La refundación de la República
Manuel Hinds considera que las marchas de la semana pasada indican que el pueblo salvadoreño está reaccionando no solo en defensa del régimen democrático sino también del orden constitucional, el imperio de la ley y el respeto de los derechos individuales.
Por Manuel Hinds
El presidente usó esta expresión para comunicar sus planes para los 200 años de nuestra Independencia. Igual que los Acuerdos de Paz, que la Constitución que surgió de ellos, que la guerra, y que la Independencia misma, la República iba a salir volando por la ventana para dar paso a una que iba a ser recordada por siempre asociada con el nombre del presidente, como la única que habría valido la pena, con una nueva moneda, con una nueva constitución, con un nuevo escudo, una nueva bandera, quizás hasta un nuevo himno, y más que nada, con todo el poder concentrado en el presidente mismo. Por supuesto, lo que se estaría fundando no hubiera sido una república, sino la formalización del régimen arbitrario que ha instalado en los últimos dos años y medio.
Pero, llegado el 15 de septiembre, esa fundación no se dio. Igual, el régimen sigue siendo arbitrario y cada vez más, e igual, la nueva constitución, que iba a ser el símbolo del nuevo régimen, fue entregada al presidente en esa fecha, pero calladamente, a las 11 de la noche sin que se oyeran el bombo y los platillos de una refundación. En contra de la naturaleza del régimen, la entrega no fue acompañada de anuncios triunfalistas de los nuevos artículos que concentrarían el poder en el presidente y le permitirían abiertamente ser reelecto hasta la vida perdurable.
Así, esta falsa refundación no se dio. La marcha de 30 a 40 mil personas que se dio ese mismo día volvió imposible dar la impresión de entusiasmo popular que tendría que haberla acompañado. Más aún, esta marcha sí tenia las características principales de una verdadera refundación.
En esa marcha, y en la más grande que la sucedió el 17 de octubre, el pueblo abrió el camino para dar nacimiento a la nacionalidad salvadoreña, una sociedad compleja unida por valores compartidos, no desunida por intereses divisivos, que había sido su característica fundamental por dos siglos enteros. Por primera vez en la historia del país, no fueron protestas de la derecha contra la izquierda, o viceversa, ni de los trabajadores contra los empresarios, o al revés, sino manifestaciones de las aspiraciones de todas las clases sociales, de todas las ideologías, de todas las variantes de salvadoreños, luchando juntos por demandas que los unifican a todos.
Con esa actitud de unión, el pueblo le está negando al gobierno o a cualquier político la posibilidad de manipular a unos contra otros. Esa unión y los valores que la sustentan son las bases de una verdadera república.
Pero las marchas han unificado no sólo los objetivos de la democracia sino también sus métodos. Ellas se han enfocado en temas que, a pesar de su importancia crucial en la formación de un régimen democrático, habían recibido muy poca atención hasta ahora: el retorno al orden constitucional, al debido proceso, al imperio de la ley, al respeto de los derechos individuales.
Hasta hace muy poco, los salvadoreños habían considerado que esas eran abstracciones que eran importantes sólo para los abogados y los intelectuales que viven separados de las realidades del pueblo y la economía. Pero, ahora que todos estos valores han sido violados, todos los estratos sociales han realizado que no hay nada más concreto que ellos, que la violación del orden constitucional, de los derechos individuales, del debido proceso, del imperio de la ley tiene efectos devastadores en sus propias vidas y las de sus familias. Y se han dado cuenta de que, si esos valores no se les respetan a unos, inevitablemente serán irrespetados para todos los demás. Se han dado cuenta también de que no pueden seguir diciendo, “no me importa que violen la Constitución y todos los derechos con tal de que me dejen seguir ganando dinero”, un dicho tan popular entre empresarios como entre trabajadores. Se les ha puesto claro que toda injusticia es contra ellos mismos, aunque la víctima, por el momento, sea otra. El pueblo al fin ha comprendido lo que John Donne expresó tan bien al escribir: “No mandes a preguntar por quién doblan las campanas, doblan por ti”. Porque las campanas están doblando por todos es que es imprescindible que todos estén sujetos al imperio de la ley, que la justicia sea imparcial, que no se permitan los abusos de poder. Esa realización es la columna vertebral de la refundación. Hay mucha gente que lamenta que hasta ahora no haya salido ningún líder manejando este movimiento, sin darse cuenta de que esa es una de sus cualidades más positivas. Si se lleva a cabo como debe ser, no saldrá un solo líder sino muchos de ellos, todos diversos en las políticas que quieren proponer, pero todos unidos en la convicción de que la libertad de unos va a existir sólo si existe para todos los demás, y que por eso es esencial respetar los derechos individuales, el imperio de la ley, el debido proceso, el orden constitucional, la separación de poderes. Eso estaba consagrado en todas las constituciones que ha tenido el país. Es la primera vez, sin embargo, que la demanda de que esos valores se respeten sale, no de un grupo de abogados bien intencionados e ilustrados, no de unas teorías políticas y éticas, sino de la comprensión de una verdad fundamental por parte del pueblo mismo. Esto será el origen de la refundación de la República.
Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) el 21 de octubre de 2021.