La pedantería intelectual

Por Roberto Salinas-León

Los individuos, por naturaleza, tienen derechos, y la existencia de éstos implica que no hay cosas que una persona o grupo haga sin violar esos derechos. Son de tal alcance, que invitan la reflexión inevitable: ¿hay algún acto legítimo que pueda hacer la figura del Estado (por ejemplo, cobrar impuestos para financiar la protección de las calles, las vecindades y las fronteras) sin violar estos derechos?

Esta interrogante, planteada explícitamente en la célebre obra Anarquía, Estado y Utopía de Robert Nozick, que falleció a principios de este año, ha informado el estudio de la ética y el papel del Estado en los últimos 20 años, así como la controversia alrededor de lograr una sociedad basada en una concepción realizable de utopía. La famosa tesis de Nozick es que un orden socialista, por más que procura una utopía moral, implica prohibir "actos capitalistas entre adultos responsables." La tesis ha sido el objeto de gran discusión en círculos académicos. Nozick dijo que el "contrato social" entre seres humanos exige la existencia de un "Estado minimalista", una figura que significa la creación de un marco jurídico que procura la protección de los derechos de los seres humanos. En este orden, la institución del contrato es la base del orden espontáneo de actividades que surgen a raíz del libre intercambio de bienes y servicios.

Estas preguntas son fundamentales para comprender la relación entre gobernantes y gobernados, el Estado y la Sociedad Civil-una relación que ha sido objeto de escrutinio desde La República de Platón hasta La Sociedad Abierta de Popper. En una de sus obras más recientes, sin embargo, Nozick criticaba la falta de visión crítica por parte de la clase de intelectuales modernos, que característicamente condenan la idea de una sociedad de mercado sin antes considerar su posible base filosófica, por no decir su aplicación en la vida cotidiana.

En una visita a México, el Premio Nobel de Economía Gary Becker realizó una crítica similar a la profesión de economistas académicos. El economista profesional, al igual que el filósofo contemporáneo, se esconde detrás de los modelos y las abstracciones de la Torre de Marfil, divorciado de la "vulgaridad" de la vida cotidiana. Vive en el mundo platónico de las formas, de las fórmulas y las proposiciones teóricas, sin considerar su rol como un potencial formador de una política económica, o de un proceso de decisión. Es un mundo de pedantería intelectual.

Daniel Griswold, un investigador asociado del Cato Institute en Washington DC, expresa una posición similar. Hay pocos economistas en el medio que se atreven a expresar una idea en términos populares. La intelligentsia económica, como la filosófica, se limita a la investigación sin consecuencia, rígida e impecable en su desarrollo, pero artificial desde el punto de vista humano. El modelo es todo, el consumidor es una función, y el reto se reduce a solucionar un problema, un rompecabezas intelectual. Sin duda, hay casos que refutan la regla-economistas como Friedrich Hayek, Ronald Coase, James Buchanan, o Peter Bauer, por no decir el mismo Becker. Sus obras, si bien hacen uso de técnicas y de tecnicismos, son parte de la tradición de economía política que data desde Adam Smith-obras multidisciplinarias, que pueden expresarse con ejemplos de sentido común.

Los filósofos, como los economistas académicos, podrían ofrecer contribuciones muy importantes a la sociedad si decidieran derribar la "muralla china" que existe entre la escuela y la calle, entre la universidad y la comunidad. Ellos nos acusan de ignorantes, y nosotros los calificamos de pedantes. El hecho es, sin embargo, que no hay mejor teoría que una teoría práctica. Se trata, en las palabras de Nozick, de estudiar, analizar y vivir la acción humana.