La trascendencia de la niñez: El caso argentino

Alberto Benegas Lynch (h) indica que muchas veces quienes se presentan como "educadores" en realidad son adoctrinadores militantes que contribuyen a cimentar el estatismo y el nacionalismo.

Por Alberto Benegas Lynch (h)

Hay una obra de Neil Postman titulada The Disappearance of Childhood que alarma a cualquier lector atento pero que desafortunadamente consigna verdades de a puño. Si creemos en el valor de lo que puede hacer el hombre en esta Tierra para que todos mejoremos, no podemos dejar de lado lo que ocurre en la niñez puesto que de allí parten todos los adultos del futuro.

Con gran acierto Postman apunta distintos aspectos de cómo hoy se trata a la niñez a través de los siguientes aspectos que deben tomarse con mucha seriedad. Primero, la falta de atención de los padres en los temas relevantes, especialmente en lo que se refiere a la educación o des-educación que reciben primero en sus hogares y luego en los colegios, situaciones en las que se han rebajado a límites inconcebibles los mojones de referencia respecto a los niveles de excelencia. Segundo, en esta misma línea argumental, se recurre a vocabulario soez tanto en el hogar como en los colegios por parte de padres y profesores.

Tercero, los padres permisivos que abren las puertas para que adolescentes lleguen a horas inauditas a sus hogares luego de salidas. Cuarto, hacen posible que ingieran altas dosis de alcohol. Quinto, les permiten desempeñarse como modelos en espectáculos muchas veces pornográficos.

Sexto, los incentivan a jugar a juegos en los que matar y destruir son los principales objetivos. Séptimo, en la vestimenta se tiende a borrar la frontera en entre el niño, el adolescente y el adulto. Octavo, hasta en los crímenes resulta difícil distinguir a menores de adultos por la saña con que son realizados los mismos. Y noveno, la idea del pudor y el sentido de vergüenza son borrados de la trasmisión de valores a la niñez.

Nada hay más importante que prestar atención a los requerimientos de los niños y realizar todos los esfuerzos para brindarles seguridad y contención en el contexto de la familia. Nada más importante que incentivar su autoestima y responder con prudencia y dedicación a sus reiteradas preguntas y averiguaciones. Nada más importante que inculcarles el respeto recíproco, la honestidad, la responsabilidad y el sentido del humor.

Digo con cuidado y prudencia porque debe ponerse todo en la debida dimensión y no adelantarse a lo que el niño quiere saber. Una vez, al regreso del colegio una estudiante le preguntó a su madre que quería decir “pene”. La madre contestó con cierta angustia que se reunirían a conversar esa noche, al efecto de contar con más tiempo para prepararse y responder adecuadamente. El tiempo antes del encuentro lo aprovechó la madre para consultar con el marido sobre la mejor estrategia, recurrir a Internet y preparar ilustraciones que fueran didácticas, siempre con el mayor cuidado posible. Llegada la hora de la reunión se encerraron en el cuarto de la progenitora y tras su largo discurso, la niña dijo “que raro todo lo que me decís, no veo relación con lo que sucedió hoy en el colegio porque la profesora nos dijo que rezáramos por el alma de la abuela de una alumna para que su alma no pene”.

La buena educación es la clave de todo, en primer término la informal en la familia y luego la formal en el colegio y la universidad. Cada uno tiene sus métodos y no hay para esto recetas universales, pero con mi mujer desde que nuestros hijos eran muy chicos establecimos el sistema de que en las comidas a la noche, todos los días, cada uno, incluyéndonos a nosotros, debíamos poner un tema. Cuando fueron más grandes especificamos que los temas en cuestión no se refirieran a noticias del momento y que todo el mundo conoce, ni se refiriera a nada que tuviera que ver con la política ni el dinero. Es decir circunscribirlos a lo que a cada uno le pasa en su interior o las ocurrencias que aparecen a raíz de lecturas. Esto lo aplicamos hasta que los tres se casaron y con buenos resultados en el sentido que pudimos formarlos con valores y principios sólidos.

Todas las tareas educativas para trasmitir valores y principios de una sociedad abierta resultan clave para lo cual se necesita estar muy atento, porque como reza el título de un libro de Macedonio Fernández “no todo es vigilia la de los ojos abiertos”.

El caso argentino es muy anterior a los textos obligatorios de “Evita me ama” y los engendros de La Cámpora, es necesario bucear en las raíces del problema. Para ello nada mejor que reiterar brevemente alguna información del notable ensayo de Carlos Escudé con el apoyo de una nutrida bibliografía, titulado El fracaso del proyecto argentino. Educación e ideología editado en 1990 conjuntamente por el Instituto Torcuato Di Tella y la Editorial Tesis, en el que todo el eje central apunta a mostrar que las faenas educativas estaban dirigidas a “subordinar el individuo al Estado” donde “el Estado no es la defensa del individuo y sus derechos” situación en la que “el individuo vive para servir a su Patria [generalmente con mayúscula]; así y no al revés, se define la relación esencial entre el individuo y estado-nación”.

Todo el desbarajuste educacional —a contramano de las ideas, principios y valores alberdianos— comenzó a manifestarse con crudeza durante la tiranía rosista. Luego, la revista “El Monitor de la Educación Común” fundada en 1881 y distribuida gratuitamente a todos los maestros, fue paulatinamente aumentando su nacionalismo e intervensionismo estatal en la educación, aun con las mejores intenciones que rodearon al Primer Congreso Pedagógico de 1882. Incluso la ley de Educación Común (la 1420) de 1884 subraya la importancia de la educación obligatoria y gratuita.

