La retórica rimbombante en torno a la reforma tributaria

Michael D. Tanner indica que múltiples provisiones de la ley tributaria que se discute en las cámaras legislativas de EE.UU. pondrían dinero de vuelta en el bolsillo de la gente.

Por Michael D. Tanner

Incluso en una ciudad como Washington, DC, donde la retórica rimbombante fluye de manera tan natural como la respiración, la reacción a la versión del Senado de la ley tributaria del Partido Republicano ha sido un tanto...inestable.

“Armagedón”, advirtió de dicha ley la jefa de la minoría en el Senado, Nancy Pelosi, denominándola como “la peor ley en la historia del congreso”, dado que aparentemente supera a la ley de extranjeros y de sedición, la ley de esclavos fugitivos, la ley de desplazamiento de indígenas, la ley de prohibición, y a la Resolución del Golfo de Tonkin, entre otras. El periodista progresista Kurt Eichenwald estuvo de acuerdo con la expresión “EE.UU. murió esta noche”. El disgustado ex-estratega republicano Bruce Bartlett criticó la ley por “violar” a la clase media de EE.UU.

Tal vez no.

Empecemos con la deuda. Es fabuloso que los Demócratas, que anteriormente consideraban que la deuda nacional estaba al final de su lista de prioridades, ahora han renacido como unos guardianes del déficit fiscal. Hay razones para estar preocupados de que la ley tributaria haga crecer esa deuda. Pero para mantener las cosas en perspectiva: en virtud de la ley actual, el gobierno federal se espera que recaude alrededor de $43 billones (“trillions” en inglés) en impuestos a lo largo de los próximos 10 años, mientras que gastará $53 billones. Eso incrementará la deuda nacional a $30 billones para 2028. Si esta ley tributaria es aprobada, el gobierno federal recaudará $42 billones en impuestos a lo largo de los próximos 10 años, mientras que gastará $53 billones. Eso aumentará la deuda nacional a $31 billones para 2028.

De hecho, incluso después de este recorte de impuestos, el gobierno federal estará recaudando 17,6 por ciento del PIB en impuestos, más que el promedio durante el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial que era de 17,4 por ciento. El problema es que estaremos gastando 22,2 por ciento del PIB, considerablemente más que el 20,3 por ciento que hemos promediado desde la Segunda Guerra Mundial. No tributamos muy poco —gastamos demasiado.

De manera que, sí, como muchos Demócratas temen, tenemos que reducir los gastos futuros y reformar los programas de beneficios sociales. Pero habríamos tenido que hacer eso incluso sin este recorte de impuestos. El peligro es que los Republicanos, habiendo hecho algo divertido como recortar impuestos, ahora no se apliquen a la ardua tarea de reducir el gasto.

Quienes se oponen a la ley tributaria la presentan como un regalo para los ricos. Pero incluso luego de aprobarse esta ley, EE.UU. tendrá una estructura federal tributaria mucho más progresiva que gran parte de los países europeos que son tan admirados por los social demócratas (Los países europeos tienen una carga tributaria total mucho más alta, pero dependen altamente de un regresivo impuesto al valor agregado para gran parte de esa recaudación). Actualmente, los estadounidenses que ganan más de $1 millón o más pagan el 29 por ciento de los impuestos federales sobre la renta. Aquellos que ganan menos de $50.000 pagan alrededor del 1 por ciento de los impuestos federales sobre la renta. Como resultado de esta ley tributaria, esos millonarios ahora pagarán 31 por ciento de los impuestos federales, mientras que aquellos que ganan $50.000 o menos todavía pagaran menos del 1 por ciento. Es cierto, aquellos que ganan entre $500.000 y $1 millón verán que su porción de impuestos federales sobre la renta caerá, pero la ley es mucho más progresiva de lo que se dice.

Esto no es para sugerir que no hay razones para estar algo insatisfechos con esta ley. Las preocupaciones acerca del aumento de la deuda son reales, dado que los Republicanos se suelen negar a reducir el gasto. Si, esta ley fomentará el crecimiento económico, pero esperar a que “la hada mágica del crecimiento” nos saque del hueco es una estrategia arriesgada.

