La verdad acerca de los déficits comerciales y los empleos
Daniel Griswold afirma que "Desde 1980, el PIB real de EE.UU. ha crecido a una tasa anual de 3,6 por ciento durante aquellos periodos en que el déficit comercial aumentaba, comparado con un crecimiento lento de 1 por ciento durante los periodos en que el déficit se encogía".

Tan predecible como la luna llena, la publicación mensual del Departamento de Comercio de EE.UU. de las cifras del comercio del país invariablemente provoca una respuesta uniforme por parte de los comentaristas económicos:
Si las importaciones se desaceleran y el déficit comercial se encoge, lo celebran como una buena noticia para el crecimiento y el empleo. Si las importaciones se aceleran y el déficit crece, lo consideran una mala noticia y “algo que socava el crecimiento”. Fue típico el comentario de hace un par de semanas de Peter Morici de la Universidad de Maryland, quien dijo, mientras los últimos números estaban siendo revelados, que “un creciente déficit comercial reduce el crecimiento y la creación de trabajos”.
La visión que predomina acerca de los déficits comerciales y el crecimiento se sostiene sobre la lógica keynesiana, simple pero equivocada, de que las importaciones representan una fuga de demanda hacia el extranjero. De acuerdo a esta visión, cada carro, mesa o camisa que nosotros importamos es un ítem menos que necesitamos producir para satisfacer la demanda doméstica, dejando a los estadounidenses sin trabajo y deprimiendo la producción en general.
La crítica defectuosa de los comentaristas sufre de una visión demasiado obtusa del comercio. Un déficit comercial no significa que esos dólares que se van al extranjero simplemente desaparecen. Estos vuelven rápidamente a EE.UU. Si no son utilizados para comprar nuestros productos y servicios de exportación, son utilizados para comprar activos estadounidenses —bonos de la Tesorería, acciones y bonos de corporaciones, bienes raíces y depósitos en bancos.
De esta manera, el déficit comercial de EE.UU. siempre y casi de manera precisa es compensado con un superávit de inversión extranjera en el país. El superávit neto de inversión extranjera que ingresa a EE.UU. cada año mantiene las tasas de interés a largo plazo bajas, previene el desplazamiento de la inversión privada debido al endeudamiento del gobierno y promueve la creación de trabajos mediante la inversión directa en fábricas y empresas estadounidenses.
En el sentido más amplio, nuestro comercio con el resto del mundo siempre está balanceado. En 2010, los estadounidenses compraron $4 billones de bienes, servicios y activos en el extranjero, mientras que los extranjeros compraron $4 billones de bienes, servicios y activos en EE.UU.
Los reportes regulares del Economic Policy Institute (EPI), amigables para con los sindicatos, muestran grandes pérdidas de empleos debido a los déficits comerciales y están basados en esta interpretación keynesiana y defectuosa del comercio. Los modelos del EPI ignoran los empleos creados por la inversión extranjera entrante y por los costos ahorrados a los hogares y empresas estadounidenses al poder comprar productos y servicios en mercados globales a precios mas competitivos.
En un reciente estudio del Cato Institute, titulado “El credo del balance comercial” (disponible solo en inglés aquí), yo examiné los últimos 30 años de desempeño económico de EE.UU. para poner a prueba la sabiduría convencional acerca de los déficits comerciales y el crecimiento. El estudio comparó cómo la economía estadounidense se desempeñó durante periodos en los cuales el déficit comercial de bienes y servicios estaba aumentando como porcentaje del PIB (1982-84, 1992-95, 1997-00, 2001-06 y 2009-10) con el desempeño en los periodos en que el déficit se contrajo (1987-92, 2000-01 y 2006-09). Los resultados muestran que la sabiduría convencional está precisamente equivocada.
Desde 1980, el PIB real de EE.UU. ha crecido a una tasa anual de 3,6 por ciento durante aquellos periodos en que el déficit comercial aumentaba, comparado con un crecimiento lento de 1 por ciento durante los periodos en que el déficit se encogía. Hasta ahí llegó la idea de que los déficits comerciales socavan el crecimiento.
A pesar de las preocupaciones acerca de la base industrial de EE.UU., la producción de manufacturas durante los periodos con un creciente déficit comercial aumentó en un 5,2 por ciento anual. Durante los periodos con un déficit comercial en declive (es decir, cuando la situación del déficit “mejora”), la producción de manufacturas se contrajo a una tasa anual de 2 por ciento.
Los déficits comerciales tampoco afectaron negativamente la bolsa de valores. Durante los periodos de un creciente déficit, el índice Standard & Poor’s 500 aumentó a una tasa anualizada de 11,3 por ciento. Durante los periodos de un déficit en declive, la bolsa de valores se estancó, avanzando con un promedio insignificante de 0,3 por ciento al año.
En cuanto a la cuestión políticamente sensible de los empleos, durante los periodos de un creciente déficit comercial, el empleo ha crecido a una tasa anualizada de 1,4 por ciento, comparado con un crecimiento de 0 por ciento durante los periodos en que el déficit se reducía. La tasa de desempleo cayó en un promedio de 0,4 puntos porcentuales al año durante los periodos en que el déficit comercial crecía, mientras que creció un doloroso punto porcentual al año durante los periodos en que el déficit disminuía —precisamente lo opuesto de lo que el defectuoso modelo del EPI hubiese predicho.
La verdad es que nuestros políticos deberían dejar de preocuparse acerca del déficit comercial. En cambio, deberían enfocarse en reducir su propio déficit fiscal mientras que maximizan la libertad de los estadounidenses comunes y corrientes para comprar y vender bienes, servicios y activos en los mercados globales, generando ganancias mutuas.
Este artículo fue publicado originalmente en The Washington Times (EE.UU.) el 14 de junio de 2011.