La motivación de las inyecciones de odio
Manuel Hinds considera que es preocupante que en El Salvador hay muchas personas que desconocen lo que fue la guerra civil y sus 80.000 muertos.
Por Manuel Hinds
Hay dos temas muy ligados en el tratamiento del odio en la política. Uno es el efecto que el odio tiene en ella, en la ciudadanía y en sus acciones. El otro es la motivación que las personas que inyectan odio en la política pueden tener para hacerlo. En mis artículos siempre me enfoco en el primer tema, ya que los efectos del odio inyectado se dan independientemente de las razones que las personas que lo inyectan puedan tener, y esos son los que realmente le interesan al pueblo. Porque, por ejemplo, ¿qué le podría haber importado a los judíos víctimas de los nazis si Hitler realmente los odiaba o sólo utilizaba el odio contra ellos para destruir a la vieja clase política alemana? Igual los mandó a matar.
Lo que sí era importante para los judíos era que las inyecciones de odio que Hitler hacía volvieron posible que millones de personas vieran para otro lado y aplaudieran que los persiguieran, les quitaran sus propiedades, los humillaran y les quemaran sus negocios y los libros que habían escrito, y sus sinagogas, y que los transportaran a campos de exterminio, los mataran y los cremaran. Matar a 6 millones de personas requiere millones de personas, y para que lo hagan o lo vean tienen que estar movidas por el odio.
Hay gente que cree que la capacidad de matar a miles o millones de personas puede ser una expresión de banalidad como la que mostraba Adolph Eichmann al describir con la tranquilidad de un burócrata cómo él había mandado a millones de judíos a los campos de la muerte. Pero esa banalidad es sólo una manifestación de la actitud de los nazis hacia los judíos, que para ellos eran menos que gusanos. Nadie puede ver la muerte, la tortura o el sufrimiento banalmente si los ve de cerca.
Es para disipar esa sensación que es útil el odio. Su efecto más perverso es denudar al odiado de su calidad humana, convertirlo en un gusano que no solo no es pecado matar o torturar sino obligatorio hacerlo. Eso, deshumanizar a los enemigos a través del odio es lo que hace posible las masacres espantosas, como las de los nazis, las de los comunistas, y las de la guerra en El Salvador.
El personaje principal de “Para Siempre Fluyendo”, de Vasily Grossman, un prisionero político que regresa después de treinta años en un campo de trabajo soviético en el Ártico, reflexiona sobre sus propios sufrimientos y realiza que a él lo deshumanizaron de la misma forma que él deshumanizó a otros en un círculo vicioso de maldad.
“Y ahora yo miro hacia atrás a la liquidación de los kulaks (nombre que los bolcheviques daban a los burgueses) bajo una luz completamente diferente —ya no estoy bajo el influjo de ese hechizo, y puedo ver los seres humanos en ellos. Pero, ¿por qué yo estaba tan inconsciente? Después de todo, yo pude ver cómo la gente era torturada y lo mal que estaban siendo tratados. Pero lo que me decía a mí mismo en ese tiempo era: Ellos no son seres humanos, ellos son kulaks…Para poder masacrarlos, era necesario proclamar que los kulaks no son seres humanos. Igual que los alemanes proclamaron que los judíos no eran seres humanos…Pero eso es una mentira. Eso es lo que yo finalmente he venido a comprender. Son todos seres humanos”.
Lo terrible es ese efecto, que está comenzando a verse en El Salvador por segunda vez en cuarenta años. El Salvador está lleno de personas que, jóvenes e ignorantes, nunca han sabido lo que fue la guerra y sus 80.000 muertos o que, imperdonablemente, los han olvidado. Ese olvido colectivo les impide reconocer los síntomas del crecimiento del odio, de uno y otro lado, y que ese odio puede fácilmente volverse incontrolable y generar crímenes y violencia. Y eso pasa independientemente de si el odio se ha inyectado por maquiavelismo político o por odios primarios de parte de los que lo inyectan. A nadie le termina importando que si el que inundó con gasolina un estadio lleno de gente y luego le prendió fuego quería matarlos porque los odiaba o porque quería destruir el orden cósmico. De todos modos, es imposible saber cuáles son las motivaciones de seres humanos en particular. Corrientemente la gente ni sabe por qué hace las cosas. Pero sí son claras las consecuencias de llenar a las sociedades de odio y luego tirarles un fósforo.
Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (Ecuador) el 7 de octubre de 2021.