Las lecciones de Suecia para EE.UU.
Johan Norberg dice que la historia sueca real es que una economía laissez faire convirtió a un país pobre en uno de los más ricos del mundo, luego experimentó con el socialismo y esto llevó la economía al borde del colapso, lo que condujo a los suecos a apoyar las reformas de mercado de la década de 1990.
Por Johan Norberg
Cuando se le pregunta si puede mencionar un solo ejemplo de país donde el socialismo haya funcionado, el Senador Bernie Sanders (Representante Independiente por el estado de Vermont) dice que sí, pero señala que no es la Unión Soviética donde pasó su luna de miel ni algún otro país donde el gobierno de hecho haya sido propietario de los medios de producción. En cambio, dice, “deberíamos mirar a países como Dinamarca, como Suecia y como Noruega”. De igual forma, la Representante Alexandra Ocasio-Cortez (Representante Demócrata de Nueva York) ferozmente rechaza cualquier sugerencia de que ella quiere convertir a EE.UU. en Venezuela. Aparentemente, ella prefiere convertirla en una gran Suecia o Dinamarca.
Tarde o temprano, los socialistas estadounidenses siempre vuelven a Suecia o a algún otro país nórdico. Hay buenas razones para hacerlo. Por alguna razón, los países que los socialistas originalmente señalaban como ejemplo siempre terminaron con colas para obtener pan y campos de trabajo. Pero siempre está ahí Suecia: decente, funcionando bien, sin presentar ninguna amenaza, y con credenciales democráticas impecables.
Solo hay un problema: Suecia no es socialista.
Si Sanders y Ocasio-Cortez realmente quieren convertir a EE.UU. en Suecia, ¿cómo se vería? Para EE.UU., esto implicaría, por ejemplo, más libre comercio y un mercado de productos menos regulado, no existirían Fannie Mae o Freddie Mac, y las licencias ocupacionales y las leyes de salarios mínimos serían abolidas. EE.UU. también tendría que eliminar los impuestos sobre la propiedad, las donaciones y las herencias. Incluso después del reciente recorte de impuestos, EE.UU. todavía tendría que reducir ligeramente su impuesto corporativo. Los estadounidenses tendrían que reformar la seguridad social, dejando de ser un sistema de beneficios definidos para ser uno que introduzca cuentas privadas. También necesitarían adoptar un sistema comprensivo de vouchers escolares bajo el cual las escuelas privadas reciben el mismo financiamiento por estudiante que las escuelas públicas.
Si esto es el socialismo, considéreme un camarada.
Entonces, ¿por qué es que tantas personas asocian a Suecia con el socialismo? Por la misma razón que la asocian con ABBA y el amor libre: sus percepciones están estancadas en la década de 1970. En ese momento era razonable decir que Suecia estaba moviéndose hacia el socialismo. Pero fue una aberración en la historia de Suecia —una aberración que casi destruyó nuestro país.
En la década de 1970, muchos extranjeros observaron de manera detenida a Suecia por primera vez, y se quedaron impresionados al descubrir un país que combinaba la intervención masiva del gobierno en la economía con una calidad de vida muy alta. Suecia parecía haber cuadrado el círculo. Pero era como la vieja broma: ¿cómo puedes acabar con una gran fortuna? Empezando con una aún más grande.
Tan temprano como 1950, Suecia se había convertido en la cuarta economía más próspera del mundo, y no había nada misterioso acerca de su progreso. Suecia también era la quinta economía más libre del mundo en ese entonces, según el análisis realizado por Robert Lawson y Ryan Murphy del O’Neil Center for Global Markets and Freedom en la Escuela de Negocios Cox de la Southern Methodist University. En 1950, los impuestos constituían tan solo 21 por ciento del producto interno bruto (PIB) de Suecia, un nivel más bajo que en EE.UU., y alrededor de 10 puntos porcentuales por debajo del nivel de países como Gran Bretaña, Francia y Alemania Occidental.
La revolución liberal de Suecia
Esta era de un gobierno más limitado era el resultado de una transición mucho más temprana. A mediados del siglo IX, el gobierno sueco había sido tomado por un grupo de liberales clásicos liderados por el ministro de finanzas, Johan August Gripenstedt, quien le atribuyó a Frédéric Bastiat el haberle abierto los ojos con respecto a la superioridad de los mercados libres. En un tiempo corto, estos liberales abolieron el sistema de gremios, eliminaron las barreras comerciales, desregularon las empresas y los mercados financieros, y empezaron a desmantelar la discriminación legal en contra de las mujeres. También implementaron un sistema migratorio abierto, lo cual condujo de manera instantánea a que los suecos se suban a casi cualquier barco que los podía llevar a EE.UU. Allí, encontraron las ideas acerca de la libertad humana y de la organización de las empresas, las cuales inspirarían a sus compatriotas en casa todavía más.
