Las causas del crecimiento económico
por Reuven Brenner
¿Qué quieren decir los políticos y economistas cuando prometen desarrollo, prosperidad y mayores estándares de vi
Por Reuven Brenner
¿Qué quieren decir los políticos y economistas cuando prometen desarrollo, prosperidad y mayores estándares de vida? ¿Existe algún objetivo medible, a través del cual se pueda juzgar si las personas en una sociedad en particular, o en el mundo, esperan que las innovaciones tecnológicas y políticas (incluyendo las de orden fiscal) sean beneficiosas y conduzcan a la creación de más riqueza? ¿Cómo se puede asegurar que una innovación financiera, un cambio en la estrategia de una compañía, o un cambio en la política de gobierno mejore o agrave una sociedad?
La respuesta a estas preguntas es que los cambios en el valor total de mercado de las empresas en una sociedad (el valor de la deuda y bienes en el mercado), agregado al valor de mercado de las obligaciones pendientes de su gobierno, sería el mejor baremo para cuantificar las expectativas, por supuesto siempre que los mercados financieros sean profundos y transparentes. Cuando esta suma aumenta, ello significa que la capacidad de la sociedad para generar ingresos y reducir su deuda -privada o pública- ha aumentado también.
Por otro lado, cuando la suma descrita disminuye (medida en términos de una unidad relativamente estable, en vez de una moneda en particular), las personas dan indicios de que su gobierno o los ejecutivos de sus empresas están incurriendo y persistiendo en decisiones erróneas.
La razón es simple: los mercados financieros desarrollados y relativamente libres evitan la persistencia de los errores. Al hacerlo, redirigen rápidamente el uso de capital y aseguran que los ahorros y capitales se asignen de manera más eficiente.
Cuando la suma mencionada disminuye, ¿a dónde va la riqueza? Eso depende. Cuanto menor es la capacidad de mover capital y mayores son las restricciones sobre la inmigración de las personas, mayor es la posibilidad de que su valor reducido se pueda ver como una pérdida permanente. Con ello, todas esas cosas que se espera sean sólidas -el esfuerzo y la ingenuidad de las personas- se transforman en brisa tenue. Se pueden esperar más errores, y que sus efectos puedan durar mucho más.
El decremento refleja así expectativas disminuidas para la generación de futuros ingresos (ya que cada error es un costo). La generación de ingresos futuros es lo que significa el crecimiento y la capacidad de pago. Cuando se mueve el capital y las personas inmigran, sin embargo, la riqueza desaparece de un país y aparece en otro.
Hay pocos ejemplos mejores para ilustrar estas ideas que la riqueza creada por las diásporas de la historia, empujados a salir de sus patrias por la política y las regulaciones -armenios, chinos, hugonotes y judíos- así como los emigrantes pobres de Europa, que construyeron los nuevos continentes (pocos ricos salieron de Europa). Se puede ver brevemente cómo la migración de aquellas personas hábiles y energéticas dio lugar a muchos de los "milagros" económicos.
Hechos detrás de milagros
Los cuentos de Cenicienta de sociedades pobres o empobrecidas pasando súbitamente a otras más ricas provocaron admiración, envidia e intensas discusiones sobre por qué lo superado se vino abajo y lo abatido empezó a emerger. Los países productores de crudo del Medio Oriente no provocaron esas discusiones porque esos países encajan en el modelo de "tesoro descubierto".
¿Pero de qué manera pueden las sociedades generar riqueza cuando no sólo carecen de un recurso natural en particular, sino que además sufren las consecuencias de desastres? ¿Pueden otros países emularlos y lograr similares tasas de alto crecimiento?
El milagro de la Europa del siglo XVII no fue ni España ni Portugal, ya que ambos encajan en el molde de "tesoro descubierto", sino Holanda, cuyos riqueza se generó a pesar de los obstáculos naturales. Posteriormente vino Alemania Occidental, levantándose milagrosamente de las cenizas de la segunda guerra mundial. Hubo algunos milagros asiáticos que merecen atención, tales como Hong Kong y Singapur.
