Lecciones y advertencias del genocidio en Ruanda
Hana Fischer recuerda que "Hace veinte años por estas mismas fechas, se estaba desarrollando una de las masacres más sanguinarias de la historia humana. El lugar de los hechos fue Ruanda. El genocidio comenzó en abril de 1994 y duró tres meses. En ese breve lapso, murieron alrededor de un millón de personas".
Por Hana Fischer
Hace veinte años por estas mismas fechas, se estaba desarrollando una de las masacres más sanguinarias de la historia humana. El lugar de los hechos fue Ruanda. El genocidio comenzó en abril de 1994 y duró tres meses. En ese breve lapso, murieron alrededor de un millón de personas. Familias enteras de la tribu tutsis —ésa era la consigna— fueron asesinadas a machetazos por enloquecidas hordas de hutus, la etnia a la que pertenece el 85% de la población. Para tener una idea de la magnitud de la matanza, basta con señalar que en ese momento Ruanda tenía 7,8 millones de habitantes.
Entre los escasos sobrevivientes de esa tragedia se encuentra Immaculée Ilibagiza. Ella logró salvarse de esa orgía asesina gracias al buen corazón de un vecino, pastor protestante, que la escondió a ella y a otras siete tutsis en su casa. El escondrijo era un baño de pequeñas dimensiones (1m de ancho por 1,20 m de largo), donde las ocho mujeres debieron convivir en condiciones muy precarias —sin siquiera poder hablar entre ellas para no ser descubiertas— durante 91 días.
Immaculée es una persona singular por muchas razones. No sólo por la proeza de haber logrado resistir sin enloquecer, sino también por el modo en que ella ha trasmutado el odio natural que sentía hacia los asesinos de su familia y amigos, por el deseo de ayudar a otros. Ella descubrió que el odio envenena el alma y el cuerpo. Y que la única forma de recuperar —a pesar de las circunstancias— el amor a la vida, era mediante el perdón genuino. Esa actitud vital fue la que le permitió volver a reír con naturalidad, formar una nueva familia y continuar una existencia plena y llena de satisfacciones.
Sin embargo, eso no significa que no quiera recordar lo sucedido en su país. Por el contrario, plasmó por escrito sus recuerdos. Esas memorias fueron la materia prima para su libro Sobrevivir para contarlo, que escribió con la colaboración de Steve Erwin. Fue publicado en 2006 y rápidamente se convirtió en best seller. Parte de las ganancias del libro las utilizó para crear Left to Tell Charitable Fund, cuya misión es dar asistencia a los huérfanos del genocidio ruandés. Fue funcionaria de la ONU pero actualmente se dedica de lleno a dar conferencias motivacionales y a escribir, siempre teniendo como base la narración de lo sucedido durante el genocidio.
En mayo, su actividad de conferencista la trajo por estas latitudes: el 26 estuvo en Chile, el 27 en Uruguay, el 28 en Rosario (Argentina) y el 29 en Buenos Aires (Argentina).
Tras leer el libro y escucharla en vivo, son muchas las vertientes que podrían servir para reflexionar sobre ellas. Yo he escogido focalizarme en la parte política, social y humana de su narración. Es decir, en la descripción del genocidio: su gestación, las diferentes actitudes de las personas, los mecanismos utilizados para atizar el odio entre las diferentes tribus, las motivaciones ocultas de los diferentes actores y el modo en que se convierte a pacíficos habitantes en sádicos.
¿Por qué he escogido este aspecto de su narración? Porque considero que de ahí se pueden extraer valiosas lecciones para prevenir futuras masacres de víctimas inocentes. También, como advertencia de las potenciales consecuencias del accionar de muchos de nuestros actuales gobernantes latinoamericanos…
Lo primero que podría señalar, es que para hacer posible un genocidio es prioritario dividir a la sociedad en “tribus”: Hutus o tutsis; “gusanos”, “cipayos” o “defensores de la revolución”; “escuálidos” o “chavistas”; “oligarcas” o “kirchneristas”, etc.
También, desprestigiar a los que no estén de acuerdo con las políticas llevadas a cabo por los gobernantes. Lo usual es ponerles motes despectivos a la oposición —como los mencionados anteriormente— que generen repudio social. En Ruanda en el período mencionado a los tutsis los tildaban de “cucarachas”.
La causa profunda de todo genocidio, es el deseo enfermizo de un partido tiránico de aferrarse al poder. Eso significa que siempre son planificados con antelación desde lo más alto de las jerarquías gubernamentales. La herramienta para sembrar el aborrecimiento de una “tribu” sobre la otra, es la utilización estratégica de los medios de comunicación masivos. En el caso de Ruanda, la radio RTLM fue la que cumplió esa misión.
Asimismo, es necesario utilizar fuerzas paramilitares para que amedrenten a la población. En Ruanda, esa organización fue la Interahamwe que comenzó su accionar en 1994, específicamente para exterminar a los tutsis e “incentivar” a todo hutu a actuar del mismo modo. Esa es una de las principales explicaciones de por qué ciudadanos comunes, asesinaron a sus vecinos y amigos, ya fueran bebes, niños, mujeres o hombres adultos, por el solo hecho de su pertenencia étnica. Como expresa Immaculée en su libro de la Interahamwe, “El gobierno los deja hacer lo que quieran. La policía no los toca”.
Sin embargo, la codicia también jugó un papel importante. Dado que con respecto al “otro” todo estaba permitido, las usuales barreras morales se disolvieron. En consecuencia, en no pocos casos se mataba para robar las pertenencias de las víctimas, ya fuera un auto o una simple silla. En el caso de Immaculée, un vecino adinerado tras matar a sus padres y hermanos la buscaba a ella con frenesí, con la intención de asesinarla para poder quedarse con las tierras de su familia tras la aniquilación de todos sus miembros.
Pero, conjuntamente con estas historias de horror, hay otras de heroísmo y humanismo supremos. Ni el miedo ni la propaganda lograron que el pastor Murinzi —que era hutu— dejara de socorrer a Immaculée y a otras perseguidas tutsis, escondiéndolas en su propia casa. Al hacerlo, arriesgaba su propia vida y la de sus seres queridos. No fue el único, hubo varios otros hutus que actuaron de igual modo. Lo cual prueba que hay algo en los seres humanos que ningún partido gobernante logrará destruir jamás. Y eso demuestra la importancia de forjar personas fuertes en valores y conscientes de su propia individualidad.
Al leer y escuchar el relato de Immaculée, pensé que el genocidio ruandés deja importantes lecciones. Fundamentalmente, nos da pautas de cómo prevenir futuras masacres. Simultáneamente resulta preocupante, el detectar varias de las actitudes aquí descriptas en algunos de los mandatarios latinoamericanos actuales. En consecuencia, es imperioso que las sociedades en su conjunto reaccionen y pongan freno a esos gobernantes, antes de que sea demasiado tarde…
Lo cual plantea las siguientes interrogantes: Frente a un gobernante de cualquier ideología que utilice su poder para dividir y fomentar el odio entre sectores de su sociedad, ¿no tendrían que existir mecanismos legales —tanto nacionales como internacionales— para ponerle coto a su accionar? ¿La reacción siempre se producirá cuando sea demasiado tarde y miles o millones de inocentes hayan sido humillados y masacrados?