La otra mano invisible

Por Roberto Salinas-León

Las estimaciones sobre el tamaño de la economía informal, en todas sus diferentes versiones, suelen reflejar enormes variaciones. Ello es reflejo de la definición que se utilice, o el concepto relevante de las actividades productivas que se incluyan dentro del universo de la informalidad.

El criterio oficial maneja una estimación de 12% del ingreso nacional, mientras que otras estimaciones más generales llegan a manejar porcentajes de hasta 40 por ciento.

En el fondo, se trata de medir lo invisible. Así afirma el semanario The Economist, en su más reciente aportación al tema. En un sistema abierto, con competencia abierta, la famosa mano invisible genera cooperación espontánea entre actores que buscan satisfacer sus intereses personales. En sistema sobreregulado, asfixiado por la carga tramitológica, o por la ausencia de un derecho facilitador, la mano invisible se manifiesta en la sombra, en las economías paralelas, al margen del sistema tributario, al margen del sistema jurídico.

Habría dos formas para tratar de medir la informalidad, una directa, otra semejante a la labor de un detective. Sin duda, la metodología de encuestas podría dar resultados que arrojen conclusiones interesantes. Sin embargo, los márgenes de error son importantes, ya que las personas cotidianas ciertamente no estarán en disposición de admitir evasión fiscal, o desobediencia jurídica. Habrá, entonces, que recurrir a ejemplos, casos concretos, hasta las anécdotas generalizables. Una sugerencia popular en la material implica comparar todas las transacciones financieras en efectivo, o el uso de electricidad, contra las cifras oficiales de crecimiento económico.

En el caso mexicano, nos admite un economista del sector privado, la discrepancia entre el importante crecimiento de los medios monetarios, versus el bajo crecimiento de la actividad registrada, significa que existe una demanda monetaria invisible, informal, misma que refleja el dinamismo de la propia economía paralela. Los datos sobre el desempleo, aun en su cifra "preocupante" de alrededor de 3.4%, se debe en gran parte a que el excedente laboral encuentra ocupación dentro del universo informal. En la superficie, la existencia de esta válvula de escape conlleva buenas noticias para nuestro panorama socioeconómico, en la medida que evita la explosión de una bomba en potencial social.

Empero, el precio de la informalidad es el subdesarrollo perpetuo. Una empresa, o actividad, que genere éxitos económicos, que crezca, tenderá a llamar la atención, y por lo tanto se enfrentará a un costo de oportunidad importante. El desafío de la informalidad es que la actividad informal debe permanecer gris, en la sombra, lo menos visible posible. Por tanto, acceso a transferencias de tecnología, al crédito, al sistema de contratos, a esquemas de resolución de disputas, están fuera del alcance de los informales.

Por ello, la informalidad es, en una medida importante, reflejo de un círculo vicioso de pobreza. Hay enormes incentivos de permanecer en ella, en la medida que ser parte del universo formal implica enormes, incluso imposibles, costos de transacción. Es mejor, más eficiente, tributar por fuera que por dentro, o sea, pagar el costo de entendimiento para un "diablito" que pagar la tarifa eléctrica vigente. En esta situación, sin embargo, no se puede prosperar -es meramente una postura defensiva, sólo para sobrevivir, ante las barreras en el sistema legal que hacen costosísimo en acceso a la economía formal.

En otras palabras, la informalidad es otra mano invisible, imposible de medir con la exactitud deseada, pero condenada al subdesarrollo permanente.