En los sucesivos artículos de la mencionada revista se advierte sobre la “desnacionalización que sufría la Argentina” diagnóstico que logró imponer una ley en 1908 “de ingeniería social” al efecto de “deseuropeizar” el país, “pero el objetivo primordial del proyecto educativo argentino, más que impulsar el progreso, fue el de adoctrinar a la población en un argentinismo retórico y esencialmente dogmático y autoritario, cuando no militarista” anticipada por la Ley de Residencia de 1902 por la que podía expulsarse a inmigrantes sin juicio previo y las arbitrariedades del creado Consejo Nacional de Educación que incluso tenía las facultades de reglamentar los programas de las escuelas privadas por medio de la Ley Lainez de 1905.
 
Las ideas vertidas en esa revista (“una paranoia”, dice Carlos Escudé) eran las de “el espíritu de raza” (Ernesto Quesada), “la pureza del lenguaje” (Mario Velazco y Arias), los inconvenientes de las escuelas de comunidades extranjeras “como la galesa” (Raúl B. Díaz), “homogenizar los estudios” (José María Ramos Mejía), “forjar una intensa conciencia nacionalista” y “el individualismo anárquico es un peligro peligro en todas las sociedades modernas, reagravóse como tal en la República Argentina por la afluencia del extranjero inmigrante” (Carlos Octavio Bunge), "en la conversación, en todos los grados, incluir con frecuencia asuntos de carácter patriótico” y “el extranjero que incesantemente nos invade” (Pablo Pizzurno), el “catecismo patriótico” en el que se leía el siguiente diálogo: “maestro—¿cuáles son los deberes de un buen ciudadano, alumno— el primero el amor a la patria, maestro— ¿antes que a los padres?, alumno— ¡antes que todo!” (Ernesto A. Bavio), el “Canto a la Patria” de Julio Picarel sobre el que Escudé aclara que “cito estos pésimos versos a riesgo de alinear al lector” y agrega el poeta de esta xenofobia que “los sonidos ejecutados por una banda militar llegan al oído del niño como un lenguaje fantástico y fascinador”, “el Honorable Consejo Nacional de Educación, al inaugurar la bien meditada serie de medidas tendientes a fortificar el alma de los niños argentinos, el sentimiento augusto de la Patria y a convertir la escuela en el más firme e indiscutible sostén del ideal nacionalista” (Leopoldo Correijer), “la escuela argentina tiene un carácter completamente definido, ella es el agente de nuestra formación nacional” (Juan G. Beltrán), “formemos con cada niño un idólatra frenético por la República Argentina” (Enrique de Vedia), “la escuela oficial, única que mantiene puro el espíritu de la nacionalidad en pugna con la particular cuyo florecimiento es de profusión sospechosa” (Bernardo L. Peyret), “quienes no están conformes con la orientación nacionalista que el Consejo ha dado a la enseñanza, deben tener la lealtad de renunciar al puesto que desempeñan en el magisterio” (Ángel Gallardo), nacionalismo solo realizado eficazmente “en la escuela porque es allí donde hemos de realizar la unidad moral de la raza argentina” (Ponciano Vivanco), “el amor a la patria para ser fecundo debe tener carácter de una religión nacional y ese culto a la Patria no se concibe sin la fuerza nacional” (Francisco P. Moreno).

Por supuesto que a la abundante lista referida por Escudé —casi todos antisemitas— no faltan los nombres de los nacionalistas Ricardo Rojas (“las escuelas privadas son uno de los factores activos de la disolución nacional”), Manuel Carlés, ambos con escritos absolutamente contrarios al cosmopolitismo y al respeto recíproco adornados como es el caso de este último autor con cánticos inauditos como el del “Himno a la Nueva Energía” a lo que deben añadirse los numerosos escritos del nacionalsocialista y judeofóbico Manuel Gálvez.

El general Agustín Justo designó al nazi Gustavo Martínez Zuviría como Presidente de la Comisión Nacional de Cultura, personaje que fue designado Ministro de Justicia e Instrucción Cívica en la revolución militar de 1943 que desembocó en el peronismo, desafortunadamente fue imitado, con diversos estilos, por todos los gobiernos que siguieron.

A los nombres mencionados cabe agregar todavía muchos otros como los de Carlos Ibarguren, el sacerdote ultra nazi Julio Meinvielle, Leopoldo Lugones y tantos otros que sentaron las bases para que luego penetrara el cepalismo, el keynesianismo, el marxismo y todas las variantes totalitarias y planificadores de las vidas y haciendas ajenas donde “lo nuestro” es siempre un valor y lo foráneo siempre un desvalor por lo que se incita a la pesadilla de un sistema de cultura alambrada. Una vez que se idolatra la patria escindida del respeto recíproco y las libertades individuales, está preparado el camino para el mesías del momento indefectiblemente encarne la patria.

Estas y otras reflexiones deben ser expuestas a los niños y adolescentes para formar elementos de juicio al efecto de estar en guardia de quienes se presentan como “educadores” y en realidad no son mas que adoctrinadores militantes que contribuyen a colocar férreos candados mentales.

Por último, es del caso citar a Amy Chua, la autora de la célebre obra titulada Battle Hymmn of the Tiger Mother donde enfatiza la necesidad de la búsqueda permanente de la excelencia y, al mismo tiempo, ser humilde, en cuyo contexto finalmente aconseja: “Asegúrese de ser el primero para así tener algo en que ser humilde”.