La trampa de las malas ideas

Por Franklin López Buenaño

Bryan Caplan, joven economista y profesor de la Universidad George Mason, sostiene que hay países que caen en la trampa de malas ideas. Caplan describe así la trampa: malas ideas engendran malas medidas y las malas políticas resultan en pobres desempeños económicos. Lamentablemente, los pobres resultados económicos, en lugar de dar paso a buenas ideas, llevan a los pueblos a refugiarse en ideas cada vez peores, con resultados cada vez más nocivos. Este proceso conduce, tarde o temprano, a regímenes extremistas y a crisis económicas profundas. A esto hay que añadir que las malas ideas también desembocan en gobiernos despóticos y gobernantes megalómanos. Esto es precisamente lo que ha ocurrido en el Ecuador. Las malas ideas que se iniciaron con el cepalismo en la década de los años 60 han culminado en un régimen que propone un proyecto político destinado a lanzar a la economía por un despeñadero.

El proceso por el cual un país cae en la trampa de las malas ideas es extremadamente complejo. Veamos un caso hipotético, aunque no alejado de la realidad. Una mala idea es aquella que sostiene que los empresarios explotan a los obreros pagando sueldos de miseria. Para corregir el problema, se impone un salario mínimo (una mala medida). Si el empresario puede transferir el aumento de este costo a los consumidores lo hace (mala consecuencia económica). El aumento de precios se atribuye a los especuladores que supuestamente acaparan el producto (mala idea). Se recurre entonces al control de precios (mala medida). El control de precios propicia mala calidad de productos, contrabando y mercados negros (malas consecuencias económicas). Estos males se imputan a la falta de moralidad de los ciudadanos o a la falta de conciencia social de los empresarios (mala idea). Para remediar la mala calidad, se establecen regulaciones, normas, superintendencias (malas políticas). Estas medidas aumentan aún más los costos de producción (mala consecuencia económica).

El proceso es complejo porque una misma causa tiene varios efectos. Por ejemplo, si los empresarios no pueden transferir a los clientes el costo del salario mínimo, reducen el empleo (mal resultado económico). La reducción del empleo se atribuye al afán de lucro de los empresarios (mala idea). Para evitar el despido de trabajadores se imponen leyes laborales que lo hacen prohibitivo o demasiado costoso (mala política). Los empresarios reducen sus planes de inversión o expatrian capitales (mal resultado económico). La fuga de capitales se atribuye al poder económico del sistema financiero internacional (mala idea). Entonces se imponen controles a la salida de divisas (mala política). El resultado es menor inversión nacional y extranjera. En cada uno de estos eslabones hay ramificaciones y en esta complejidad se pierden las conexiones entre causas y efectos.

Los socialistas pretenden ser dueños de “la preocupación por los pobres”, lo cual no es verdad. No existe ser humano —en sano juicio— que no sienta esa preocupación. Pero han logrado convencer que los de la “derecha” están más preocupados por sus intereses propios que por “el de los demás”. Y que ser de derecha es ser “egoísta”, mientras que ser socialista es ser “altruista”. Nada más lejos de la realidad, pero una mentira repetida cientos de miles de veces suena a verdad.

La gran diferencia no está entre el egoísmo y el altruismo; la gran diferencia radica en el “cómo”. Y es en el cómo donde el socialismo se ha equivocado de principio a fin. Mientras la izquierda pretende derrotar a la pobreza redistribuyendo riqueza o ingresos, sostenemos que la pobreza se reduce generando más riqueza y esto se logra permitiendo que cada uno, dentro del derecho y la igualdad ante la ley, busque y se afane en lograrlo como más crea conveniente. Esta gran diferencia hace que el socialismo sea inviable e ineficaz para lograr precisamente lo que usa como bandera de lucha: erradicar la pobreza.

La premisa que caracteriza a la izquierda es la redistribución de la riqueza o del ingreso. Esa propuesta implica que hay que “quitar a unos para dar a otros”, pero —por muy buenas las intenciones que estén detrás— es allí dónde se origina la trampa en la que cae el socialismo. La trampa se origina en la mala idea de que la riqueza es un fenómeno de suma cero y la redistribución del ingreso es la mala práctica que predomina y que ha llevado al pueblo a malos gobernantes como Correa y Chávez.

Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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