La psicología del nacionalismo tribal
Martín Simonetta considera que los nacionalismos, en sus distintas versiones, tienen un origen en la psicología humana, la cual siempre ha sido susceptible a un sentimiento tribal.
Por Martín Simonetta
Marchas, cánticos, grupos con símbolos que los identifican. ¿Le suena familiar? Estas manifestaciones se han repetido sostenidamente a lo largo de los 200.000 años que —hasta hoy se piensa— tiene nuestra especie. Si bien los avances en el conocimiento formal neuropsicológico de los nacionalismos son relativamente recientes, claro está que innumerables líderes políticos a lo largo de la historia de nuestra especie han recurrido a estas herramientas (de forma más o menos intuitiva) para alcanzar sus fines. Esto se evidencia en los discursos orientados a las emociones por parte de diversos líderes populistas.
El sentimiento tribal —manifestado en distintas versiones, entre ellas los nacionalismos— tiene como punto común el desarrollo de un discurso agresivo, que se nutre del odio generado por lo externo, la interpretación de la existencia de un “conflicto social” que lleva a la “lucha de clases”, orientando su mensaje a los sectores mayoritarios, más humildes y vulnerables de las sociedades. Sólo hace falta mirar los mensajes de personajes relativamente recientes de la historia tales como Adolf Hitler, Benito Mussolini, Juan Domingo Perón, más cercanamente a Hugo Chávez —e incluso el contenido del mensaje de Donald Trump— entre otros, para corroborar esta afirmación.
La vigencia del sentimiento tribal la podemos encontrar en diferentes aspectos de nuestras sociedades: desde los deportes (pensemos en las ceremonias religiosas representadas en los mundiales de futbol, por ejemplo; así como la competencia entre clubes que representan distintas ciudades o provincias); así como en la identificación ciudadana con empresas estatales y las campañas publicitarias que las vinculan con el orgullo de una sociedad.
Marketing nacionalista
El discurso nacionalista tiene una identidad bien definida y una estrategia comunicacional muy clara. Algunos de los puntos salientes de esta estrategia son:
Llegada a las emociones de su audiencia. El discurso se encuentra claramente dirigido a las emociones, no tanto a la razón de su público. Técnicamente, las neurociencias denominan a esa área del cerebro el cerebro límbico. Imágenes tales como besar un bebé o un niño, abrazar a una persona pobre o un obrero, hacer un regalo a una madre, son las típicas acciones que podemos enmarcar en este perfil. José Ignacio García Hamilton hacía alusión a este tipo de liderazgo y se refería a Eva Perón (esposa de Juan D. Perón) como “la dama buena que regala lo ajeno”, a efectos de describir el comportamiento populista de “Evita” que aún perdura en la memoria de muchos argentinos, más allá de que ella hizo caridad con dinero que no era de ella sino de los contribuyentes.
Promoción de relaciones sociales de suma cero. Para los líderes nacionalistas, la sociedad es concebida como un ámbito en el cual existen enfrentamientos, donde algunos grupos están enfrentados con otros. Ya Karl Marx desarrolló el concepto de lucha de clases para referirse a un concepto vinculado. En este sentido, los populismos nacionalistas convencen a su audiencia de que la riqueza de los ricos es la causa de la pobreza de los pobres. También este criterio es aplicable a nivel internacional, donde la riqueza de los países ricos es la causa de la pobreza de los países pobres. Este discurso suele ser exitoso en la medida en que las sociedades no logran comprender la complejidad de los procesos sociales. En ese marco, es más fácil aceptar tal supuesto. Siempre hay malos y buenos, siendo los primeros la causa de todos los males de los segundos.
La generación de pobres es funcional a sus intereses. Paradójicamente, la existencia y crecimiento de la cantidad de pobres es funcional a sus intereses. Obviamente, los líderes no lo dicen abiertamente, pero es claro que cuántos más pobres tiene una sociedad, mayor cantidad será la cantidad de voto fácil y funcional a sus intereses. En consecuencia, si bien su discurso se encuentra repleto de alusiones de terminar con la pobreza, saben que su principal capital político se encuentra en la preservación e incluso aumento de la misma.
