La noche de gallo
Es bien sabido que Jesús vaticinó que su apóstol Pedro lo negaría tres veces antes de que cante el gallo. En nuestra época hay tres negaciones horrendas al orden natural que constituyen un serio peligro para la subsistencia de la sociedad abierta. Estas tres huidas del sentido común son el socialismo, el ecologismo y el terrorismo. Nos encontramos así insertos también en la noche del gallo.
De tanto machacar en las tres vertientes de una misma concepción totalitaria, el mundo libre, poco a poco, ha ido absorbiendo parte del veneno que amenaza con incrementar la dosis mientras que los anticuerpos no parecen revitalizarse con la energía suficiente para detener el aluvión de reverencias y panegíricos a megalómanos atrincherados en el aparato estatal que se toman como dioses laicos, hasta que el fracaso estrepitoso reemplaza la veneración por nuevos milagreros y así sucesivamente.
El primer caso es el más antiguo: se trata del debilitamiento y finalmente la extinción de la propiedad privada en nombre de los pobres. Todas las vertientes de esta tradición de pensamiento sucumben en la realidad, aunque se siguen alimentando en la fantasía del discurso. Todas revelan una alarmante pobreza conceptual ya que no solo significan una falta de respeto al derecho sino que barren con las únicas señales con que se cuenta para operar y saber donde se está parado. Así, al enervar la institución de la propiedad no hay precios y, por ende, resulta imposible la contabilidad, la evaluación de proyectos y el cálculo económico. No se sabe cuando y en qué se consume capital. El conocimiento disperso se transforma en ignorancia concentrada en ampulosas comisiones de planificadores estatales que inexorablemente operan a ciegas, con lo que naturalmente se perjudica a todos pero de modo muy especial a los más necesitados.
En el segundo caso, a través de las trasnochadas figuras de la “subjetividad plural” y los “derechos difusos” se pretende que en nombre de la preservación de las especies y del medio ambiente cualquiera pueda dictaminar acerca del uso que terceros le asignan a sus respectivas propiedades. Paradójicamente, para preservar la propiedad del planeta Tierra se propicia la liquidación de la propiedad vía lo que con acierto se ha denominado “la tragedia de los comunes” puesto que lo que es de todos no es de nadie y los incentivos para cuidar los bienes desaparecen.
Hoy en día las vacas no se extinguen mientras que las ballenas tienden a desaparecer. Esto es así precisamente porque las vacas tiene dueño mientras que las ballenas “son de todos”. Esto no siempre fue así: en la época colonial cuando no existía la revolución tecnológica del alambrado y la marca cualquiera mataba ganado vacuno para cuerear o para comer un trozo de carne con lo que esos animales estaban en riesgo de extinción. Hoy, en cambio, de lo que se trata es de multiplicar el ganado y no de hacerlo desaparecer debido a los incentivos de la propiedad privada. Idéntico fenómeno ocurre cuando una manada de elefantes pertenece a alguien, a diferencia de la masacre que tiene lugar si “es de todos” donde se ametralla para obtener marfil en lugar de estimular la reproducción.
Del mismo modo, nadie reforesta si sabe que los beneficios completos serán para otros. Las talas indiscriminadas se deben a la insistencia en las así llamadas tierras fiscales. A su vez, tal como se ha expuesto reiteradamente en infinidad de trabajos, los problemas que genera el monóxido de carbono, la lluvia ácida o el efecto invernadero también se dirimen en el contexto de la asignación de derechos de propiedad.
Por último, el flagelo del terrorismo debe rechazarse haciendo uso de todos los caminos de que dispone la sociedad abierta pero nunca con procedimientos inherentes a la canallada terrorista como la detención sin juicio previo, las escuchas telefónicas, la intromisión en el secreto bancario, la tortura y, en general, la restricción a las libertades civiles tan caras y esenciales al mundo libre.
La moderna noche del gallo no tendría lugar si no fuera por el paulatino debilitamiento y abandono de las sólidas bases sobre las que se sustenta la sociedad abierta. En este sentido, resulta sumamente decepcionante y descorazonador observar buena parte de las campañas electorales —incluso en los lugares más insospechados— en las que reiteradamente y en forma creciente los candidatos prometen echar mano al fruto del trabajo ajeno para los más diversos propósitos, todos reñidos con elementales principios del respeto recíproco.
Se torna imperioso abrir un debate de ideas al efecto de fortalecer el resguardo a la dignidad de las personas y volver a las fuentes en cuanto a la consiguiente filosofía que preserve las autonomías individuales para que cada uno pueda seguir pacíficamente su camino y reservar el uso de la fuerza exclusivamente allí donde hay lesiones al derecho. Desde luego que el estudio de los fundamentos de la sociedad abierta deben estar siempre a prueba: como enseña Popper, todo está sometido al carácter de la provisionalidad y abierto a posibles refutaciones (del mismo modo que Borges escribe que “el concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio”). Pero con el mismo entusiasmo de los bibliófilos, siempre nómadas al acecho de nuevas aventuras intelectuales, es urgente explorar seriamente los múltiples andariveles de la libertad al efecto de salir del atolladero en que nos encontramos.
En este contexto, es menester la debida comprensión del orden jurídico y dejar de lado las concepciones positivistas que consideran que toda legislación debe ser obedecida independientemente de su contenido, con lo que se acumulan pseudoderechos de la misma naturaleza inaudita del que acaba de proponerse en la Asamblea Constituyente de Ecuador para ser incorporado en una enmienda constitucional: “el derecho de la mujer al orgasmo” (puede facilitar si se le da permanencia al consejo de Woody Allen, aquello de “amaos los unos sobre los otros”...con lo que la noche del gallo adquiriría un matiz de ribetes bien diferentes).
Este artículo fue publicado originalmente en el Diario de América (Nueva York) el 10 de julio de 2008.