Además, gran parte de la porción de “reforma” de la ley ha sido abandonada. Los reformadores tributarios desde hace mucho han promovido la idea de intercambiar la eliminación de vacíos legales y deducciones, que distorsionan la actividad económica y hacen de la declaración de impuestos algo innecesariamente complicado, por tasas más bajas. Después de todo, el propósito de un código tributario debería ser lograr una mayor recaudación, no administrar minuciosamente a la sociedad. La ley tributaria hace algo de esto, pero algunos de las exoneraciones tributarias más importantes —y menos justificables— persisten, incluyendo la deducción de intereses por hipotecas, la exclusión del seguro de salud provisto por el empleador, y la deducción por contribuciones caritativas. Estas son exoneraciones de impuestos que principalmente benefician a los contribuyentes ricos.

Peor aún, como es inevitable con leyes que dependen de los intercambios de votos a último minuto, la ley está también llena de nuevas provisiones para intereses especiales, incluyendo exoneraciones tributarias para la industria de bebidas alcohólicas, para los cruceros que se estacionan en Alaska, para los concesionarios de autos, y para los agricultores de cítricos, entre otros.

Por otro lado, la reforma al impuesto corporativo es algo que incluso el Presidente Obama respaldaba. Reducir la tasa corporativa es un gran avance para hacer más competitivas a las empresas estadounidenses y para reducir los incentivos para que las corporaciones emigren buscando reducir su carga tributaria (EE.UU. todavía tendrá una tasa legal más alta que Irlanda, Suiza y el Reino Unido, entre otros). Más importante, la ley nos desplazaría desde un sistema unitario hacia un sistema territorial como aquellos que hay en prácticamente el resto de países alrededor del mundo. Esto alentará a las empresas a invertir su dinero aquí en lugar de tratar de mantenerlo parqueado afuera.

La reducción en las tasas para el impuesto sobre la renta individual, junto con la duplicación de la deducción estándar y un mayor crédito tributario por cada niño, pondrán dinero de vuelta en el bolsillo de la gente.

Sin duda habrán ganadores y perdedores en virtud de esta ley, como los habría con cualquier reforma tributaria. Si usted no “detalla” las deducciones, generalmente estará mucho mejor, mientras que hay resultados más mezclados para aquellos que enumeran las deducciones. Solo 6 por ciento de las declaraciones tributarias que reportan un ingreso por debajo de $25.000 habían enumerado deducciones en 2013. Por otro lado, 93,5 por ciento de las declaraciones de impuestos con un ingreso reportado de más de $200.000 habían enlistado deducciones.

Por ejemplo, han habido muchas quejas y tensiones acerca del recorte de la deducción por impuestos de los estados y ciudades. Pero según la Tax Foundation, solo 10 por ciento de quienes completan las declaraciones de impuestos con ingresos por debajo de $50.000 se acogieron a las deducciones “SALT” en 2014, comparado con alrededor de 81 por ciento de entre los ganan más de $100.000.

Finalmente, deberíamos recordar que los impuestos, incluso si son un mal necesario, reducen las opciones de la gente y su autonomía. Cada dólar que el gobierno federal toma de la gente y gasta de la forma que desee es un dólar menos que los individuos tienen para gastar de la forma que ellos deseen. Como Frédéric Bastiat dijo en su parábola de la ventana rota: si el tendero con la ventana rota no hubiese tenido que pagar para reemplazarla, hubiera reemplazado sus zapatos viejos o agregado otro libro a su biblioteca”. O para ponerlo en el contexto actual, hubiera podido comprar atención médica, ahorrado para su jubilación, o donado a una caridad. Hubiera podido empezar una empresa o contratar trabajadores. O hubiera podido gastarlo totalmente en frivolidades. Lo que sea que él hubiera hecho, ahora no tiene esa opción.

Devolver algo de ese dinero no implica que esto sea el Armagedón.

Este artículo fue publicado originalmente en The National Review (EE.UU.) el 12 de diciembre de 2017.