Gripenstedt había prometido que sus reformas ayudarían a convertir a su país desesperadamente pobre en uno de los más ricos de Europa y por esto muchos se burlaron de él cuando dejó el gobierno en 1866. Los críticos conservadores lo llamaron cobarde por dejar el gobierno justo cuando la gente estaba empezando a ver cómo sus políticas habían destruido al país. Los críticos insistían en que desmantelar los controles estatales destruiría la economía y que la competencia extranjera dejaría a la industria sueca en la ruina.
Pero Gripenstedt resultó tener la razón. Las reformas desataron la industrialización de Suecia. Desde 1870 hasta 1913, el PIB per cápita de Suecia aumentó un 2 por ciento al año, 50 por ciento más rápido que el resto de Europa Occidental. Durante este periodo, el gasto público no sobrepasó una decena del PIB. Luego Suecia se mantuvo fuera de dos guerras mundiales, mientras que mantuvo los mercados abiertos y los impuestos bajos, aunque expandiendo el tamaño del gobierno de manera más cautelosa que otros.
Los social-demócratas rápidamente se volvieron el partido pragmático luego de llegar al poder en 1932, y algunos social-demócratas fueron de hecho partidarios del libre mercado y del libre comercio más consistentes que muchos en la derecha. El partido entendió que las grandes empresas multinacionales traían los productos, así que proveyó condiciones muy amigables y generosas deducciones de los costos de capital. Los socialistas suecos dejaron que el mercado se mantuviera libre para crear riqueza y se contentaron con redistribuir parte de ese resultado —pero no demasiado como para amenazar la creación de riqueza.
Más que otros países, Suecia se adhirió al libre mercado, y la competencia internacional aseguró que las empresas continuaran reestructurándose e innovando. Los sindicatos permitieron que los sectores antiguos como la agricultura, las embarcaciones y los textiles fueran lentamente apagándose, siempre y cuando nacieran nuevas industrias que las reemplazaran.
Un siglo después de la renuncia de Gripenstedt, sus esperanzas en torno a Suecia, que fueron objeto de muchas mofas, se habían convertido en realidad. Suecia ahora era uno de los países más libres y ricos del mundo.
También parecía ser el lugar perfecto para experimentar con el socialismo.
El experimento socialista
Gunnar y Alva Myrdal, los dos pensadores suecos social-demócratas más destacados del siglo XX, pensaron que los países escandinavos tenían las circunstancias ideales para tener un estado benefactor generoso. Eran países ricos con empresas competitivas que lo podían financiar todo. También tenían poblaciones homogéneas con una sólida ética de trabajo, servicios públicos que no eran corruptos y un alto nivel de confianza. Si no funcionaba allí, sería difícil creer que podría funcionar en lugar alguno.
Lentamente, pero constantemente, los social-demócratas intervinieron en la educación y la salud y crearon sistemas de seguridad social que proveían pensiones, beneficios de desempleo, de ausencia para padres nuevos y por enfermedad. Muchos beneficios eran proporcionales a la cantidad contribuida al sistema de tal manera que la clase media tuviera interés de respaldar el sistema.
Pero pronto, con los cofres abiertos y montandos en la ola socialista a nivel internacional, los social-demócratas aceleraron la toma de control de los negocios y la sociedad civil. Entre 1960 y 1980, el gasto público más que se duplicó, desde 31 por ciento del PIB hasta llegar a un 60 por ciento y los impuestos se dispararon. El gobierno empezó a regular las empresas y el mercado laboral en detalle. Los social-demócratas incluso empezaron a experimentar con sistemas para socializar a las empresas más importantes, una iniciativa denominada “el fondo de los ganadores de salarios”.
Esta es la versión del modelo sueco que llegó a capturar la atención del mundo, y la versión que Bernie Sanders recuerda. En el momento preciso en que el socialismo obtuvo su mayor prestigio internacional, aquí estaba un pequeño país democrático que parecía demostrar que el socialismo y la riqueza podrían darse juntos.
Pero era como tomar una foto de Elvis Presley al mismo tiempo y concluir que la forma de convertirse en el rey del rock n’roll era comer sándwiches de banano y tocino combinados con drogas bajo prescripción. La manera en la que Suecia se comportaba cuando llegó a la cima era lo opuesto de cómo logró llegar allí.
