Las veleidades del poder

Alberto Benegas Lynch (h) coloca como ejemplo de los caprichos o veleidades del poder a la Gran Muralla de China y asevera que las tiranías no solo las ejercen determinados individuos sino inclusive una mayoría de una población.

Por Alberto Benegas Lynch (h)

En el año 247 antes de Cristo asumió como gobernante del estado de Qin o Chin quien se hacía llamar Qin Shi Huangdi. Este sujeto finalmente conquistó muchas de las tierras feudales de los alrededores, conjunto que luego denominó China. Comenzó la construcción de La Gran Muralla (esto nos recuerda que Borges escribía que los gobernantes “destruyen libros y construyen murallas”), decretó la prohibición del muy fértil confucionismo y se instaló como emperador.

Pero lo más notable de este personaje absurdo es que preparó su tumba bajo el monte Li en un espacio que ocupa cinco kilómetros de ancho donde se albergan siete mil soldados de barro tamaño natural con sus vestimentas y armas, muchos secundados por un corcel también a escala natural. La cámara donde están sus despojos está fundida en cobre y sellada para no ser ultrajada y todas las instalaciones están rodeadas de puertas misteriosas provistas de ballestas que se disparan automáticamente cuando se abren. Este colosal disparate demandó setecientos mil esclavos trabajando tiempo completo durante décadas y fue descubierto por la arqueología recién en 1974. Más notable aún son las mentes atrofiadas por la frivolidad que hoy en día se deleitan frente a ese cuadro de situación, como si no alcanzaran a comprender la envergadura moral del asunto.

Uso en esta nota la expresión “veleidad” no como versatilidad sino en la otra acepción del diccionario que remite a capricho. En verdad estas fantasías del poder de antaño son hoy superadas por la imaginación de los tiranuelos modernos que operan con otros ropajes. Hoy no es necesario el despliegue de esclavos propiamente dichos para construir palacios y tumbas. Solo se necesita la apropiación de recursos de los contribuyentes y aplicarlos a comprar voluntades y engrosar patrimonios de quienes integran el elenco gobernante.

Incluso no resulta necesario estatizar empresas, es suficiente con la incautación del flujo de fondos por parte del aparato estatal. No es necesario aparecer como emperador de jure, se puede ser emperador de facto y con la apariencia de un régimen democrático, es decir, con el suficiente apoyo electoral, con o sin fraude, lo cual lo viste con un ropaje de legitimidad. Nos hemos olvidado de pensamientos medulares como los de Benjamin Constant en cuanto a que “los ciudadanos poseen derechos individuales independientes de toda autoridad social o política y toda autoridad que viole esos derechos se hace ilegítima [...] la voluntad de todo un pueblo no puede hacer justo lo que es injusto”.

Mucho más peligroso que los emperadores de la antigüedad son los gobernantes modernos porque cometen sus fechorías con el aval de los votos. Cicerón ya advirtió claramente que “El imperio de la multitud no es menos tiránica que la de un hombre solo, y esa tiranía es tanto más cruel cuanto que no hay monstruo más terrible que esa fiera que toma la forma y nombre del pueblo”.

A veces hay quejas inocentes referidas a que no aparece una oposición que le haga frente a tanto despotismo, pero el asunto es más profundo: estriba en la desidia y la incomprensión de la gente que no da lugar a la existencia de un plafón suficiente como para un discurso realmente en oposición a tanto saqueo y prepotencia.

Lamentablemente, en gran medida se han dejado en el camino los fundamentos de una sociedad abierta y han hecho estragos las concepciones autoritarias. Piénsese en la cantidad de personas que se limitan a protestar por la intromisión del monopolio de la fuerza en todos los recovecos de sus vidas pero acto seguido se dedican a sus negocios personales y no contribuyen ni con argumentos ni con sus recursos para constituir una contrarréplica a lo que viene ocurriendo.

Es sumamente peligroso dejar que nos estrangule la truculenta operación tenaza entre la antiutopía orwelliana y la de Huxley: entre el Gran Hermano y la imbecilidad colectiva de quienes se entregan encadenados al Leviatán, todo lo cual deglute a los que mantienen el sentido de autorespeto y dignidad.

Cuando se trasmite la idea que el problema no se puede resolver sin el concurso concreto de nuestro interlocutor y de sus semejantes al efecto de estudiar y difundir los valores de la sociedad abierta, se suele mirar para otro lado. En realidad, se pretende que el problema lo resuelvan otros en una suicida e interminable cadena de endoso de responsabilidades.

Si no hay un zamarreo intelectual y un despertar de la conciencia terminaremos en un enorme Gulag, situación de la que será mucho mas difícil salir. Esta es un batalla de ideas y las mentes totalitarias la están ganando porque su perseverancia y su trabajo diario contrarresta con creces los poquísimos esfuerzos en dirección a la libertad. El cretinismo moral está difundido en áreas que se expanden a pasos agigantados y livianamente se entregan y rematan al mejor postor espacios de las autonomías individuales. Hay demasiados Qin Shi Huangdi infiltrados y agazapados entre nosotros. Para bien de la humanidad, es de desear que las escasas reservas morales que quedan puedan alimentarse en grado suficiente.