX— importaron, como causas del Gran Enriquecimiento, más que cualquier tipo de incentivos materiales, reales o imaginados” (587). “El mejoramiento requiere desobediencia, destrucción creativa… por lo mismo, depende de la libertad” (7358). “Dignidad igual para las personas normales, es decir autonomía —no patrones heredados y jefes sólo voluntariamente— es tomado en serio primero por el pueblo inglés en el siglo XVII, contra distintas formas de 'heteronomía' (control por parte de otros), como la teonomía (control de Dios) o estasonomía (control del estatus)” (12335).

Es decir, el gran avance de estos dos últimos siglos (enriquecimiento o mejoramiento, le dice McCloskey) no tiene su origen en lo que siempre discutimos: ahorro, inversión, educación, ni tampoco instituciones (a lo largo del libro critica con frecuencia tanto a North como a Acemoglu y Robinson), sino en una transformación en la retórica social: “Como afirmaron Gabriel Almond y Sidney Verba en su estudio clásico de las actitudes políticas, la ‘cultura cívica’ a la que ellos atribuyen el éxito del liberalismo occidental se basa en ‘comunicación y persuasión’” (8425).

Esa nueva forma de pensar, que da libertad y dignidad a los burgueses, es decir, a los que viven y trabajan en las ciudades, a la clase media, transforma a los gobiernos: “Larry Neal ofrece una definición de ‘capitalismo’ como 1) derechos privados de propiedad, 2) contratos cuyo cumplimiento garantiza una tercera parte, 3) mercados con precios responsivos, y 4) gobiernos que apoyan. Él no parece percibir que las primeras tres condiciones han existido en todas las sociedades humanas… la cuarta condición ‘gobiernos que apoyan’ es precisamente el cambio doctrinal hacia el laissez faire que es único del noroeste de Europa (8136-8139).

Las cuatro 'r'

Dierdre McCloskey afirma que el Gran Enriquecimiento (o Mejoramiento) que hemos vivido los dos últimos siglos resulta de un cambio en la percepción de las personas, que permitió que se le otorgara dignidad a grupos de la sociedad que antes eran menospreciados o humillados.

Específicamente, “la admiración por los mercantes Británicos, los inversionistas Británicos, los inventores Británicos, los banqueros Británicos y los economistas Británicos llevó al Gran Enriquecimiento” (6107). Y esto ocurrió hacia fines del siglo XVIII: “La misma palabra ‘businesslike’ (serio, ordenado como un negociante) usada como elogio data de 1771” (6014). Insiste: “Es mucho más fácil encontrar comentarios favorables a la burguesía después de 1700 y especialmente después de 1800 que antes, y es más fácil en Bretaña hasta los ochenta del siglo XX que en China o India” (5391).

“Afirmo que la vieja visión antiburguesa… dominó la retórica pública de Escocia e Inglaterra hasta fines del siglo XVII, la de Francia hasta fines del XVIII, la de la mayor parte de Alemania hasta inicios del XIX, la de Japón hasta fines del XIX, la de China e India hasta fines del XX” (6238). Tal vez no consideró necesario decir que en América Latina ahí sigue, porque en otra parte dice que “las novelas se asocian en todo sentido con la burguesía (5432)... el reciente giro al realismo mágico y la posmodernidad en la novela, como por ejemplo en García Márquez o Isabel Allende, registra los muy fuertes sentimientos antiburgueses de la intelectualidad del siglo XX, especialmente en América Latina” (5471).

Pero de esta intelectualidad, izquierda y derecha, hablaremos en otro momento. Ahora importa saber cómo es que ocurrió esa transformación retórica a la que McCloskey atribuye el Gran Enriquecimiento. En su opinión, la transformación ocurre gracias a las cuatro 'R': Lectura (Reading en inglés), Reforma, Revuelta y Revolución, que en el transcurso de 300 años producen esta idea de igualdad básica; es decir, libertad y dignidad, que permite la gran transformación económica, como explicamos anteriormente. No el Renacimiento, por cierto, al que reconoce todo tipo de virtudes estéticas, pero no la transformación democrática que resulta de las cuatro 'R'. (la figura en 634 es muy ilustrativa).