El infierno de Palme
Este era un momento de la gloria sueca solamente en los reportes de los periódicos estadounidenses y europeos. En realidad, este fue el momento de La rebelión de Atlas de Suecia. El talento y el capital huyeron de Suecia para escapar de los impuestos y de la tramitología. Las empresas suecas mudaron sus matrices e inversiones a lugares más amigables. IKEA se fue a Países Bajos y Tetra Pak a Suiza. Björn Borg y otras estrellas del deporte huyeron a Mónaco. La novelista famosa Vilhelm Moberg, que se había establecido en Suiza, se quejó de que el gobierno sueco era “un monstruo sin moralidad o sentido de la poesía”. El legendario cineasta Ingmar Bergman se fue a Alemania luego de haber sido acusado falsamente de haber evadido impuestos.
“Esto es el infierno”, dijo el Primer Ministro Olof Palme en una reunión a puerta cerrada, refiriéndose al fondo de los ganadores de salarios que ni siquiera él mismo podía respaldar. La economía sueca, que se había acostumbrado a superar a todas las demás economías industrializadas, ahora empezó a quedarse atrás de manera significativa. En 1970, Suecia era 10 por ciento más rica que el grupo G-7 de países ricos según su PIB per cápita. En 1995, era 10 por ciento más pobre. Durante ese periodo, ni un solo empleo neto se creó en el sector privado sueco.
En pocas palabras, las políticas socialistas ni siquiera funcionaron en Suecia, a pesar de las esperanzas de Gunnar y Alva Myrdal. La intervención masiva del estado había socavado no solo la productividad y la innovación, sino también las mismas bases que hicieron que Suecia pareciera ser el lugar ideal con el cual experimentar. La celebrada ética de trabajo permanecía intacta para aquellos que habían crecido bajo un sistema de mercados libres y responsabilidad personal, pero fue erosionada en las nuevas generaciones que solo habían experimentado impuestos altos cuando trabajaban y beneficios generosos cuando no lo hacían. La gente se estaba convirtiendo en “una población de tramposos”, exclamó un decepcionado Gunnar Myrdal.
La porción de suecos que dijeron que era aceptable mentir para obtener beneficios públicos aumentó de 5 por ciento en 1960 a 43 por ciento en el 2000. Luego de que fueran implementados unos generosos beneficios por ausencia debido a enfermedades, los suecos que objetivamente eran más sanos que cualquier otra población en el planeta de repente estaban tomándose tiempo libre del trabajo “por enfermedad” más que cualquier otra población —sospechosamente muchas veces los trabajadores masculinos faltaban al trabajo durante la temporada de caza y durante aquella de grandes eventos deportivos internacionales.
Durante algún tiempo, la bonanza estimulada por la deuda y la inflación mantuvieron la economía andando. Pero cuando eso se terminó en la década de 1990, Suecia sufrió un colapso espectacular. El desempleo se disparó y el déficit del presupuesto pronto llegó a 11 por ciento del PIB. Durante pocos días en 1992, el Banco Central trató de defender la moneda sueca con una tasa de interés de 500 por ciento.
La contra-revolución
Para este momento, un espectador ya había concluido que el experimento de Suecia con el semi-socialismo era “insostenible”, “absurdo”, y “podrido y perverso”. Esta no era la visión de un opositor ideológico del proyecto sino de alguien que hablaba desde una experiencia amarga: el Ministro de Finanzas social-demócrata Kjell-Olof Feldt.
Él concluyó: “Todo eso del socialismo democrático era absolutamente imposible. Simplemente no funcionó. No había otra forma de proceder más que las reformas de mercado”. Y esta fue la conclusión de la gente a través del espectro político. Un gobierno de centro-derecha bajo el Primer Ministro Carl Bildt entre 1991 y 1994 implementó una agenda radical de reformas para devolver a Suecia a su modelo clásico. Pero los social-demócratas también apoyaron muchas reformas.
Ellos redujeron el tamaño del estado en un tercio e implementaron un objetivo de superávit en las finanzas públicas. Redujeron los impuestos y abolieron aquellos sobre la riqueza, la propiedad, las donaciones y la herencia. Las empresas estatales fueron privatizadas y los mercados de servicios financieros, electricidad, comunicaciones, telecomunicaciones y otras áreas fueron liberalizados. Suecia también ingresó a la Unión Europea para obtener acceso sin aranceles a sus mercados más importantes. En Bruselas, Suecia se convirtió en una voz líder a favor del control fiscal y de la desregulación.
Suecia implementó la libertad para elegir y la competencia en el sector público y creó un sistema de vouchers escolares. Y, para sorpresa de los extranjeros, los social-demócratas y los partidos de centro-derecha acordaron acabar con el sistema de reparto de seguridad social y reemplazarlo con contribuciones definidas y cuentas privadas. Ahora los pagos de pensiones dependen del desarrollo de la economía, no de las promesas de los políticos.
