La Sibila y las tempestades

Manuel Hinds considera que las sociedades divisivas, ya sea en torno a la lucha de clases o a los caudillos, obstaculizan el progreso.

Por Manuel Hinds

En el Siglo Sexto antes de Cristo, Sibila, una vieja mujer, se presentó al entonces rey Tarquino y le ofreció vender, por un precio altísimo, nueve libros que ella decía contenían la historia futura de Roma. Tarquino se rio en su cara. Ella quemó tres de los libros y regresó a ofrecer los seis que quedaban por el mismo precio total. Tarquino le dijo que no otra vez. Sibila quemó otros tres libros y entonces Tarquino le compró los tres libros al precio que ella había pedido por los nueve. En el año 509 antes de Cristo, Tarquino fue derrocado por una revolución que estableció la República, que duraría hasta el año 27 antes de Cristo, cuando el Senado le dio el título de Augusto a Octaviano César.

Los romanos depositaron los libros en el templo de Júpiter (dios de los truenos y los rayos) en la cima de la colina Capitolina. Los libros eran considerados secretos de Estado y eran consultados solo en casos de graves crisis por unos magistrados especializados en descifrar su oscuro lenguaje. Pero el 6 de julio de 83 antes de Cristo un rayo cayó sobre el Templo de Júpiter y desató un incendio en el que se quemaron el templo mismo y los libros de la Sibila. Esto era un presagio de cosas terribles. En realidad, ya en ese momento habían comenzado las guerras fratricidas que iban a destruir la República y luego, siglos después, al Imperio. Cuando estas cosas pasaron, la gente decía que los fratricidios habían sido predichos por la Sibila, en un párrafo que hablaba así del eventual fin de Roma:

“No enemigos extranjeros, Italia, sino tus propios hijos te violarán, en una brutal, interminable violación colectiva, castigándote a ti, famoso país, con muchas depravaciones, dejándote postrada, despatarrada sobre las cenizas quemantes. ¡Auto-masacrada! No más la madre de hombres distinguidos, sino la criadora de salvajes, rapaces bestias”.

Desgraciadamente, esta descripción tan pavorosa encaja con esa época en la que El Salvador se asomó al destino terrible anunciado por la Sibila para las sociedades divisivas, empujado por doctrinas que argüían que el progreso del país estaba en sembrar el resentimiento entre clases y provocar una guerra sin cuartel entre ellas. Por cincuenta años, desde los principios de los setenta hasta hace muy poco, los sembradores de este odio avanzaron irremisiblemente hacia el logro de sus objetivos. Varias veces en esos años era fácil ver las palabras de la Sibila convirtiéndose en realidad como consecuencia de las inyecciones de odio inyectado. Parecía que nunca íbamos a salir de ese infierno, especialmente cuando desde la Presidencia de la República se sembraba el odio sábado a sábado en el primer gobierno del FMLN y en otros foros durante los dos gobiernos del partido.

La derrota del FMLN ha creado un ambiente optimista que es muy fácil percibir. Los odios están cayendo, la gente se está dedicando a sus quehaceres, el lenguaje del FMLN está desapareciendo. Hay una brisa fresca en el país, despercudida de odios y resentimientos.

El Gobierno ha comenzado cosas buenas, o que parece que serán buenas cuando se terminen. Desgraciadamente, muchos de sus partidarios se dedican a inyectar odio contra cualquiera que haga la mínima crítica al Gobierno en las redes sociales y por otros medios. Esto le hace daño al mismo gobierno porque deshace el ambiente de buena voluntad que le permitirá actuar en sus proyectos y porque reintroduce el espíritu del FMLN, no como lucha de clases sino como conflictos caudillistas como los del Siglo XIX. El Gobierno debe evitar volver a generar el ambiente de la Sibila cuando ya está desapareciendo. Si se vuelve a generar, el odio destruirá cualquier herencia buena que este Gobierno quiera dejar. Todavía hay mucho tiempo para evitar que esto pase, pero hay que evitarlo desde ya. Las tragedias como la descrita por la Sibila comienzan poco a poco, mientras los vientos se siembran. Pero una vez estos están sembrados, ya no hay manera de evitar las tempestades. Ya deberíamos haber aprendido la lección de los últimos cincuenta años: el odio sólo puede traer la autodestrucción como la descrita por la Sibila. El progreso necesita cooperación y buena voluntad. Si sólo esto lograra el Gobierno, dejaría una herencia extraordinaria al país.

Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) el 8 de agosto de 2019.