La preocupación por el sector manufacturero estadounidense y el déficit comercial es infundada
Colin Grabow considera infundada la preocupación por el estado de la industria manufacturera estadounidense y el déficit comercial. No obstante, sostiene que las mejoras de los regímenes normativos, fiscales y de inmigración estadounidenses son ideas sólidas que merecen ser adoptadas.
Por Colin Grabow
El estratega económico y escritor David P. Goldman está preocupado por el estado de la industria manufacturera estadounidense. En un reciente artículo en el que describe este sector como fundamental tanto para la posición económica como para la estratégica del país, aboga por una serie de medidas, algunas de las cuales se describen acertadamente como política industrial, para apuntalar la industria estadounidense. Este restablecimiento de la fabricación nacional, añade, tendrá la ventaja añadida de reducir el déficit comercial de Estados Unidos.
La premisa del argumento, sin embargo, es profundamente errónea. La industria manufacturera estadounidense está prosperando, y el déficit comercial es una estadística (posiblemente mal medida) que guarda poca relación con la prosperidad de un país. Goldman propone soluciones en busca de un problema.
Pero antes de llegar a eso, merece la pena destacar varias cosas en las que acierta. Las numerosas críticas de Goldman a los aranceles en general –que describe como un ejemplo de respuesta política simple, clara y equivocada– y su aplicación a China en particular son acertadas. A pesar de aumentar los aranceles sobre los productos chinos en un 25% en 2019, los estadounidenses siguen importando productos de China por valor de cientos de miles de millones de dólares. Y en la medida en que los productos chinos han sido desplazados por importaciones de otros países, muchos de ellos presentan amplios vínculos con las cadenas de suministro chinas. Puede que los productos importados no lleven el sello "Made in China", pero el país sigue siendo fundamental para su producción.
Las afirmaciones de una desvinculación a gran escala entre Estados Unidos y China son ilusiones de quienes pueden tener buenas intenciones pero no captan estas realidades.
Goldman también merece elogios por identificar con precisión varios factores que impiden al sector manufacturero estadounidense (y a la economía en general) alcanzar su potencial. Hay que reformar las excesivas normativas medioambientales, sobre todo la Ley Nacional de Política Medioambiental, que puede retrasar durante años los proyectos de infraestructuras o la apertura de nuevas fábricas de chips, así como las disposiciones fiscales que exigen largas amortizaciones para las inversiones manufactureras.
La escasez de mano de obra cualificada en el país exige a gritos una revisión de las leyes de inmigración estadounidenses, y las infraestructuras deficientes son sin duda un obstáculo para el florecimiento económico (que podría abordarse, entre otros medios, eliminando las restricciones proteccionistas de Buy America).
Sin embargo, el argumento central de Goldman es que hay señales de alarma en torno al estado de la industria estadounidense. Y ahí es donde empiezan los problemas. Aunque abundan las afirmaciones sobre la mala salud de la industria manufacturera, las cifras simplemente no lo confirman. Estados Unidos representa un porcentaje de la producción manufacturera mundial superior al de Alemania, Japón, Corea del Sur e India juntos.
Y esta producción manufacturera no se limita a bebidas y caramelos de goma. Estados Unidos era el cuarto productor mundial de acero en 2020, el segundo fabricante de automóviles en 2021 y el mayor exportador aeroespacial en 2021. Aproximadamente el 20% de todas las exportaciones de bienes manufacturados de Estados Unidos en 2021 –por un total de más de 169.000 millones de dólares– eran productos de "alta tecnología" (es decir, "productos con alta intensidad [de investigación y desarrollo], como en el sector aeroespacial, ordenadores, productos farmacéuticos, instrumentos científicos y maquinaria eléctrica"). Además, las mediciones económicas tradicionales no captan plenamente la importancia de la industria manufacturera en el panorama económico estadounidense. Como escribió mi colega Scott Lincicome a principios de este mes
...[M]uchos servicios están a menudo conectados o son parte integrante de la fabricación "real", y cada vez más. Pensemos en el auge de los productores de bienes "sin fábrica" en Estados Unidos, del que hablamos el año pasado. Grandes e innovadoras empresas estadounidenses como Nike o Nvidia se dedican expresamente a "fabricar cosas" como zapatos o semiconductores, y se encargan de todo –diseño, I+D, marketing, etc.– excepto de la fase final de producción, que han subcontratado a otras empresas en Estados Unidos o en el extranjero. Estas empresas siguen empleando a mucha gente, siguen haciendo enormes inversiones, siguen generando toneladas de producción económica y, en muchos casos, son importantes para la seguridad nacional. Y su éxito se basa en gran parte en su modelo sin fábricas.
