La nueva narrativa

Macario Schettino considera que en el norte de México prevalece el liberalismo neoclásico mientras que en el sur predomina todavía nacionalismo revolucionario.

Por Macario Schettino

No hay manera de sostener la ficción revolucionaria. México fue un fracaso en el siglo XX, sólo superado por el de Argentina. El periodo más exitoso en materia económica de nuestro país sigue siendo el Porfiriato, como lo muestran los edificios más bonitos en todas las ciudades grandes del país, construidos en esa etapa, o los 20 mil kilómetros de ferrocarril que heredamos, o buena parte del tramado institucional que sobrevive de entonces. Los académicos podrán discutir esto todo el tiempo que quieran, pero buena parte de la sociedad ya ha cambiado de parecer. Ahora defienden el TLCAN y despotrican de Pemex.

No hemos construido una nueva historia fundacional, y eso está provocando un derrumbe del Estado. Si nada nos une, no hay razón para preocuparse por los demás. Sin cooperación, la sociedad no puede seguir existiendo. Por lo tanto, si no somos capaces de construir un mito que nos una, que nos dé razón para esforzarnos juntos, el país continuará en un proceso de dispersión que hará imposible su supervivencia en las condiciones actuales. De ese tamaño es el problema.

Como no veo avance en esto, me permito hacer una propuesta. Creo que la base de una narrativa exitosa puede estar en reducir la varianza de nuestro pasado creada artificialmente: menos malos y buenos, pues. Hay que construir una percepción más equilibrada del pasado indígena y el colonial, que pasa por reconocer que buena parte de las tradiciones que hoy llamamos indígenas fueron en realidad construcciones del periodo Habsburgo. Por cierto, el más longevo en nuestra historia, y que merece apenas unas líneas en los libros de texto.

Lo segundo que tenemos que hacer es también equilibrar el siglo XIX, recuperando algunos conservadores y achicando el pedestal de muchos liberales. No creo que el proyecto conservador hubiese sido bueno para México, pero fue una disputa que merece mejor trato. Eso permitirá colocar a Porfirio Díaz en el lugar correcto, y no en el infierno al que lo desterró el afán revolucionario. Con ello podremos reconocer que en el siglo XX hicimos las cosas mal, y que buena parte de los 'éxitos', que el viejo régimen nos vendía, o no eran tales, o venían del Porfiriato (la Secretaría de Educación y la UNAM, para empezar).

Es claro que limpiar este terreno no va a ser fácil, porque el régimen de la Revolución se dedicó a adoctrinar a los mexicanos a través del sistema educativo. Ésa es una de las razones por la cual la educación en México es de tan bajo nivel. El sistema no era para educar, sino para adoctrinar. De entrada, lo que propongo será rápidamente descalificado por los herederos del viejo régimen, priistas y morenistas.

Sin embargo, la razón por la cual es necesario revisar el pasado es para poder fundamentar los valores que nos permitan a los mexicanos la indispensable cooperación. En lugar del nacionalismo revolucionario, mi propuesta es que nuestra guía sea el liberalismo neoclásico, que es el nombre que le doy al liberalismo mexicano del siglo XIX, actualizado al día de hoy. Como lo hicieron aquéllos, privilegiemos el esfuerzo privado e individual, y olvidemos los esperpentos colectivistas. Como ellos, entendámonos más como parte de la humanidad y menos como mexicanos aislados. A diferencia de ellos, realmente construyamos un país de leyes y democracia. Es un trabajo de generaciones y, sin duda, nos lo complica el entorno internacional, y especialmente la tragedia estadounidense. Pero el país se derrumba y no actuar implica asegurar su fin. En la mitad norte ya priva el liberalismo neoclásico, en la mitad sur (incluyendo CDMX) sobrevive el nacionalismo revolucionario. 

Si queremos seguir juntos, inventemos una razón para ello. 

Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 12 de mayo de 2017.