¿Qué tienen en común todos esos milagros?
Holanda fue la primera república europea que adoptó la libertad de culto (cuando Europa todavía discriminaba severamente cualquier variación de la ortodoxia "oficial") y con una clara definición de los derechos a la propiedad, abrió oportunidades para un comercio relativamente libre y la innovación financiera.
Sin embargo, sería engañoso decir que los holandeses lo lograron por sí solos. La apertura de la nueva república atrajo a Amsterdam a inmigrantes bien relacionados y educados, entre los que destacaron los mercaderes judíos y hugonotes, discriminados en otras partes de Europa y financieros, principalmente banqueros del norte de Italia. Ellos contribuyeron a convertir a Amsterdam en el centro financiero y comercial mundial del siglo XVII. Así, en Amsterdam se instaló la primera bolsa de valores del mundo, donde franceses, venecianos, florentinos y genoveses, así como alemanes, polacos, húngaros, españoles, rusos, turcos armenios e hindús comerciaban no solamente en valores sino también en otros sofisticados instrumentos financieros.
Gran parte del capital activo en Amsterdam era de propiedad extranjera, o de residentes nacidos en el extranjero. Hubo una globalización durante el siglo XVII, aunque nadie pensó en emplear ese término. La diferencia entre entonces y hoy, por supuesto, se da principalmente en la velocidad de los flujos de información.
Max Weber no se molestó en mirar las tendencias migratorias cuando salió con su especulación de que la religión -concretamente, la ética protestante- tenía de alguna manera mucho que ver con el éxito espectacular de Amsterdam, o de cualquier otra ciudad o estado comercialmente prósperos. Los inmigrantes educados y ambiciosos, con enlaces en todo el mundo, convirtieron a la Amsterdam del siglo XVII en un milagro. Y los mismos factores también explican otros milagros.
Las historias de Hamburgo, Hong Kong, Singapur, Taiwan y Alemania Occidental tienen mucho en común con la de Amsterdam, pero la religión compartida no es un factor. En cada uno de estos lugares, el estado proveyó un paraguas de ley y orden, impuso impuestos relativamente bajos, y dio a las personas una participación en lo que la sociedad de negocios estaba haciendo, atrayendo subsecuentemente a inmigrantes y empresarios de todo el mundo.
Sir Stamford Raffles diseñó Singapur como puerto a comienzos del siglo XIX y lo dotó de un sistema administrativo, legal, y educacional que estuvo abierto a toda la población multirracial. El comercio y la seguridad trajeron prosperidad a los inmigrantes pobres de Indonesia y, en particular, de China.
Taiwan (después del XVII), Singapur y Hong Kong les ofrecieron a los inmigrantes las oportunidades que les fueron denegadas en China, que estaba dominada primero por caciques guerreros y una burocracia consciente del estatus y luego por una burocracia comunista. Hong Kong se benefició de oleadas de inmigrantes de la China, en particular del influjo de los mercaderes y financieros de Shanghai cuando Mao Zedong "liberó" a China en 1949. Amsterdam subió a la prominencia cuando los mercaderes y financieros huyeron de la Península Ibérica en los siglos anteriores, cuando los hugonotes huyeron de Francia y los judíos huyeron de muchas partes de Europa.
Los inmigrantes de Shanghai iniciaron las industrias textil y naviera de Hong Kong. También establecieron una red de mercaderes, corredores de bolsa, inversionistas y fabricantes, como los judíos, italianos, armenios, parsis y otros lo hicieron en toda la historia en varias partes del mundo.
La "Ayuda" Exterior
El milagro alemán occidental de la posguerra encaja también en este patrón, aun cuando en la memoria popular su éxito está asociado al Plan Marshall. El impacto de esa ayuda se ha exagerado grandemente. Los historiadores y economistas (subsidiados por los gobiernos) son muy buenos para crear y perpetuar mitos. A veces los mitos se refieren a nacionalismos, sugiriendo falsamente que los milagros económicos se debieron al genio de personas que viven dentro de fronteras nacionales arbitrarias.
