La tentación neoconservadora en España

Por Lorenzo Bernaldo de Quirós

La derrota electoral del Partido Popular en las elecciones del pasado 14-M fuerza a definir o redefinir los fundamentos doctrinales del centro-derecha español. A lo largo del período 1996-2004, los rasgos básicos del ideario popular venían definidos por una peculiar síntesis de la tradición liberal y de la conservadora. La legislatura 2000-2004, con excepción de la economía, se caracterizó por un predominio no tanto del contenido pero sí del estilo del conservadurismo, en especial, de los “neocons” norteamericanos. A la vista de las publicaciones de FAES y de sus relaciones con algunos de los “think tanks” estadounidenses, la tentación de convertir el discurso del centro-derecha español a los supuestos teóricos de los “neocons” se convierte en una hipótesis de trabajo bastante probable. El colapso del socialismo real y la crisis de la socialdemocracia han contribuido a desintegrar, muerte de éxito, la coalición liberal-conservadora que presidió la escena de la Guerra Fría en las principales sociedades desarrolladas. Por eso, el debate de las ideas es ahora más vivo dentro de la derecha que entre ésta y la izquierda.

El neoconservadurismo se define por un rasgo fundamental: Una visión más intervensionista del Estado en la economía, en la sociedad, en la cultura, en la moral y en las relaciones internacionales que la profesada por los liberales y por los conservadores clásicos. No en vano el término neoconservador fue acuñado por un socialista, Michael Harrington. La mayoría de los “neocons” proceden de la izquierda, básicamente de su rama troskista, y tienen una aproximación al papel de los poderes públicos bastante benéfica siempre que éste al servicio de lo que ellos consideran la buena sociedad. De ahí su tendencia a utilizar la coerción para lograr sus fines. Sus héroes políticos son los dos Roosvelt, Teodoro y Franklin, los presidentes norteamericanos que más contribuyeron a extender el poder estatal en la pasada centuria. El Estado de los neoconservadores es expansivo, siempre y cuando, responda a su concepto ideal de sociedad.

La aproximación neoconservadora a las relaciones internacionales es la expresión externa del intervensionismo interno. De hecho tiene un fuerte aroma troskista, la revolución permanente, eso sí al servicio de los principios de la democracia y de un cierto tipo de capitalismo. Como los liberales y los conservadores clásicos, los neoconservadores se opusieron siempre y con razón a la coexistencia con la URSS pero a diferencia de ambos defienden una concepción imperial de los EE.UU. como la descrita por Max Boot en su ensayo del Weekly Standard “The Case for American Empire”. La idea de una Pax Americana de carácter universal es la utopía de los “neocons” que tienen prisa y desean lograr la implantación de sus ideales utilizando la fuerza militar, si ello es necesario, para construir la Arcadia feliz. Con independencia de la deseabilidad de ese planteamiento, cara a quien escribe estas líneas, parece obvio que los hechos son tercos y que los diseños de papel formulados en los laboratorios de ideas neoconservadores no siempre funcionan y a menudo producen resultados contrarios a los esperados.

Desde una óptica española, la posible apuesta del centro-derecha por el neoconservadurismo sería absurda y contraproducente. De entrada es un producto típicamente norteamericano en lo referente a la política exterior y está demasiado cercano a los supuestos de la vieja derecha española en lo concerniente a los asuntos domésticos. En Hispania, una estrategia de corte imperial en el ámbito internacional es ridícula por ser materialmente inviable y la apuesta por un Estado que impone por decreto su peculiar concepción de la moral es inaceptable. Si a eso se une la propensión neoconservadora al intervensionismo económico, su retórica, guardadas las distancias democráticas, parece una versión postmoderna del franquismo. Alrededor de los principios neoconservadores es imposible construir una coalición social mayoritaria en la España del siglo XXI y de ello deberían tomar nota algunos ideólogos del PP.

La Administración Bush es un clara expresión de los errores ideológicos del neoconservadurismo. En el ámbito económico ha fomentado el proteccionismo, la irresponsabilidad fiscal y presupuestaria, el aumento del tamaño del Estado. En el político tiende a utilizar la coerción estatal como un instrumento esencial para lograr sus metas y/o conjurar riesgos reales o imaginarios. Esto no tiene nada que ver con el “reaganismo”. Reagan intentó reducir el peso del Estado. Combatió el deterioro de la ética social, la crisis de la institución familiar, la pérdida de religiosidad mediante la persuasión pero no a través de la coerción. Esa es una diferencia radical entre los presupuestos liberales y los neoconservadores. En el peor de los casos, George W. Bush es heredero de los políticos que representaron el Gran Gobierno; en el mejor es una vía intermedia entre el liberalismo de Reagan y el centrismo de Clinton. De cualquier manera, sus resultados son muy inferiores a los de sus dos predecesores.

La seducción de ciertos sectores del Partido Popular por el neoconservadurismo no serían inquietantes si se limitasen a ser un ejercicio académico. El problema es su deseo o su tentación de convertir ese ideario en el núcleo duro de la alternativa popular. Si esto sucede, el PP se transformará en una exótica y, sin duda, interesante formación marginal sin posibilidades de recuperar el poder. Es curioso que quienes se escandalizaban ante los “excesos” de Reagan y de Thatcher sucumban con entusiasmo a los cantos de sirena de los “neocons”.