La necesidad de un liberalismo amable y esperanzador
Marcos Falcone dice que el liberalismo, que parece estar de moda en Argentina, debe ofrecer una visión positiva acerca del futuro que vendrá después de las reformas.
Por Marcos Falcone
El liberalismo parece estar de moda en la Argentina. No queda claro si su popularidad se debe a personas que se autodenominan “liberales” como Javier Milei, a ideas que son percibidas como tales o a aquellas que efectivamente lo son; pero puede decirse, como mínimo, que hay una parte creciente de la sociedad que demanda más libertad. Se ve en las encuestas, se ve en las urnas: pero el liberalismo no llegará muy lejos si solo proyecta enojo y destrucción en lugar de esperanza y construcción.
El éxito liberal, es verdad, está asociado a un reclamo esencialmente económico. El crecimiento del liberalismo se apoya en la virulencia de sus referentes, que personifican el enojo y hasta el hartazgo de la sociedad con viejas recetas estatistas que no solo fracasan en generar riqueza sino que hunden al país en la pobreza. Esto es singular: así como hay países donde los liberales construyen el conjunto de reglas institucionales que permite a los individuos actuar libremente, en la Argentina el objetivo de los liberales es destruir un sistema que no funciona. Esto es positivo: es imprescindible desmontar las estructuras de poder cuasimafiosas que llenan de privilegios a unos pocos para hundir en la pobreza a muchos.
Sin embargo, el liberalismo tiene que ofrecer una visión acerca del futuro positivo que vendrá después de las reformas. No alcanza con describir, por ejemplo, por qué es malo el proteccionismo industrial, y ni siquiera con explicar cómo desandarlo: los votantes también deben percibir que su calidad de vida mejorará con una apertura comercial y, en líneas generales, que vivir con más libertad es sinónimo de vivir mejor.
Lo decía Hayek en 1949 en The Intellectuals and Socialism: la construcción de una sociedad nueva debe ser una “aventura intelectual”. El liberalismo debe tener un norte, una utopía. Y así como el campo liberal se nutre de enojo por la situación presente, el campo antiliberal enfatiza el carácter antipático y sacrificado de las reformas: es, por lo tanto, sobre el día después de esas reformas que es necesario realizar un trabajo pedagógico de cara al futuro.
La necesidad de un liberalismo distinto se puso de manifiesto en la campaña electoral de 2021, primero, y ahora también este año, toda vez que los liberales ya no son marginales sino que son parte de la discusión adulta: la violencia discursiva puede haber ayudado a movilizar una base fervorosa que hoy les dé relevancia, pero difícilmente alcance para sostener a un gobierno que pase (como pasará el próximo, sea cual sea) por momentos extremadamente difíciles. Por el contrario, la negatividad resulta desesperanzadora: la línea entre reformar el país y clamar que “la única salida es Ezeiza” es demasiado fina y termina, con frecuencia, en el llamado a darse por vencidos. Sería bueno construir, entones, un relato positivo sobre el futuro.
Por otro lado, el liberalismo es, además de una doctrina económica, también un ethos. Y en este sentido, la tolerancia, la humildad intelectual y la apertura mental están hoy más bien ausentes de los sectores autodenominados “liberales”, que deberían abrazar todas estas cualidades para reclamar legítimamente el mote. La claridad conceptual y la pasión por transmitir ideas no deben traducirse en la descalificación apriorística de cualquier oponente: tal acción no solo es mala en sí misma sino que, en un país de mayorías iliberales o antiliberales, está condenada al fracaso o a un éxito solo momentáneo.
La conclusión de estas líneas es que el liberalismo debe ser más esperanzador y más amable. Más esperanzador porque difícilmente pueda crearse una expectativa de gobernabilidad solamente a partir de la denuncia. Pero el liberalismo también debe ser más amable porque, si no lo es, otros lo serán y reclamarán las banderas liberales para sí con la excusa de que a los “violentos” no hay que escucharlos. Ya es hora, entonces, de que el enojo que con razón ha hecho crecer al liberalismo sea ahora canalizado en forma de esperanza y amabilidad, sin que eso implique abandonar la firmeza en las convicciones. La oportunidad de que el liberalismo continúe creciendo existe y el país necesita que sea aprovechada.
Este artículo fue publicado originalmente en La Nación (Argentina) el 30 de septiembre de 2023.