La "solidaridad" estatal
Hana Fischer señala la creciente desilusión de los latinoamericanos con la democracia y cree que esto se debe a que muchos no comprenden en dónde reside su valor y consideran que la "solidaridad" puede y debe ser impuesta desde el estado.
Por Hana Fischer
Los latinoamericanos están desilusionados con la democracia. En consecuencia, sienten cada vez más desapego hacia ella. Eso es lo que surge del informe 2017 de Latinobarómetro. En el referido documento se indica que por quinto año consecutivo, ha bajado el respaldo hacia ella, a pesar de que en muchos países ha habido crecimiento económico.
Afirma, que el “declive de la democracia se acentúa en 2017, con bajas sistemáticas del apoyo y la satisfacción de la democracia, así como de la percepción de que se gobierna para unos pocos”. En el referido año, tan solo el 53% de los ciudadanos tenía una visión positiva hacia ella. Un proceso similar afecta a los gobernantes: cada año los latinoamericanos los aprueban menos.
Los autores del referido informe subrayan, que como es una caída lenta y paulatina de diversos indicadores, no provocan alarma y permite ignorarlos como fenómeno social. Sin embargo, considerados en conjunto, “revelan el deterioro sistemático y creciente de las democracias de la región”.
Esto es muy grave porque la experiencia histórica señala, que en esas circunstancias los ciudadanos tienden a apoyar en las elecciones a ciertos personajes, que luego resultan ser déspotas crueles y sanguinarios. Adolf Hitler y Hugo Chávez son ejemplos paradigmáticos al respecto.
Quizás, algunos dirán que Chávez no lo fue sino su “delfín” Nicolás Maduro. Los que así piensan, no miran las cosas con perspectiva. Lo concreto es que si este último tuvo las armas institucionales y materiales para masacrar a los venezolanos, fue porque Chávez anteriormente creó el andamiaje que lo hizo posible. Chávez no llegó a los extremos de Maduro simplemente porque se murió antes.
Con respecto a la democracia, pensamos que el desencanto tiene dos raíces:
Una, que los latinoamericanos no tienen claro dónde reside su valor. La inmensa mayoría cree que su bondad estriba en que los gobernantes les den cosas “gratis”. No se dan cuenta, que esa práctica es lo que origina las múltiples formas de corrupción que la aquejan: nepotismo, clientelismo, “noquis”, inútiles acomodados en el Estado con sueldos dignos de un sultán y el adueñarse descaradamente de los recursos públicos.
Otra raíz, la falacia de que como la soberanía reside en el “pueblo”, ya no hace falta tomar precauciones contra los gobernantes. Craso error. Si se ponen a pensar un poquito, notarán que cuanto más nombra al “pueblo” un político, más lo perjudica…
Entonces, ¿por qué la democracia es algo excepcional dentro de los regímenes políticos? Es extraordinaria, porque es el único sistema conocido hasta ahora, que permite cambiar pacíficamente a los malos gobernantes. Es decir, para sacarlos no es necesario recurrir a las costosas –tanto materiales como en vidas humanas– revoluciones.
Por esa razón, cuando alguno pretende perpetuarse en el poder mediante reelecciones indefinidas y lo logra, en ese instante la democracia se desvanece, por muchas elecciones que realice. Otra confusión muy extendida, es suponer que la democracia es la mejor salvaguardia para los derechos humanos. Otra gran equivocación.
La tutela de los derechos individuales proviene del sistema republicano de gobierno. ¿Por qué? Porque está diseñado para limitar todo poder, incluso el de las mayorías; en cambio la democracia, contiene una dinámica interna que conduce inexorablemente a la arbitrariedad y abuso de poder por parte de las autoridades.
La antigua Atenas es un buen ejemplo al respecto. ¿Saben cuándo decayó esa otrora admirable ciudad-Estado? Cuando el pueblo se convenció que era inadmisible que le pusieran barreras a lo que podía decidir… En consecuencia, la mejor forma de gobierno es la conjuga ambos sistemas. Ergo, la democracia liberal.
