Las revoluciones industriales y la libertad
Jesús Renzullo indica que las revoluciones industriales se dan donde fue liberada la capacidad para innovar y emprender de los individuos mediante el respeto a los derechos de propiedad privada y de los contratos.
Por Jesús Renzullo
La civilización descansa en el hecho de que todos nos beneficiamos de un conocimiento que no poseemos. [...] Y una de las maneras en que la civilización nos ayuda a superar esa limitación en la extensión del conocimiento individual consiste en superar la ignorancia no mediante la adquisición de un mayor conocimiento, sino mediante la utilización del conocimiento que ya existe ampliamente disperso.
-Friedrich Von Hayek
Nuestra calidad de vida actual supera de manera exponencial nuestras condiciones de vida de hace 50, 100 o 200 años. La cantidad de horas laborales necesarias para obtener un ingreso de subsistencia, el número de productos y servicios adquiribles con un salario estándar, la calidad de los servicios y productos disponibles así como su cantidad, todo ha aumentado.
Este aumento de las condiciones de vida es atribuido en gran parte a los desarrollos tecnológicos producidos durante las tres revoluciones industriales precedentes. Pero, ¿qué condiciones permitieron el desarrollo de las revoluciones industriales? ¿En qué países se desarrollaron y por qué?
Los estudios históricos han sido claros en la respuesta: las revoluciones industriales florecen en los países donde los ciudadanos tienen la libertad de producir e innovar sin muchas restricciones gubernamentales, a la vez que se respetan los derechos de propiedad.
La Primera Revolución Industrial nació en Inglaterra a finales del siglo XVIII y se caracterizó por el uso del vapor como fuente de energía, la invención del telar hidráulico y el aumento de la productividad del sector del hierro.
Para la época, Inglaterra había adoptado paulatinamente una política de libre mercado y había desarrollado un sistema legal respetuoso de los derechos de propiedad y de protección de los contratos privados. Nuevas ideas habían aflorado, contrarias al pensamiento mercantilista de Europa, que afirmaban que la libre competencia era un motor para el desarrollo, mientras que la intervención gubernamental en la economía perjudicaba la producción de riqueza y disminuía el crecimiento.
Fue en este contexto que James Watt, ingeniero escocés, creó el primer motor a vapor de uso práctico, y Edmund Cartwright, clérigo e inventor graduado de la universidad de Oxford, creó el telar hidráulico, inventos que marcarían el inicio de un cambio total en la manera como se producía hasta el momento.
La producción de bienes a nivel artesanal conocida como “cottage industry”, que caracterizó a Europa hasta entonces, empezó a ser desplazada por el "factory system" o modelo de industrias. En este nuevo modelo, la máquina reemplaza al artesano ejecutando varias de las tareas mecánicas que éste realizaba de una manera mucho más veloz y a menores costos. La introducción de la máquina en la producción reemplazó los trabajos tradicionales, que estaban reducidos a pocos ciudadanos expertos, con nuevos trabajos de fábrica, tanto de alta experticia como de poco entrenamiento.
Al mismo tiempo, estos fueron los inicios del sistema de producción en masa, que se consolidaría más tarde. Antiguamente, muchas de las artesanías como las vasijas, las herramientas y ciertos ropajes debían ser hechas por quienes las deseaban –aunque el resultado no fuera de calidad– o ser compradas a muy altos precios a los pocos artesanos existentes. Luego de las primeras dos revoluciones industriales, estos productos se hacen accesibles a la mayoría de la población, gracias al gigantesco aumento de productividad consecuencia de los avances tecnológicos.
Lo mismo sucedió durante la Segunda Revolución Industrial, nacida a mediados del siglo XIX y caracterizada por la producción barata de acero, la llegada del motor a vapor al transporte, el uso de tecnologías de telecomunicación y la aplicación de nuevas fuentes de energías como la electricidad y el petróleo. El periodo entre 1853-1870 es considerado uno de los periodos más fructíferos en materia de innovación de la historia, y desde el punto de vista de la aplicación de nuevas técnicas esto es cierto.
La idea de Henry Bessemer en 1856 sobre cómo producir acero barato, el llamado “proceso Bessemer”, luego mejorado por Robert Mushet con la adhesión del spiegeleisen; los avances en materia de químicos logrados por los ciudadanos de gran parte de Europa y EE.UU. que permitieron su aplicación a la agricultura y manufacturas; el uso de la electricidad en el área de producción y telecomunicaciones gracias a los subsecuentes inventos de privados, particularmente americanos e ingleses, y la aplicación de nuevos procesos y productos para asegurar condiciones de salubridad de los alimentos y los hogares, como la implementación de tuberías de aguas negras y de desinfectantes para evitar complicaciones durante o luego de una cirugía son sólo unos pequeños ejemplos de todos los avances logrados durante esa época.
¿Cómo se logró avanzar tan rápido en tan poco tiempo? Es indiscutible la importancia que tuvo la actividad privada en el proceso, que poco a poco fue construyendo a partir de pequeñas innovaciones hasta que los descubridores finales pudieron pararse en los “hombros de los gigantes” construidos por sus antecesores. Los colorantes químicos que hoy conocemos fueron producto de una serie de descubrimientos científicos alcanzados por privados en Inglaterra, Alemania y Francia.
La invención del telégrafo, atribuida al americano Samuel Morse en la década de 1840, fue posible gracias a los micro descubrimientos anteriores de personajes como el inventor alemán S.T. von Soemmering o el británico William Cooke.
Sólo liberando la capacidad de innovación y emprendimiento privados la humanidad ha logrado aumentar sus capacidades tecnológicas de manera vertiginosa. La realidad es que, somos seres de conocimiento limitado. Todo el conocimiento de la humanidad está disperso en los más de 7 millardos de personas que habitan el planeta. Pero en libertad, nuestro limitado conocimiento puede apoyarse en el conocimiento de otros, generando una red de sabiduría dispersa tejida por la iniciativa individual.
Como nos han demostrado las revoluciones industriales, los países donde se refuerzan los derechos de propiedad, el cumplimiento de los contratos entre privados y se protejan los derechos individuales de sus ciudadanos –en resumen, los países libres–, son aquellos donde los avances tecnológicos suelen darse de manera acelerada.
La lógica es simple: la libertad permite producir e innovar a una mayor cantidad de personas. Estas pequeñas micro innovaciones permiten un desarrollo más veloz de las tecnologías necesarias para suplir nuestras necesidades de manera más eficiente y por lo tanto, mejorar nuestra calidad de vida.
La Cuarta Revolución Industrial es una nueva oportunidad para avanzar, especialmente para las naciones en vía de desarrollo como Venezuela. Si Inglaterra aprovechó la primera revolución industrial, EE.UU. y Europa Occidental la segunda y algunos países de Asia la tercera, no es descabellado pensar que países como Venezuela puedan aprovechar la cuarta revolución industrial para catalizar su desarrollo. Sin embargo, que Venezuela pueda aprovechar las oportunidades que le ofrece la cuarta revolución industrial dependerá de su voluntad de producir una sociedad libre, donde los derechos individuales sean respetados y se le permita innovar en paz a los privados.