La ley de salud de Obama
Michael Cannon describe cómo impactará al mercado de cuidados médicos en EE.UU. la ley de salud firmada por el Presidente Obama a fines de marzo.
La ley de salud que el presidente Barack Obama firmó el 23 de marzo se encuentra entre las legislaciones más radicales en la historia de EE.UU. Para el 2014 habrá enrolado a toda la población estadounidense en un esquema de seguro médico obligatorio. Si la ley merece o no ser vista como una reforma, depende de la perspectiva que uno tenga. En la izquierda, la ley es una reforma tímida. No llega a establecer un sistema de salud estatal como el que rige en Canadá o el Reino Unido, ni tampoco logra establecer una “opción pública” robusta que compita con las aseguradoras privadas. La ley de salud de Obama también enfurece a la derecha, la cual considera que es un gran salto hacia el socialismo —los conservadores consideraron bastante apropiado que el camarada Fidel haya denominado a la nueva ley “un milagro”. Los que respaldan la ley, mientras tanto, probablemente sintieron que la aprobación moderada del presidente francés Nicolás Sarkozy era la más adecuada: “bienvenidos al club de países que no tiran a la calle a sus enfermos”.
En la superficie, pareciera que EE.UU. se merece el doble sentido. EE.UU. había sido el último país de las naciones desarrolladas en brindar una garantía de cobertura de seguro médico a todos sus ciudadanos. Para nuestros amigos europeos, este era el aspecto más desconcertante de un sistema de salud que ya de por sí era bastante ilógico. Pero el presidente Obama ahora ha emitido tal garantía. Casi todos los residentes legales de EE.UU. deberán comprar un seguro médico para el 2014 y si no lo hacen serán sujetos a multas y encarcelamiento. Las aseguradoras privadas pueden variar las primas basándose en la edad y el estatus de fumador o no fumador, y en base a individuos versus familias; pero no pueden negarle cobertura a los enfermos ni cobrarles una prima más alta que a los demás. Aquellos a quienes el gobierno considera incapaces de costearse su propia cobertura médica la recibirán directamente del Estado o a través de un seguro privado subsidiado. De tal forma, finalmente pareciera —aunque sea en el papel— que EE.UU. ya no les negará atención médica a las personas enfermas.
Hay, por supuesto, un largo trecho entre el dicho y el hecho. Los gobiernos en todas partes del mundo hacen un mejor trabajo emitiendo garantías que cumpliéndolas. Por décadas, el gobierno de EE.UU. ha garantizado atención médica para niños con ingresos bajos a través del programa Medicaid. Esa garantía, sin embargo, no evitó la muerte de Deamonte Driver, un niño de 12 años de Maryland. En 2007, Driver murió a causa de una infección incontenible que empezó en un diente inflamado. Es absurdo que haya muerto ya que esto pudo evitarse con la simple extracción del diente, pero su madre no pudo encontrar un dentista dispuesto a aceptar los míseros pagos de Medicaid. Cerca de la mitad de los aproximadamente 32 millones de estadounidenses que no están asegurados y que recibirán cobertura bajo la nueva ley, pueden esperar la misma garantía que Driver recibió.
De hecho, cada miembro del “club” de Sarkozy tiene sus historias de personas enfermas que han sido “tiradas a la calle”, de una manera u otra, a pesar de leyes que oficialmente garantizan que tales cosas nunca sucedan. En 2005, la Corte Suprema de Canadá señaló acerca del sistema Medicare de su país: “El acceso a una lista de espera no es acceso a atención médica. Como indicamos anteriormente, hay evidencia contundente de que en casos serios, los pacientes mueren como resultado de las listas de espera para recibir atención médica pública”. Los británicos, mientras tanto, parecen muchas veces estar más contentos con permitir que el Servicio Nacional de Salud engañe a sus pacientes en lugar de acceder a que un estadounidense les explique qué tan a menudo esto sucede.
La triste historia de las garantías estatales es la razón por la cual muchos estadounidenses —una mayoría, de hecho— se oponen a la nueva ley del presidente Obama, la cual ellos creen llevará a EE.UU. más hacia el mundo ideal de Sarkozy.
Veamos el requisito de que las aseguradoras le cobren a cualquier persona de determinada edad la misma prima sin importar su estado de salud. A pesar de su dejo compasivo, este requisito efectivamente les negará atención a los estadounidenses enfermos que están contentos con su cobertura actual. Si asegurar a las personas saludables cuesta $5.000 y asegurar a las personas enferma cuesta $25.000, obligar a las aseguradoras a que todos paguen la misma prima de $10.000 convierte a cada persona enferma en un pasivo de $15.000. Como resultado, los planes de seguro que brindan atención de calidad a aquellos pacientes enfermos quebrarán rápidamente, como lo confirman las investigaciones de uno de los consejeros económicos del presidente Obama. Si las aseguradoras privadas quieren sobrevivir, entonces harán lo que sea para evitar a los enfermos, incluso les negarán reclamos, porque eso es lo que recompensan los controles de precio del gobierno.
O veamos cómo esos mismos controles de precio podrían causar que colapsen los mercados privados. Mi colega Victoria Payne y yo calculamos que bajo la ley de Obama, los individuos saludables podrán ahorrar $3.000 anualmente —y las familias de cuatro hasta $8.000 al año— abandonando su cobertura, pagando las multas del caso y esperando a estar enfermos para comprar la cobertura nuevamente. Como las aseguradoras estarían obligadas a darles cobertura a la prima estándar, las personas saludables tendrían poco que perder. Quizá el sentido de solidaridad de los estadounidenses de igual manera los obligará a darles miles de dólares cada año a las empresas aseguradoras sin obtener nada a cambio. O tal vez las personas saludables abandonaran sus planes de seguro, las primas subirán, y esto a su vez forzará a más personas saludables a abandonar su seguro médico en un círculo cada vez más vicioso.
Técnicamente, en cualquier caso, los estadounidenses enfermos todavía tendrán un derecho legal a la cobertura pero puede que encuentren que esta “garantía” vale poco cuando una aseguradora privada no los quiera o un programa estatal que considere que su salud no vale mucho. De mayor confianza serían las innovaciones que genuinamente hicieron la atención médica más efectiva, barata y segura. Afortunadamente, sin importar cuales sean los defectos del sector de salud de EE.UU. (y hay muchos), desde hace mucho tiempo se ha demostrado así mismo cómo conduce a la innovación médica, tanto técnica como administrativa.
Un estudio reciente del Cato Institute descubrió que en EE.UU. se han realizado gran parte de los avances médicos importantes a lo largo de los últimos 40 años. En algunas áreas, EE.UU. contribuye más innovaciones importantes que todas las demás naciones juntas. Estas innovaciones están evitando que las personas enfermas sean “tiradas a la calle” alrededor del mundo.
Además, cuando el gobierno estadounidense le ha dado a las fuerzas del mercado espacio para respirar, los empresarios han diseñado maneras innovadoras de proveer la atención médica. Planes de salud integrados tales como el de Kaiser Permanente, el cual se ha desempeñado bien en comparación con el Servicio Nacional de Salud, reducen el costo de la atención y emiten récords en la medicina electrónica que hacen de la medicina algo mejor, más segura y más conveniente.
La innovación estadounidense también ha hecho de los seguros médicos algo más fiable. Hace décadas, los mercados privados atendían el miedo de que un paciente de $5.000 se convirtiera en un paciente de $25.000 al garantizar que sus primas no subirían más rápido que el del resto del grupo asegurado, sin importar qué tanto se enfermaran. Los mercados privados ahora solo están a un paso de ofrecer el “santo cáliz” de las garantías de los seguros médicos: una cobertura que protege en contra de primas más altas y que hace que las aseguradoras compitan para cubrir a los enfermos, en lugar de evitarlos.
Los controles de precio que la ley de Obama impone sobre las farmacéuticas y los seguros médicos no permitirán que el mercado exprese la demanda por más innovaciones. Massachussets emitió una ley casi idéntica en el 2006, la cual ya está amenazando con extinguir la innovación en los sistemas de pago y provisión de atención médica. El presidente Obama podría haber considerado una ley que mejore la atención médica, la haga más barata y más segura a través del proceso descentralizado de innovación. En cambio, ha extendido el sistema más caro de atención médica del mundo a 32 millones más de personas. Y lo hizo de una manera que podría “tirar a la calle” a más enfermos estadounidenses que nunca antes.
Esto hace de la reforma de salud de Obama un objetivo atractivo para la derogación.
Este artículo fue publicado originalmente en la revista Diplomat (EE.UU.) en la edición de mayo de 2010.