Liberalismo, absolutismo y feudalismo
Manuel Hinds asevera que la política económica de un gobierno puede ser de "acceso cerrado" o de "acceso abierto" y que solo esta última es compatible con una democracia y un Estado de Derecho.
Por Manuel Hinds
Hay dos enfoques para la política económica de un gobierno. El primero, heredado del feudalismo y las monarquías absolutas, consiste en cerrar oportunidades que naturalmente están abiertas en el mercado, para abrirlas otra vez pero sólo para algunos privilegiados.
Un ejemplo de este tipo de enfoque se da cuando, como fue hasta los noventas en nuestro país, el gobierno establece altísimas tarifas de importación para un gran número de productos y las cosas que se usan para producirlos, y luego le da permiso a alguno o algunos (siempre un número pequeño) para que importen estos componentes con cero tarifas de importación, los armen aquí y puedan venderlos mucho más caros que lo que valen en los mercados internacionales. Cuando el gobierno daba estos privilegios a una persona, se decía que esta persona había recibido “los beneficios de la ley”. Por supuesto sólo unos pocos los lograban. Si no, no hubieran servido de nada a los beneficiarios.
Este enfoque cerrado económico tiene su correspondencia política. Es consistente con una estructura política clientelista, en los que el poder político se apoya en los grupos que reciben los privilegios. Estos grupos apoyan a un partido o a un líder político a cambio de recibir grandes privilegios. Si el partido que apoyan gana, el proceso se vuelve económicamente autosostenible, ya que los privilegios recibidos pagan con creces las contribuciones económicas durante la campaña. La teoría moderna institucional llama a estos sistemas económicos y políticos “sistemas de acceso cerrado”, porque funcionan cerrando para todos y abriendo para pocos. El feudalismo y el absolutismo son ejemplos de este tipo de organización del estado. Luis XIV de Francia se convirtió en el rey absoluto de Francia porque concentró en él el poder de dar privilegios que antes había estado regado en muchos señores feudales.
El segundo enfoque consiste en dejar que el mercado opere libremente. Este enfoque está asociado con la democracia verdadera, en la que el poder está asentado firmemente en el pueblo entero. La teoría económica de las instituciones llama a estos sistemas “de acceso abierto”. El cambio de acceso cerrado a acceso abierto cambia totalmente la estrategia que los políticos deben seguir para lograr el éxito. Bajo el primer enfoque lo que tiene que hacer un político es buscarse una base fuerte de clientes que inviertan en él, creando privilegios para dárselos a sus clientes. Bajo el segundo enfoque, el camino al poder está en darle buenos servicios al pueblo en su totalidad. En el primer enfoque, el gobierno se orienta a darle utilidades a unos pocos; en el segundo, a crear una plataforma de mercado libre que sirva a todos. Para pasar de el primer enfoque al segundo lo que se necesita es liberalizar la economía —como se hizo en los años noventa, aunque todavía hay mucho camino que recorrer.
Por supuesto, a los que reciben beneficios o creen que pueden recibirlos no les gusta el sistema de mercados libres —quieren que se eliminen libertades para que se las den todas a ellos. Muchos de ellos protestaron amargamente cuando se liberalizó la economía en los años noventa, diciendo que lo moderno era apostarle a ciertas actividades, una manera elegante de decir que lo que querían eran protección y privilegio. Junto con los socialistas, crearon un cliché en contra de la libertad de mercado.
La campaña que hicieron contra ella caló en mucha gente que, superficialmente, creyó que lo elegante, moderno y apropiado es que el gobierno controle la economía, sin realizar que dicho control proviene de formas arcaicas de organización feudal. Sorprendentemente, la idea se ha perpetuado. Mucha gente, incluso gente joven, no realiza que al proponer que el gobierno debe intervenir en la economía, está proponiendo que nos afinquemos otra vez en la sociedad de acceso cerrado que teníamos antes de la guerra. Mercados cerrados llevan a clientelismo, y a privilegios, y al control económico y político del país por un grupo pequeño —los que tienen el privilegio de entrar a donde los otros no pueden. Esa es la modernidad de Luis XIV.
Hay muchos casos en los que la intervención del gobierno no puede evitarse-como es el caso de algunos sectores que deben regularse porque tienden a ser dominados por monopolios y oligopolios. Pero las oportunidades de clientelismo deben minimizarse, abriendo acceso a todo lo que sea posible. Y la intervención que se haga tiene que ser transparente.
Hay muchos que creen que el clientelismo es un vicio exclusivo de la derecha. Es en realidad intrínseco a la izquierda. Chávez ha sido capaz de mantenerse y ganar más poder porque compró el apoyo de muchos empresarios dándoles privilegios. Los hermanos Castro sobreviven encima de una gran estructura de clientelismo, sólo que como la economía de Cuba es tan miserable y la sociedad tan reprimida que ellos compran clientes con unos privilegios muy pequeños —como tener una cuota de racionamiento un poco más alta que las de los demás, o dejarlos que compren un blue jean al año. Mientras más miserable y restringida es una sociedad, más barata es la compra de clientes para los líderes políticos. El costo para la sociedad, sin embargo, es terrible, ya que se detiene el progreso para que unos pocos llenen sus ambiciones de poder.
Muchos de los que ahora dicen que el gobierno debería de aumentar su control sobre la economía no se dan cuenta de que están haciéndoles el juego a los que no pueden ser competitivos ni política ni económicamente, y buscan que el gobierno cierre el acceso al mercado al pueblo entero para darles a ellos privilegios económicos y políticos. Es volver a los estadios primitivos del desarrollo del estado. ¿Es eso lo que quieren?
Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) el 16 de junio de 2010.