Porque no tiene duda: “El desarrollo no es simple, pero la tendencia es clara: un lugar debe revaluar a la burguesía, o acostumbrarse al estancamiento económico” (5910). Burguesía entendida en toda su obra como los habitantes de las ciudades, dedicados a la producción y al comercio, que tienen una escala de virtudes diferente de la acostumbrada desde el 500 a. C. y hasta 1790 (McCloskey, 4151). De las siete virtudes occidentales (cuatro cardinales, platónicas: templanza, prudencia, fortaleza y justicia; tres teologales: fe, esperanza, amor-caridad), la burguesía enfatiza la prudencia; es decir, la sabiduría práctica, la capacidad de hacer. McCloskey lo asocia con el avance de los cálculos: “Los cálculos, en otras palabras, son el esqueleto de la prudencia común. Pero el aristócrata desprecia los cálculos precisamente porque corresponden a la innoble prudencia” (6665). “El coraje (valor) la virtud definitoria del aristócrata, no calcula, o sería sólo una versión de la prudencia” (6671). “La prudencia es una virtud que calcula, como son la justicia y la templanza. Son frías. Las virtudes tibias —amor y valor, fe y esperanza— las virtudes más celebradas por Shakespeare, y no tanto por el burgués Adam Smith un siglo y medio después, son esencialmente no calculadoras” (6682).

La imprenta, y la lucha de ideas que le siguió y se reflejó en las otras tres 'R': Reforma, Revuelta y Revolución, terminó con un ordenamiento de las virtudes y estableció otro, que resultó extraordinario para crear riqueza y mejorar las condiciones de vida de los humanos, e incluso sus costumbres. Pero no todos lo ven así.

Izquierda y derecha

“La política moderna es un campo de batalla de cuatro lados entre el liberalismo, en la parte sensible de la élite, socialismo en el resto de ella, tradicionalismo en el campesinado, y populismo en el proletariado. Sólo el liberalismo funciona, pero los otros compiten vigorosamente” (3189). Así dice Deirdre McCloskey acerca de la política actual, que tiene una falla de origen, magnificada por los medios: “La suma-cero es el pensamiento por default. Es un error serio en el pensamiento económico en las calles y en la política. La regla periodística del balance, en TV y periódicos, ha intensificado ese error, porque en toda nota acerca de un proyecto de mejoramiento debe el periodista encontrar alguien que diga que ese proyecto le causará daños” (8702).

Para McCloskey tanto la izquierda como la derecha son enemigos del Enriquecimiento (o Mejoramiento). “En la derecha política de la intelectualidad, influidos por el Romanticismo, se voltea atrás con nostalgia a una imaginaria Edad Media libre de la vulgaridad del comercio, una época dorada sin mercados en el que las rentas y las jerarquías gobernaban” (274). “Mientras, en la izquierda, los cuadros de otra versión de la intelectualidad —también influidos por el Romance y por su propio entusiasmo cientificista por el materialismo histórico— se desarrolló la idea no-liberal de que las ideas no importan. Lo que importa es el progreso, declaraba la izquierda, la marea imparable de la historia” (279).

“Ni la derecha tradicionalista ni la izquierda progresista están contentas con el mundo moderno. Ven con resentimiento al Gran Enriquecimiento. Dudan que las vidas de la gente sean en realidad mejores que en el pasado, especialmente en el segundo sentido, espiritual, de la palabra ‘enriquecimiento’” (11995). “Los entusiastas tanto de la izquierda como de la derecha detestan ‘el mercado’ y se alarman por las mejoras —en la izquierda porque ven que el comercio quita empleos a los más pobres, al inicio, y en la derecha porque ven que esto altera las jerarquías naturales, al final” (10632). Y es que, según McCloskey, “La intelectualidad es un apéndice de la burguesía. La traición de la intelectualidad en Francia e Inglaterra, lo he dicho, era una traición contra sus padres, uniformemente burgueses” (11613).

Más aún, “uno sospecha que los conservadores de la izquierda y derecha no gustan mucho de las ‘masas’ y sus pobremente informadas preferencias. Déjennos cuidar de ustedes, gritan. Dejen que la tradición de los viejos sabios, o la planeación de los expertos sabios, los guíe, oh pobres masas tristemente extraviadas” (12022). Por si hubiese duda, las opiniones acerca de Brexit, la elección de Trump, o las tres elecciones presidenciales más recientes en México confirman este desprecio por las mayorías.

Pero “La votación de mayorías, que debe ser promovida, no es la misma cosa que la dignidad y libertad para los ‘mejoradores’ que nos hacen libres y ricos, a menos que la democracia paralela del mercado sea igualmente impulsada” (9564). Es decir, la peregrina idea de que la democracia electoral, por sí sola, resuelve el tema del desarrollo que tanto preocupa a muchos, es inexacta, porque la generación de riqueza no ocurre en las urnas, sino en los mercados.