Aunque Goldman afirma que "la innovación tecnológica se atrofia cuando se separa de la producción", la verdad puede estar más cerca de lo contrario. Al externalizar la producción física, las empresas estadounidenses pueden dedicar su tiempo a mejorar sus productos y otros avances. En concreto, algunas de las empresas estadounidenses que más gastan en investigación y desarrollo, especialmente en el campo de la inteligencia artificial, son Amazon, Meta, Apple, Microsoft y Nvidia, empresas que venden hardware, pero que en su mayoría no lo fabrican.
Sin embargo, en lugar de celebrar la solidez del sector manufacturero estadounidense o la innovación de los productores sin fábrica, Goldman se retuerce las manos por la falta de crecimiento del capital social manufacturero desde 2001. No se sabe exactamente por qué. Los bienes de equipo son un medio para alcanzar un fin: la producción. Y en ese sentido, la industria manufacturera estadounidense sigue funcionando bien. De hecho, la producción bruta está sólo ligeramente por debajo de su máximo histórico. Las exportaciones manufactureras, que alcanzaron 1,6 billones de dólares en 2022, no han dejado de aumentar en los últimos 20 años y actualmente se sitúan cerca de máximos históricos.
Entonces, ¿a qué viene tanto alboroto?
Goldman intenta establecer un vínculo entre el lento crecimiento del stock de capital manufacturero y el déficit comercial –cuya preocupación es otro tema recurrente en su artículo–, pero nunca aclara la importancia de esta correlación. Al igual que el supuesto declive del sector manufacturero estadounidense, la idea de que el déficit comercial es algo que necesita corrección está fuera de lugar.
El hecho de que Estados Unidos importe más de lo que exporta –o, dicho de otro modo, que le entre más capital del que le sale– no constituye un motivo evidente de preocupación. Para los interesados en las correlaciones, el aumento del déficit comercial de Estados Unidos en las últimas décadas se corresponde, entre otras cosas, con aumentos de la renta de los hogares, del patrimonio neto de los hogares y del PIB per cápita. A pesar de todos los supuestos perjuicios infligidos por décadas de déficit comercial, es muy difícil encontrar pruebas de su daño en los datos.
En la medida en que Goldman aclara sus preocupaciones sobre el déficit comercial, parecen arraigadas en el temor a un futuro ajuste de cuentas. Como afirma, "ningún país puede vender activos indefinidamente para sostener un déficit comercial perpetuo". Pero, de hecho, sí puede. Como explica Don Boudreaux, economista de la Universidad George Mason, la cantidad de activos productivos no es fija y el volumen del stock de capital estadounidense no ha dejado de crecer. Siempre que los estadounidenses inviertan el producto de la venta de activos y no lo malgasten –como parece ser el caso–, no hay motivos para preocuparse. Hasta aquí, todo bien.
Los problemas relativamente nuevos sobre lo que mide exactamente el déficit comercial hoy en día deberían tranquilizar aún más a Goldman. Para empezar, las estadísticas tradicionales de la balanza comercial sólo muestran los volúmenes brutos de comercio y, por tanto, no tienen en cuenta los insumos intermedios y los productos acabados que contienen cantidades sustanciales de valor añadido procedente de otros países. El ejemplo más común es un iPhone, que aparece en la balanza comercial estadounidense como una importación de 332,75 dólares de China, a pesar de que el 45% de las piezas y componentes proceden de fuentes no chinas. El valor añadido chino real se ha calculado en 104 dólares, lo que significa que cada iPhone exagera el déficit comercial entre Estados Unidos y China en 228,75 dólares.