Uno de los factores que más ha desvirtuado a la democracia en Latinoamérica, ha sido la mal llamada “solidaridad” que imponen los políticos mediante la fuerza legal. La aplicación del sofisma de que hay que “quitarle a los que más tienen” para darles a los “que tienen menos” porque no hay que ser “egoístas”, ha acarreado perversas consecuencias. Entre ellas, las siguientes:
Paulatinamente se le va quitando una porción mayor del fruto del trabajo a la gente honrada. Tomemos como muestra lo que pasa en Uruguay, bajo la conducción de nuestros “solidarios” gobernantes: del sueldo líquido que percibe un trabajador, por cada 100 pesos que gana, 69 se los apropia el Estado mediante impuestos directos sobre salarios y tributos al consumo (entre ellos, el IVA 22%). Por consiguiente, tan solo 31 pesos le quedan de “libre disposición” al asalariado.
Simultáneamente, se han puesto en cargos de confianza con suculentos sueldos y prebendas, a personas que no tienen más méritos que sus buenas conexiones familiares o políticas. Los ejemplos abundan en todos los países latinoamericanos. Hablan de la necesidad “ineludible” de “cubrir déficits fiscales” –como si hubieran venido del espacio exterior y ellos no tuvieran nada que ver– y aumentan “unos pocos puntos” las alícuotas de los tributos.
Para las autoridades, sobre todo para los ministros de economía, son “chirolas” esos pesos de más que deberán pagar los contribuyentes. Pero en una familia, puede ser la diferencia entre llevar una vida digna o una miserable. Además, mediante exacciones –ya sea mediante innumerables tributos o expropiaciones a los empresarios– se le quita a la gente común capacidad para poder ayudar al prójimo.
Chávez fue uno que se llenó la boca expresando que su “corazón” estaba del lado de los pobres. Hablaba pestes de los gobernantes anteriores. Sin embargo, la última vez que se construyó un hospital en Caracas, fue en 1987, cuando el adeco Jaime Lusinchi era presidente.
El legado de Chávez a los desposeídos, ha sido una brutal crisis humanitaria –nunca vista en este continente– que ha cobrado la vida de cientos de venezolanos. Hay escasez de medicamentos e insumos médicos. Además, los especialistas afirman que faltan 40.000 camas hospitalarias, lo que equivale a 33 grandes hospitales. Por otra parte, las cifras frías suelen encubrir las tragedias personales que ellas encierran.
Esta historia es real y sucedió en Uruguay. Hace unos años, mediante una reforma tributaria, subieron las alícuotas del “Impuesto a los sueldos”. Cuando se estaba discutiendo en el Parlamento, apareció este relato en la sección “Cartas al director” de un prestigioso semanario. Era un grito de auxilio. La escribió una señora que padecía esclerosis múltiple. Narraba que a pesar de su terrible enfermedad, llevaba una vida autónoma porque con la ayuda económica de su ex esposo y hermano, vivía en su propia casa, podía comprar los caros medicamentos y contaba con ayuda para los quehaceres hogareños. Pero dado la subida de los impuestos, los dos le habían comunicado que ya no estarían en condiciones de ayudarla. ¿Qué será de mi existencia? –preguntaba con angustia– ¿A dónde iré a parar?
La reforma se aprobó, los impuestos aumentaron. Los familiares de esa señora ya no pudieron disponer de su propio dinero para ayudarla como deseaban; ahora el ministro de Economía y demás autoridades pasaron a decidir a quién “ayudarían”. Ergo, siguieron acomodando en el Estado a familiares, amigos y camaradas políticos. Siguieron gastando con la displicencia habitual los dineros públicos. Las tragedias como la de la señora de nuestra historia, se multiplican en el anonimato… Entonces, dadas estas cosas, ¿es de sorprender que los latinoamericanos estén cada vez más desencantados con la democracia?
¡Ojala alguna vez comprendieran que no es el voto popular lo que garantiza una vida digna, sino el sistema republicano de gobierno!
Este artículo fue publicado originalmente en Panam Post (EE.UU.) el 28 de julio de 2018.