Parecería que esto ni siquiera requeriría ser mencionado, pero, como también apunta McCloskey, “El nacionalismo y el socialismo pueden aún revertir las riquezas de la modernidad, con la ayuda de otras retóricas, como el populismo, el ambientalismo, o el fundamentalismo religioso” (8149). Es así que esta disputa política, en la que el Gran Mejoramiento está constantemente amenazado desde ambos lados, y ahora además con estas nuevas retóricas, se refleja eventualmente en esas instituciones que tan importantes se consideran.

Instituciones y gobierno

Decíamos que para McCloskey la explicación del funcionamiento de la economía en el largo plazo no puede depender de las instituciones (como es el caso para Acemoglu y Robinson, por ejemplo), puesto que “El funcionamiento de cualquier institución depende de la ética sostenida socialmente más allá de los incentivos” (436).

Cita a Stefano Zamagni, “’El desarrollo económico moderno no ocurrió por la adopción de incentivos más fuertes o mejores arreglos institucionales, sino principalmente por la creación de una nueva cultura’. O como lo dice el empresario e intelectual indio Gurcharan Das: ‘Los científicos sociales imaginan las fallas de gobierno como un problema de instituciones, y la solución que proponen descansa en cambiar la estructura de incentivos para mejorar la responsabilidad (accountability). Cierto, pero esas fallas tienen también una dimensión moral’” (3078).

Para que no haya duda, “Los gobiernos honestos son raros. El gobierno noruego obtiene una buena parte de su ingreso del petróleo del Mar del Norte, pero es honesto y por lo mismo no está sujeto a la maldición de los recursos al estilo de Nigeria. Pero el estado de Alaska también se beneficia del petróleo, y está entre los más corruptos de los Estados Unidos” (3265). Más: “86 por ciento de los siete mil millones de seres humanos viven bajo gobiernos francamente corruptos” (3279). Por lo mismo, la idea de que el gobierno puede ser mejor que los privados no suena tan bien. Por ejemplo, “’Regulación’ tiene un dulce y agradable sonido. En unos pocos países angélicos no daña demasiado el ingreso” (3317).

“Pero salir del mercantilismo ha sido difícil, es tan atractiva la creencia en la planeación… ‘conocimiento sistemático, cuidadosamente cultivado por los buenos príncipes y sus funcionarios, que beneficiará el bienestar general’” (9268). O visto al revés, “Los gobiernos no pueden hacer mucho para nutrir la creatividad humana. Las escuelas libres, aún públicas, pueden alimentarla, si no se corrompen en sinecuras para malos maestros y peores burócratas, y no enseñan simples actitudes tradicionales o aprobadas por la intelectualidad” (9561). No hay que olvidar que la palabra ‘innovación’, derivada del latín medieval, tuvo mala reputación hasta bien entrado el siglo XIX.

Para McCloskey, “El neomercantilismo o neocameralismo o neopopulismo o neoantiburguesismo, o cualquiera de las otras alternativas iliberales matan el mejoramiento. Esas ideas políticas son notablemente inferiores en resultado al neoliberalismo y al Acuerdo Burgués” (12100). Por lo mismo, “Forzar ahora, con violencia de Estado, la igualdad de resultados, en un estilo iliberal, ‘Francés’ —cortando las flores altas, envidiando las cursis chucherías de los ricos, imaginando que repartir ingreso es tan eficaz para ayudar a los pobres como repartir pizza lo es en una agradable reunión con amigos, tratando a los pobres como niños tristes que deben ser empujados o compelidos por los mandarines de la intelectualidad— ha tenido a menudo, hemos descubierto, un costo elevado al dañar la libertad y dignidad y ralentizar el mejoramiento. No siempre, pero muy a menudo” (549).

Puesto que el gran avance de los últimos dos siglos, el Gran Enriquecimiento, ha sido producto de mercados en los que compiten ideas, y sin interferencia, las mejores sobreviven, lo que requerimos para mantener ese proceso es: 1) libertad para esa competencia; 2) dignidad, para que todos los competidores puedan realmente participar; y 3) igualdad, en el sentido de tener la misma libertad y dignidad. Pero si lo que se quiere es igualar el resultado final, entonces no hay competencia de ideas, y por lo mismo no hay enriquecimiento. O dicho con más claridad: el problema no es la desigualdad que tanto se discute ahora. Libertad y dignidad son la verdadera Igualdad Burguesa: “La gente quiere dignidad, aun más que la igualdad de ingreso que dicen que quieren” (12358).