Las estadísticas comerciales tampoco incluyen los bienes producidos en el extranjero por una empresa estadounidense para su consumo en el mismo país en el que se producen (por ejemplo, los Teslas fabricados en China para el mercado chino), a pesar de que los beneficios obtenidos representan rendimientos de los activos de las filiales estadounidenses (rendimientos, por cierto, que pueden y suelen financiar la investigación, el diseño, la comercialización y otras actividades de las empresas con sede en Estados Unidos).
Según un documento de 2022, tras tener en cuenta esta dinámica, el déficit comercial de Estados Unidos con China es un 32% menor de lo que muestran las estadísticas comerciales tradicionales. Otro documento de 2020 concluye que incluir el valor añadido de la propiedad intelectual de Apple y los servicios incorporados a los productos de la empresa vendidos a consumidores extranjeros reduciría el déficit comercial de Estados Unidos con China en un 5,2%.
Estas realidades del mercado son una de las muchas razones por las que la inmensa mayoría de los economistas especializados en comercio no ven el déficit comercial estadounidense como un "problema" que haya que resolver.
La preocupación equivocada de Goldman por el déficit comercial le lleva a pedir que se invierta en las industrias nacionales para reducir la dependencia estadounidense de las importaciones. Afortunadamente, Goldman reconoce que la sustitución al por mayor de las importaciones por productos fabricados en Estados Unidos no es factible. La importación de bienes de bajo margen, como los textiles y el acero, sigue siendo aceptable a sus ojos. En su lugar, aboga por subvencionar la industria de equipos de telecomunicaciones para acelerar la adopción de la 5G y marcar el comienzo de una nueva era de la llamada "fabricación flexible" que aprovecharía la ventaja comparativa de Estados Unidos en nuevas industrias innovadoras.
Pero las predicciones (especialmente sobre el futuro) son un asunto difícil. ¿Es el 5G la clave para desbloquear la innovación estadounidense? ¿Es realmente la fabricación flexible la próxima gran revolución en la producción? Las experiencias pasadas sugieren que hay que ser prudentes con este tipo de declaraciones.
En la década de 1980, por ejemplo, el Gobierno estadounidense, convencido de que los chips de memoria dinámica de acceso aleatorio (DRAM) eran fundamentales para la seguridad nacional y el liderazgo tecnológico mundial del país, impuso restricciones comerciales para asegurar el mercado. Sin embargo, al mismo tiempo, las empresas estadounidenses consideraron que los chips DRAM eran un mercado de "productos básicos de gran volumen y escasa rentabilidad" y, en su lugar, apostaron –correctamente– por invertir en microprocesadores avanzados, chips especializados y diseño como empresas más rentables.
Más recientemente, los esfuerzos de la administración Biden por impulsar el desarrollo de la energía eólica marina parecen cada vez más amenazados por el aumento de los costos y la escasez de buques, agravada por una política marítima proteccionista.
Si el objetivo de Goldman es mantener el liderazgo de Estados Unidos en innovación, merece la pena preguntarse primero cómo ha llegado el país a su posición actual. Aunque el apoyo gubernamental a la investigación básica puede ser un ingrediente clave, el gasto total en I+D de Estados Unidos es el más alto de su historia, gracias a los esfuerzos privados. También deben tenerse en cuenta otros factores, como la apertura de Estados Unidos al talento extranjero, el Estado de Derecho, los mercados de capitales profundos, el entorno permisivo para las nuevas tecnologías y, sí, las bajas barreras comerciales. Estos son los cimientos del florecimiento estadounidense. La concesión eficaz de subvenciones y la clarividencia del Capitolio a la hora de elegir ganadores y perdedores no son fuentes tradicionales de la fortaleza de Estados Unidos.
En lugar de intentar identificar la próxima gran novedad y hacer apuestas (a costa de los contribuyentes) en consecuencia, quedémonos con la fórmula probada que ha convertido a Estados Unidos en la potencia innovadora que es hoy.
La preocupación por el estado de la industria manufacturera estadounidense y el déficit comercial es infundada. No obstante, las mejoras de los regímenes normativos, fiscales y de inmigración estadounidenses son ideas sólidas que merecen ser adoptadas. Si se le facilita el acceso al talento, el capital y el margen de maniobra necesarios, la industria estadounidense debería seguir siendo una fuente de innovación y prosperidad en las próximas décadas.
Este artículo fue publicado originalmente en Cato At Liberty (Estados Unidos) el 29 de enero de 2024.