Las consecuencias mortales del eco-imperialismo

Por Steven Milloy

La burocracia de las Naciones Unidas sobre el calentamiento global se ha reunido en Milán para considerar cómo revivir el casi difunto tratado internacional sobre calentamiento global conocido como el Protocolo de Kyoto. La reciente noticia de que Rusia podría decirle "nyet" al tratado terminaría de sellar su fracaso.

"Un número de inquietudes han sido planteadas sobre el ligamen entre el dióxido de carbono y el cambio climático el cual pareciera no ser convincente y claramente representa frenos sumamente serios al crecimiento económico que parecen ser injustificados", dijo un asesor del presidente ruso, Vladimir Putin.

Las deficiencias económicas y científicas son buenas razones para rechazarlo. Otra razón que no es mencionada lo suficiente, sin embargo, es expuesta de manera convincente por Paul Driessen en su nuevo libro, Eco-imperialismo: Poder Verde, Peste Negra.

Driessen, un académico de la Atlas Economic Research Foundation y antiguo miembro de organizaciones como el Sierra Club y Zero Population Growth, revela cómo el movimiento ideológico ambientalista—compuesto esencialmente por estadounidenses y europeos ricos y de tendencias izquierdistas—quiere imponer sus puntos de vista sobre miles de millones de africanos, asiáticos y latinoamericanos pobres.

El eco-imperialismo viola los derechos humanos más básicos de esta gente, sostiene Driessen, y les niega oportunidades económicas, la posibilidad de una vida mejor, y el derecho a erradicar enfermedades en sus países que desaparecieron hace mucho tiempo en Estados Unidos y Europa.

Por ejemplo, el actor de Hollywood y eco-imperialista Ed Begley Jr., predica que "las dos formas de energía más abundantes en La Tierra son la solar y la eólica... Les resulta más barato a todos en África tener electricidad en donde la necesitan, en sus chozas".

Driessen señala, sin embargo, que mientras los paneles solares serían una mejora increíble con respecto a las condiciones "actuales" en muchas áreas de los países menos desarrollados, no son más que una solución superficial para las deficiencias eléctricas críticas de los países pobres.

"Los paneles solares proveen suficiente energía nada más que para las necesidades básicas, y la electricidad fotovoltaica de gran escala es mucho más cara de la que es producida por el carbón, gas natural, y plantas nucleares o hidroeléctricas. El poder eólico tiene las mismas deficiencias. Para los países pobres donde pocos tienen acceso a la electricidad, éstas no son consideraciones vacías", indica Driessen.

El movimiento ambientalista "ha utilizado repetidamente la supuesta amenaza de una catástrofe ecológica—como el calentamiento global—para imponer sus deseos sobre la gente que necesita energía y progreso de manera más desesperada", agrega.

En la provincia de Gujarat, en la India, un proyecto hidroeléctrico fue detenido luego de que eco-activistas presionaron a las agencias crediticias internacionales para que retiraran el apoyo financiero. La represa tuvo que ser cancelada debido a que "cambiaría el curso del río, mataría a pequeñas criaturas a lo largo de su rivera y desarraigaría a pueblos tribales del área", dijo un eco-activista.

"Los 'pueblos tribales' locales, sin embargo, no parecen apreciar su intervención", indica Driessen. "Un residente se refirió furiosamente al trabajo de los activistas como 'un crimen contra la humanidad', ya que el proyecto habría brindado electricidad a 5.000 villas; energía renovable de bajo costo para industrias y plantas de tratamiento de aguas negras; irrigación para las cosechas; y agua potable para 35 millones de personas".

El libro de Driessen no se limita al calentamiento global y a los problemas energéticos de los países pobres. El capítulo "Mosquitos Sostenibles—Gente Prescindible" describe la actual tragedia de la cruzada de los eco-activistas contra el DDT.

"Nuestra familia y comunidad están sufriendo y muriendo de [malaria], y muchos europeos y ambientalistas solo hablan de proteger al ambiente", dice una empresaria ugandés de 34 años con malaria. "Pero, ¿qué sucede con la gente? Los mosquitos están por todas partes. Uno cree que está seguro, pero no es así. Los europeos y estadounidenses pueden costear engañarse a sí mismos sobre la malaria y los pesticidas. Pero nosotros no podemos", dijo ella.

La mujer ugandés es solamente una de más de 300 millones de víctimas anuales de malaria en el Tercer Mundo. Entre dos y tres millones mueren cada año. "Más de la mitad de las víctimas son niños, quienes mueren a una tasa de dos por minuto ó 3.000 por día—el equivalente a 80 buses escolares completamente llenos lanzados cada día por un despeñadero", explica Driessen.

A pesar de la actual historia de terror en cuanto a salud pública, el Programa Ambiental de las Naciones Unidas, el Banco Mundial, Greenpeace, Red de Acción para Pesticidas, Fondo Mundial para la Vida Salvaje, Doctores por la Responsabilidad Social, y otros grupos eco-imperialistas se oponen al uso del DDT—la única solución práctica para la crisis de la malaria. La trastornada actitud de los eco-imperialistas hacia los países pobres es quizás descrita de manera más aterradora por Robert S. Desowitz en otro libro de lectura obligatoria, The Malaria Capers (W.W. Norton, 1991).

Desowitz reporta que un funcionario de la Agencia Internacional para el Desarrollo de Estados Unidos llamado Edwin Cohn dijo que "El Tercer Mundo no requería de una fuerza laboral saludable debido a que existía un superávit de trabajadores; mejor que alguna gente se enfermara con malaria y difundiera alrededor las oportunidades de trabajo".

No debería existir duda alguna, entonces, sobre el subtítulo de Eco-imperialismo: El poder verde de hecho significa una peste negra.

Traducido por Juan Carlos Hidalgo para Cato Institute.