La larga historia de las mentiras acerca de la salud de los presidentes

Gene Healy cuenta como presidentes desde Grover Cleveland, hasta Woodrow Wilson, FDR y John F. Kennedy han logrado mantener en secreto graves problemas de salud.

Por Gene Healy

Esperemos que la salud el Presidente Donald Trump esté tan sólida como él dice que está y que esté en buen rumbo hacia su recuperación. Ciertamente parece que está…entusiasmado, en cualquier caso. Aún así, usted sería un tonto de tomar tales declaraciones por ciertas —no solo debido al frenesí incesante de disimulo y mensajes confusos que hemos visto desde principios del mes, cuando el presidente reveló que tenía COVID —sino debido a la larga historia de mentiras oficiales acerca de la salud de los presidentes. 

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Cuando vi el titular “El sesgo médico en el pasado socava la confianza“ en el New York Times, pensé que explicarían algo de esa historia. Pero el artículo era en gran medida acerca de disimulos pasados por parte de los doctores de este presidente acerca de la salud de este presidente. Esto es lo suficientemente justo, pero una visión de más largo plazo nos da todavía mayores razones para verificar, en lugar de confiar, en los pronunciamientos oficiales acerca del estado de la salud de cualquier presidente. 

La historia mejor conocida es probablemente la del masivo infarto de Woodrow Wilson en octubre de 1919, el cual lo dejó en cama y casi totalmente inhabilitado por el resto de su periodo. Su esposa Edith esencialmente se desempeñó como presidenta en funciones, “protegiendo Woodrow de los intrusos y embarcándose en un gobierno desde la cama que esencialmente excluyó al personal de Wilson, su gabinete y el Congreso”. Pero, como el historiador Robert Dallek recuerda en su artículo de 2010 “La salud presidencial y las mentiras presidenciales”, los ejemplos abundan. FDR logró mantener al público prácticamente en la oscuridad acerca de su parálisis parcial provocada por la polio, ayudado de agentes del servicio secreto que confiscaban cámaras para prohibir que fotos del presidente en silla de ruedas sean vistas. Mientras que buscaba un cuarto periodo en 1944, Roosevelt “estaba sufriendo de un corazón agrandado y de una severa hipertensión que amenazaba con acabar con su vida, [y] experimentó una perdida de peso significativa, dolores de cabeza, fatiga, y una incapacidad de concentrarse por periodos sostenidos de tiempo”. Él murió 82 días después de la inauguración. “Haciendo campaña por su reelección en estas condiciones”, Dallek escribe, “FDR cometió una violación ética terrible”.

El aura de vitalidad y vigor de John F. Kennedy dependía de mentiras deliberadas acerca de sus problemas masivos de salud, incluyendo un desorden de la glándula suprarrenal denominado enfermedad de Addison, para el que requería tratamientos regulares de esteroides. En 2013, luego de examinar una serie de información recientemente revelada de Kennedy, Dallek reportó que:

“durante su presidencia —y en particular durante los momentos de stress, tales como el fiasco en la Bahía de los Cochinos, en abril de 1961, y la crisis cubana de los misiles, en octubre de 1962— Kennedy estaba tomando una variedad extraordinaria de medicamentos: esteroides para su enfermedad de Addison; analgésicos para su espalda; anti-espasmódicos para su colitis; antibióticos para las infecciones del tracto urinario; antihistamínicos para las alergias; y, en al menos una ocasión, un anti-psicótico (aunque solo por dos días) para un cambio severo de estado de ánimo que Jackie Kennedy creía que había sido provocado por los antihistamínicos”. 

El régimen de Kennedy también incluía un coctel potente de analgésicos y anfetaminas regularmente administrador por el célebre médico Max “Dr. Feelgood” Jacobson; “No me importa si es pis de caballo, funciona”, dijo JFK una vez de las inyecciones.

Una de los encubrimientos más atrevidos —y exitosos— relacionados con la salud en la historia de los presidentes tiene que ser aquel de la cirugía de cáncer de Grover Cleveland en 1893, una historia que Cleveland y sus partidarios leales lograron mantener en secreto durante más de dos décadas. Ese verano, durante el primer año del segundo periodo (no consecutivo) de Cleveland —y luego de una vida de fumar cigarrillos y masticar tabaco—el presidente necesitaba una operación para remover un tumor maligno del techo de su boca. Utilizando la historia falsa de un viaje a Long Island para pescar, Cleveland se realizó la cirugía en el yate de un amigo. Bajo un solo foco ondulante, un equipo de seis doctores removieron “cinco dientes, cerca de un tercio del paladar superior, y una gran porción de la quijada superior izquierda”.

A la prensa se le dijo que el presidente no se había hacho nada más que “algo dental” durante su viaje de cuatro días. Un reportero de un periódico de Filadelfia recibió el chisme, pero la administración calmó los rumores con una campaña para denominar la historia “noticias falsas”. Y con un injerto de caucho tapando el hueco en su paladar superior, Cleveland logró verse lo suficientemente normal para que esto pase desapercibido (la moda de bigotes frondosos probablemente ayudó). 

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El Museo Mutter: ¡gran lugar para una primera cita!

Hoy, en el Museo Mutter en Filadelfia, puede observar “el tumor de la quijada del Presidente Grover Cleveland” (y pedazos del cerebro del asesino presidencial Charles Guiteau, si desea hacerlo). El público no se enteró de toda la verdad acerca de la cirugía de Cleveland hasta 1917, casi una década después de su muerte, cuando uno de los doctores publicó un recuento en el Saturday Evening Post. S hoy tenemos menos razones para preocuparnos acerca de un engaño de tal tamaño, eso no se debe a una mejora moral en el liderazgo de la clase política. En cambio, tales esquemas se han vuelto mucho más difíciles de realizar: ahora es imposible que un presidente mantenga en secreto una visita de dos horas a un hospital, mucho menos un viaje de pesca de múltiples días de duración para realizarse una cirugía importante. Y, si la salud del presidente se complicara, Melania Trump no estará reemplazándolo como una moderna Edith Wilson. 

En mucho mayor grado que el de Cleveland, Wilson, o incluso los días de Kennedy, los presidentes ahora están bajo un constante escrutinio por parte de periodistas adversarios, organizaciones sin fines de lucro vigilantes, y potenciales delatores. En su libro de 2012 Power and Constraint, Jack Goldsmith acuñó la frase “la gama gigantesca de ojos observando la presidencia, en secreto y en público”. 

En el Panóptico de Bentham, uno observa a los muchos; pero en el Sinóptico Presidencial, muchos observan a uno. La tecnología moderna ha fortalecido significativamente ambas formas de monitoreo: los presidentes ahora están constantemente ante las cámaras y se arriesgan a ser grabados incluso en situaciones de aparente privacidad. La vigilancia a través de las redes sociales hace que incluso los engaños a pequeña escala sean difíciles de lograr, incluso si los sabuesos fácilmente excitables en Internet muchas veces se equivocan. Estos cambios sociales y tecnológicos no son una bendición absoluta, pero sí hacen que los secretos oficiales sean mucho más difíciles de guardar.

Este artículo fue publicado originalmente en Cato at Liberty (EE.UU.) el 7 de octubre de 2020.