La injusticia del comercio justo

Por Alan Reynolds

La administración Bush ha estado deslizándose hacia una trampa conocida al hacer comentarios nefastos sobre el perfectamente normal aumento de las importaciones que acompaña invariablemente a cada expansión económica. Las importaciones siempre crecen más rápidamente cuando la manufactura estadounidense está expandiéndose, y se encoge cuando la producción industrial norteamericana disminuye. Una razón es que las industrias estadounidenses son las importadoras más grandes del país. Los suministros industriales representaron el 24.5% de todos los bienes importados en el 2000, y los bienes de capital son responsables por otro 28.5%. De enero a diciembre del 2001, las importaciones de suministros industriales cayeron de $27.100 millones a $18.300 millones, ó un 33%. Las importaciones de bienes de capital disminuyeron de $28.800 millones a $22.500 millones, ó un 22%. Lejos de ser una bendición para los manufactureros del país, una caída en las importaciones representó una caída en la demanda de los bienes manufacturados.

La única manera probada de reducir las importaciones en Estados Unidos es enviando a la economía de vuelta a una recesión. Unas cuantas personas en la administración Bush parecen ansiosas por hacer eso, siempre bajo el nombre de mantener al comercio "balanceado" o "justo".

Los industriales estadounidenses necesitan suministros y equipos importados para producir bienes más valiosos. La manufactura sufre cuando los políticos tratan de aumentar los costos de importar mediante aranceles, aunque las industrias con el lobby más poderoso podrían resultar beneficiadas. Los aranceles sobre el azúcar, frutos secos y productos lácteos aumentan los costos de producción para los industriales de alimentos para el desayuno y dulces; los aranceles sobre el acero incrementan el costo a los manufactureros de autos y repuestos; los aranceles sobre el cuero aumentan los costos a los productores de zapatos; los aranceles sobre las telas aumentan los costos para los fabricantes de ropa; y así continúan la lista. Y los aranceles incrementan el costo de vida de los consumidores al reducir su habilidad de comprar otros bienes y servicios (la mayoría de los cuales no están protegidos ni subsidiados).

Gobiernos anteriores a menudo se preocuparon indebidamente sobre la inevitable realidad de que las importaciones y la economía crecen juntas. Esta ansiedad inútil inspiró algunas veces errores políticos que resultaron ser económica y políticamente dolorosos. Ni el Congreso ni la Casa Blanca han caído en este abismo aún, pero ambos han estado bailando muy cerca del despeñadero.

El secretario del Tesoro, John Snow, dio el primer tropezón al reprimir públicamente a Japón y China sobre sus políticas cambiarias. El secretario de Comercio, