La mano muerta contra la mano invisible

Por Pedro Schwartz

Los enemigos del capitalismo se estremecen ante lo que ellos piensan que es la ineludible fuerza de la globalización: reposado sobre las espaldas del Internet y la especulación financiera, el libre mercado está penetrando, según ellos, hasta los lugares más recónditos de la vida social. El Estado Nacional se debilita más y más con el paso de los días, el Sistema de Seguridad Social está siendo minado en sus bases, los paraísos fiscales permiten a los ricos evadir sus deberes fiscales, la competencia de mano de obra infantil y esclava en el tercer mundo empobrece a los trabajadores sindicalizados. El afán de lucro incentiva a la destrucción del medio ambiente, de la cultura nacional y de las lenguas indígenas y la cocina autóctona esta siendo desplazada por las cadenas de comida rápida. El resultado es un incremento preocupante en el número de pobres en el Mundo y un crecimiento obsceno de la brecha entre el ingreso y la riqueza del Norte y del Sur.

Una confusión similar tienen muchos de los simpatizantes del capitalismo democrático, quienes hablan como si el avance de la globalización fuese imparable. Después de la caída del Muro de Berlín, los beneficios del libre mercado se han vuelto tan evidentes, piensan, que no tiene sentido resistirse al avance inexorable del progreso económico. El Internet, y más ampliamente la tecnología informática, está permitiendo a los capitales internacionales moverse a donde es mayor la rentabilidad. Los inversionistas no sólo escapan de la mano interventora del gobierno sino también imponen una "camisa de fuerza dorada" a los políticos irracionales, quienes ahora corren un gran riesgo si desafían las reglas de los mercados financieros internacionales. Este optimismo exagerado juega en favor de los anti-globalizadores y motiva a dormirse en los laureles a los defensores del libre mercado.

Ambas partes están equivocadas, como argumenta convincentemente un fascinante libro. Bajo el titulo de Against the Dead Hand: The Uncertain Struggle for Global Capitalism, Brink Lindsey, un académico del Cato Institute en Washington D.C., ha publicado un estudio contundente contra aquellos que malinterpretan la historia de los últimos dos siglos como una constante y progresiva transición de mercantilismo y despotismo hacia libre mercado y democracia.

La historia verdadera puede ser muy diferente. El surgimiento actual de mercados libres y sociedades cosmopolitas de competencia y de reducción del Estado que se inicio con el Plan Marshall en 1947, tomo velocidad con el fracaso del Imperio Soviético y ha empezado a tomar alto vuelo con las alas de la alta tecnología; en este sentido es una réplica del desarrollo liberal de la primera mitad del siglo XIX. Pero entre estos dos períodos liberalizadores, indica Lindsey, se encuentran unos 100 años dominados por lo que él acertadamente llama "La Contrarrevolución Industrial".

La apertura de la economía mundial desde 1815 hasta 1865 llevó al surgimiento de la primera ola globalizadora. La aplicación de nuevos inventos e instituciones, maquinaria automática, máquinas a vapor, transporte más barato, el patrón oro, el libre comercio y finanzas internacionales en la primera mitad del siglo XIX causó un enorme incremento en la prosperidad general, liberó a los individuos de las constricciones del antiguo régimen y ayudó a incrementar la libertad económica y política.

Sin embargo, en la última parte de ese siglo, esta nueva prosperidad y estas nuevas fuerzas productivas fueron secuestradas por los gobiernos de Europa. Una carrera hacia el nacionalismo, la expansión imperialista, los carteles industriales, las regulaciones laborales y la estatización de la seguridad social se inició entre las potencias de Europa. Esta fue la era del regreso al control autoritario después de un largo periodo de creciente individualismo. Los nuevos métodos de factores de producción industrial ayudaron a consolidar este retorno a la planificación global traída por políticos y electorados nacionalistas. En los inicios del siglo XX, Henry Ford y el "Fordismo" se convirtieron en el evangelio de moda para los barones industriales de los Estados Unidos, los carteles de la Alemania Imperial y después para Lenin, Mussolini y Hitler. El progreso de la civilización estaba en peligro de ser detenido y revertido por la adopción general de un sistema social que la mayoría de las personas creía que era la esencia del capitalismo de mercado cuando era exactamente lo contrario: un regreso al control estatal, al reclutamiento militar de la fuerza productiva, al control centralizado sobre el "caos del mercado".

La segunda era actual de globalización, de comercio más libre, mayores movimientos de capitales, renovadas migraciones, derrocamiento de gobiernos despóticos, privatización de las industrias y los sistemas de seguridad social, intercambio cultural y libre elección del entretenimiento podría fácilmente terminar si la mano muerta del pasado ahoga nuestra recobradas libertades económicas y sensible sentido cosmopolita.