Esto fue algo transformacional. Entre 1980 y 2000, Suecia aumentó 2 puntos sobre una escala de 10 en el Índice de Libertad Económica del Fraser Institute, comparado con 0,5 para el EE.UU. de Reagan y 1,8 para la Gran Bretaña de Thatcher. Por supuesto, Suecia empezó desde un punto más bajo, pero aún así esta fue una escalada considerablemente empinada.
Desde ese entonces, la economía sueca superó una vez más a sus vecinos. Aún cuando las reformas fueron dolorosas para muchos sectores y grupos, estas fueron beneficiosas para la población en general. Entre 1970 y 1995, cuando el mundo pensó en Suecia como el paraíso para los trabajadores, la inflación se comió casi todos sus aumentos de salario. Desde 1995, en cambio, los salarios reales han aumentado en un 65 por ciento.
“La fórmula exitosa de los social-demócratas es retórica socialista pero políticas de centro-derecha”, como lo resumió Björn Rosengren, el ministro de industria social-demócrata.
El gasto público y los impuestos ahora han vuelto a los niveles normales de Europa Occidental. El gasto social constituye 26 por ciento del PIB, comparado con 29 por ciento en Bélgica y 31 por ciento en Francia. Pero todavía es mucho más alto que en EE.UU. El gobierno sueco provee a sus ciudadanos atención médica, cuidados infantiles, universidades gratuitas y faltas subsidiadas para padres nuevos y por enfermedad en el trabajo.
Cobrándole impuestos a los trabajadores
La razón por la cual no ha habido mayores caídas en la economía es algo que los suecos no están orgullosos de admitir. El sistema tributario no está construido para exprimir a los ricos —son muy pocos, y en la década de 1970 quedó demostrado que la economía depende demasiado de ellos. En cambio, Suecia exprime a los pobres. Estos son contribuyentes leales, no pueden costear abogados tributarios, y nunca mudan sus activos a las Bahamas.
En Suecia, 97 por ciento de la recaudación tributaria por impuestos sobre los ingresos proviene de los impuestos proporcionales en la nómina de trabajo y de impuestos uniformes regionales, fijados en alrededor de un tercio del ingreso de todo el mundo. Solo 3 por ciento de la recaudación total por impuestos sobre los ingresos proviene de “cobrarles impuestos a los ricos” específicamente. El sistema de EE.UU. es mucho más progresivo. Según la última comparación de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el 10 por ciento con ingresos más altos en EE.UU. pagan un 45 por ciento de lo recaudado por impuestos sobre el ingreso. En Suecia, ellos pagan menos del 27 por ciento. Si Sanders y la Senadora Elizabeth Warren (Representante Demócrata de Massachusetts) se quejan de que los ricos no pagan “su porción justa”, realmente deberían odiar al modelo sueco.
Además, más de un cuarto del ingreso del gobierno se deriva de impuestos sobre el consumo, los cuales los pobres pagan de igual forma que los ricos por cada ítem comprado. Esto incluye un impuesto al valor agregado sobre la mayoría de los productos.
Los socialistas suecos han aprendido la lección que a los socialistas en otros países se les hace difícil de comprender: usted puede tener un gobierno grande, o puede hacer que los ricos paguen todo. Pero no puede tener las dos cosas.
Así que esta es la historia real acerca del modelo sueco. La economía laissez-faire convirtió un país pobre en uno de los países más ricos del planeta. Luego experimentó con el socialismo brevemente en la década de 1970 y 1980. Esto hizo famoso al país, pero casi lo destruyó. Aprendiendo de este desastre, la izquierda y la derecha han liberalizado la economía sueca más que otros países, dentro de un consenso relativo y aún cuando todavía dista mucho de su pasado liberal clásico.
La historia de Suecia vale la pena ser recordada cuando, como muestra una reciente encuesta Pew, 42 por ciento de los estadunidenses sostienen una visión positiva del socialismo. De hecho, 15 por ciento de quienes se describen como Republicanos tienen una visión positiva del socialismo. Esto es fácil para ellos. Nunca lo experimentaron. Al mismo tiempo, otra encuesta mostró que no más de 9 por ciento de los suecos se describen como socialistas. De manera que, sorprendentemente, parece que hay menos socialistas en Suecia que en el Partido Republicano de EE.UU.
Un sueco que se niega a llamarse así mismo socialista es Goran Persson, el primer ministro social-demócrata entre 1996 y 2006. ¿Por qué? La televisión sueca le preguntó en una ocasión. “Oh”, respondió, “usted luego se ve mezclado con tantos locos”.
Este artículo fue publicado originalmente en Cato Policy Report (EE.UU.), edición Enero/Febrero 2020.