Globalización y desigualdad

Llegamos al final de esta larga descripción-reseña del último libro de la trilogía de Deirdre McCloskey, que espero no lo haya aburrido o confundido demasiado. Los tres libros valen mucho la pena, más que otros que han sido populares. Unas cuantas citas más de McCloskey:

“Hace cuarenta años, antes de la reciente liberalización del comercio exterior y la muerte del socialismo de planeación centralizada, y el debilitamiento de regulación corrupta, la situación era mucho peor que un billón (de personas) de siete. En esos tristes días antes de que la palabra ‘globalización’ se hiciera común y antes de que la palabra ‘neoliberalismo’ fuese conocida y antes del maldito Consenso de Washington y antes de que el horrible Friedman obtuviese el Nobel de Economía, el mundo tenía cuatro billones de personas, de un total de cinco, sin esperanza alguna” (2053).

“Comentarios como, ‘hay pobres todavía’ o ‘algunos tiene más poder que otros’ aunque reclaman una posición de superioridad ética para quien las emite, no son ni profundas ni inteligentes. Repetirlas, o aprobarlas sabiamente cuando se repiten, o comprar el libro de Piketty Capital en el siglo XXI para mostrarlo en la mesa del café, no hace a nadie una buena persona’ (1446). Pero la izquierda trabaja tiempo extra, con el mejor de los motivos, para rescatar su enfoque éticamente irrelevante en los coeficientes de Gini y la línea de pobreza relativa” (1533).

“La izquierda cree que importa mucho que la desigualdad, dice, ha crecido mucho recientemente. Cree que en el largo plazo los pobres se están haciendo más pobres. Están equivocados en ambas cosas” (12251). “Cierto, los ricos se han hecho más ricos, pero también los pobres, e importa más para ellos. Los millonarios tienen límites en lo que pueden hacer con su inmensa riqueza” (12253).

“La izquierda predijo que el ‘capitalismo’ empobrecería a la gente. Una vez que quedó claro que ese ataque no era persuasivo, debido al enriquecimiento de los más pobres, aún en el Tercer Mundo, la izquierda se movió a lamentarse de que el ‘capitalismo’ daña a las personas espiritualmente. Recientemente ha insistido en el mal que implica cualquier diferencia en el ingreso personal o regional. La izquierda, en otras palabras, quiere encontrar al ‘capitalismo’ repugnante, independientemente de la evidencia” (12393).

Cita a Robert Nelson, que afirma que “religiones seculares, como el Marxismo, el ‘evangelio de eficiencia’ del progresivismo norteamericano, y otras formas de ‘religión económica’ fueron las influencias principales en las políticas públicas alrededor del mundo. En la religión económica, ‘eficiencia’ e ‘ineficiencia’ toman el lugar de ‘bien’ y ‘mal’. Hacia el fin del siglo, otra religión secular, el ambientalismo, enfrenta los evangelios económicos —cuestionando la misma idea de ‘progreso’”— (1183). Y hablando de ello, “el Papa Francisco regresó a una teoría medieval de la sociedad de suma-cero, dos siglos después de que la economía y su ideología habían creado progreso, liberalismo, suma positiva y la civilización moderna” (10129).

“La terrible Gran Recesión de 2008 y el consecuente bajo crecimiento en los países ricos fue celebrado por la extrema izquierda como (por fin) la última crisis del capitalismo (gentilmente respondo: eso han dicho, queridos amigos, acerca de cualquier crisis desde el Pánico de 1857)” (1633). “Como preguntaba Macaulay en 1830, ‘¿bajo qué principio ocurre que si no vemos más que mejoramiento detrás de nosotros, esperamos sólo deterioro frente a nosotros?’” (1866).

Hasta aquí McCloskey. A lo mejor encuentra coincidencias con lo que esta columna ha comentado desde hace tiempo. Por lo mismo, usted celebrará o criticará la Era Burguesa como lo hace con Fuera de la Caja: preferimos lo que confirma nuestras creencias previas. Ponerlas en duda es lo que permite pensar mejor. Eso le deseo que logre en 2017, que ojalá sea un gran año.

Este ensayo fue publicado originalmente en varias partes (1, 2, 3, 4, y 5) en El Financiero (México) entre el 19 y el 23 de diciembre de 2016.