La lucha entre la mano muerta de cualquiera de los poderes y la mano invisible de Adam Smith no ha terminado. La expresión "mano muerta" es familiar para cualquier historiador español. En la segunda mitad del siglo XVIII, cuando la Ilustración era el centro del programa político de Carlos III de España, anteriormente Carlos VII de Nápoles, los grandes economistas Campomanes, Olavide y Jovellanos lucharon por suprimir las manos muertas que ahogaban el progreso de la agricultura española como la Iglesia, la Aristocracia, el monopolio de la lana de la Mesta, la retardada expansión del comercio con las Indias Occidentales y el monopolio del puerto de Cádiz para el comercio con América. Entonces, la expresión "mano muerta" retumba sugestivamente como un eco a aquellos que conocen qué tan poderosa era ésta en la España de los Borbones. La mano invisible que conduce a los individuos a trabajar involuntariamente por el bien general al tratar de mejorar sus condiciones mediante la búsqueda de su interés personal está en auge en el mundo occidental pero nunca libre de antagonistas necios.

Cuando trato de prever el futuro de esta segunda ola globalizadora y del liberalismo, estoy más preocupado de los enemigos conservadores que de los anarquistas, ecologistas o socialistas utópicos cuyas protestas en las calles de nuestras ciudades, y con motivo de los Cumbres Internacionales, son más o menos inofensivas.

La lista de los enemigos conservadores debería engendrar miedo en los corazones de los amigos de la libertad individual. Dado que estoy en Italia, permítanme empezar con los sindicatos. Los sindicatos modernos no son una normal y legitima asociación de individuos libres en defensa de sus legítimos intereses. En 1867 el Parlamento inglés liberó a los sindicatos de la ley de Agravios, es decir, de la obligación de compensar el daño realizado por ellos con las huelgas. La huelga es un incumplimiento de contrato y bajo leyes contractuales normales los sindicatos sólo adoptarían una huelga laboral si previamente han estimado que el beneficio resultante será mayor a la indemnización por los daños ocasionados. La solución al maltrato en el lugar de trabajo o a un salario debajo del nivel de mercado en una economía libre es cambiar de trabajo. Es típico en las sociedades de la Contrarrevolución Industrial que el mercado laboral no sea flexible y que sea fácil de encontrar ejércitos industriales. En el mundo de hoy la conglomeración de trabajadores en milicias industriales predomina cada vez menos, porque los trabajadores se están volviendo más individualistas y menos mecanizados—al menos aquellos trabajadores que tienen ambición y una chispa de vida. Sin embargo, los buscadores de rental se resisten al progreso, tanto personal como social, demandando legislación proteccionista, pensiones estatales, salud pública, educación reglamentada pública para sus hijos y la imposición de gravámenes a otros.

Esta actitud reaccionaria también ha sido adoptada por los tenderos, quienes buscan un horario restringido para comprar, el congelamiento de los permisos para abrir nuevos establecimientos y un alto a la guerra de precios en nombre de un retorno absurdo a un paraíso de tiendas pequeñas que amenazará la vida de las mismas ciudades que ellos dicen defender.

A los buscadores de renta no sólo se los encuentra en las filas de la vieja clase obrera. Los terratenientes y los trabajadores agrícolas se han aliado tanto en América como en Europa para detener el libre comercio de bienes agrícolas. Chantajean al resto de la sociedad,  de hecho al resto del mundo, por medio de medidas proteccionistas cabildeadas a parlamentos débiles en la forma de altos precios en los comestibles y subsidios generosos. Otras industrias usan la falsa noción de comercio desleal para impedir que los pobres vendan bienes en su patio trasero; el acero, los textiles, los carros, las carnes, los plátanos y otros han estado subordinado en un momento u otro a la mano muerta de agentes aduaneros. Probablemente lo más escandaloso de todo, debido a que detiene el  progreso técnico, es la prohibición en Europa de los alimentos modificados genéticamente.

Esto me conduce a decir unas palabras sobre la Unión Europea. LA UE se esta pareciendo más y más a uno de aquellos Estados extorsionistas de la época previa a la Primera Guerra Mundial; usan la prosperidad surgida de un amplio mercado interno para el engrandecimiento del Estado. La creciente rivalidad con los Estados Unidos, la profunda hostilidad en Europa hacia el líder de Occidente, me hace temer que los europeos nacionalistas se salgan al fin con la suya. ¿De qué otra manera se puede interpretar la presión puesta sobre el Reino Unido, Suecia, Dinamarca e incluso Suiza y Noruega para adoptar el Euro basados en una diversidad de falsos argumentos económicos? Una moneda única no es una condición necesaria para un mercado libre y abierto, pero sí un paso adelante para la creación de un mayor poder centralizado que reestablecerá el poder sobre sus ciudadanos perdido por la competencia fiscal y regulatoria entre Estados debilitados por la globalización.

En resumen,  nosotros no debiéramos dormirnos en los laureles de la globalización pensando que la guerra ya está ganada. El período anterior de libertad personal y económica en el siglo XIX terminó en las mediocridades y las miserias de un asalto totalitarista a la Sociedad Abierta, dos Guerras Mundiales y un Estado Orwelliano. Este bendito momento de la Pax Americana no va a continuar por mucho tiempo si los amigos de la libertad no están vigilantes y unen fuerzas contra el poder de la mano muerta.