Psicología del nacionalismo
Cuando hablamos de nacionalismos, más allá de la referencia misma al fenómeno político o económico, nos encontramos ante un fenómeno evolutivamente complejo. El nacionalismo se vincula a instintos tribales, neurológicamente identificables, que ponen al descubierto tendencias básicas de nuestra especie. Tal como señala Joshua Searle-White, en The Psychology of Nationalism, en el nacionalismo y otras formas de identidad de grupo se apoyan en muchos de los conflictos destructivos que las sociedades experimentan en un momento determinado. El nacionalismo puede ser cívico, étnico, o una combinación de ambos, pero todos los nacionalistas desarrollan actitudes y creencias sobre su propio pueblo y sobre los otros, que hacen sentir un apasionado “attachment” (apego) a la “Nación” y que —a veces— los pueden llevar a actuar con gran crueldad sobre sus enemigos. El nacionalismo genera una mentalidad de “nosotros contra ellos”. Desde una perspectiva de la psciología social, el sentimiento nacionalista pasa por dos puntos centrales: “attachment” (apego) —ya mencionado— y la identidad.[1]
Daniel Druckman, sostiene en "Nationalism, Patriotism, and Group Loyalty: A Social Psychological Perspective”, que la gente ve a los grupos sociales como proveedores seguridad, así como de status y prestigio en pago por su lealtad y compromiso. Las naciones toman relevancia personal para los individuos cuando ellos se sienten sentimentalmente apegados a su “homeland” (tierra natal o patria), motivados a ayudar a su país y a ganar un sentido de identidad de autoestima a través de esa identificación nacional.[2] Y este comportamiento nacionalista puede llevar al fanatismo. Para el psicólogo español Federico Javaloy “la mayoría de grandes crímenes se hacen en nombre de los grandes ideales” pero el logro de esas metas no es el fin último del fanático, sino que es una excusa para dejar salir impulsos reprimidos, su narcisismo”.[3]
Pero, ¿cómo y por qué suceden estos procesos en nuestros evolucionados cerebros de humanos? Tal como señala Pedro Bermejo Velasco, médico y presidente de la Asociación Española de Neuroeconomía, la amígdala cerebral “se activa ante aquello que nos resulta desconocido o poco familiar y propicia un exceso de confianza para todo lo que procede de nuestra región o país, lo que podría explicar actitudes como el nacionalismo o el racismo”. Cuando nos enfrentamos a lo desconocido se activan los sistemas de aversión a la pérdida (a partir de la amígdala cerebral) que nos llevará a rechazar todo lo vinculado a otro grupo y a preferir lo nuestro. Bermejo Velasco hace referencia al estudio realizado por Pedro Lylyk, de la Clínica Sagrada Familia de Buenos Aires, a través de resonancia magnética durante el Mundial de Brasil 2014. Lylyk analizó qué áreas cerebrales se activaban durante los partidos de la selección nacional de Argentina con equipos de otros países y comprobó cómo en los momentos de mayor cercanía al gol propio o del equipo contrario, se activaban las áreas relacionadas con el sistema límbico, las estructuras cerebrales vinculadas a las emociones.[4]
Los nacionalismos en sus distintas versiones tienen como punto en común apuntar a los sectores mayoritarios y más humildes de la sociedad. Saben muy bien que son la “mayoría” y, en consecuencia, encuentran allí un voto masivo y vulnerable.
Referencias:
[1] Joshua Searle-White, The Psychology of Nationalism. Palgrave Macmillan US, 2001.
[2] Daniel Druckman, “Nationalism, Patriotism, and Group Loyalty: A Social Psychological Perspective”. Mershon International Studies Review, Vol. 38, No. 1 (Apr., 1994).
[3] Tomás Delclós, “La psicología del fanatismo, analizada en una tesis doctoral”. El País, Barcelona, 1983.
[4] Pedro Bermejo Velasco, “Quiero tu voto. Cómo nos manipulan los políticos”. LID Editorial, 2015.