A veces se refieren al papel extremadamente positivo de la ayuda exterior. Ambos tipos de mitos justifican convenientemente el incremento del poder puesto en manos del gobierno. Los economistas estimaron que desde 1948 a 1950 la ayuda del Plan Marshall llegó a entre 5 y 10 por ciento del producto bruto europeo, aunque esos cifras son dudosos. Las estadísticas europeas de ese período subestiman ampliamente los ingresos nacionales debido a los extensos mercados negros derivados de las regulaciones de precios y tributos confiscatorios.
No hubo, después de todo, milagros en Europa después de la primera guerra mundial, cuando los préstamos y la ayuda a este continente fueron también estimados en un monto de alrededor del 5 por ciento de su producto interior bruto (PIB).
Lo cierto es que el mundo optó por menores tarifas luego de la segunda guerra mundial, cosa que no hizo después de la primera guerra. La inferencia correcta parecería ser que los milagros están ligados a las bajas tarifas más que a la ayuda exterior.
¿Entonces, qué alentó el milagro alemán occidental? De 1945 a 1961 Alemania Occidental aceptó a 12 millones de inmigrantes, en su mayor parte bien preparados. Casi 9 millones eran alemanes de Polonia y Checoslovaquia. Otros eran disidentes que huían del paraíso comunista de Alemania Oriental.
Aun cuando el movimiento de ese capital humano no apareciera en los libros en ese entonces, su importancia se puede inferir de la tasa significativamente alta de personas que trabajaban en relación al total de la población en Alemania Occidental frente a otros países en los años 50 y 60: 50 por ciento en Alemania frente a 45 por ciento en Francia, 40 por ciento en el Reino Unido, 42 por ciento en Estados Unidos, y 36 por ciento en el Canadá.
Y cuando el influjo europeo se detuvo, nuevas oleadas de trabajadores jóvenes y preparados arribaron desde las tierras mediterráneas. En otras palabras, el milagro alemán occidental no se debió a la ayuda exterior, sino a los mismos factores que generaron los milagros precedentes y posteriores en otras partes del mundo: la migración de gente preparada y los impuestos relativamente bajos.
Lecciones a considerar
Los chispazos de creatividad humana están siempre allí, probablemente distribuidos al azar en todo el mundo. La prosperidad, sin embargo, no se debe a nuevas ideas sino a la comercialización de estas ideas. Y los incentivos para comercializar las ideas dependen en gran medida de los impuestos y del acceso a los mercados financieros.
Las grandes ventajas de los mercados financieros privados son que descentralizan la toma de decisiones y evitan que persistan los errores. Así, cuando las empresas de pequeña escala satisfacen sus pruebas financieras, se expanden. Si fracasan, la pérdida de la sociedad es mucho más pequeña de lo que es en el caso del fracaso de grandes proyectos auspiciados por los gobiernos, a los cuales con frequencia no se les perrmite caer.
El gasto continuado en ese tipo de proyectos es justificado por un enorme ejército de economistas auspiciados también por el gobierno, que nunca falla en presentar teorías a medio cocer de los fracasos del mercado que han de ser remediados por los reguladores y burócratas altruistas e inteligentes de los gobiernos. La creación de este mito resulta en que el buen dinero se tira luego del malo.
Puede que los economistas del futuro traten de estimar exactamente qué parte del espectacular rendimiento de la economía estadounidense desde la segunda guerra mundial se pueda atribuir a la enorme migración hacia Estados Unidos de personas extremadamente bien preparadas, ambiciosas y bien relacionadas, desde diversas partes del mundo, un mundo que hace diez años era hostil a la iniciativa y esperanza.
Entonces se sabrá cómo la transferencia de ese capital humano inconmensurable ayudó a cubrir muchas políticas costosas y erróneas del gobierno.
Lo que debería estar claro desde el punto de vista de la evidencia histórica es que si el resto del mundo retiene a su gente talentosa, Estados Unidos no será capaz de atraerlos para cubrir sus costosos errores.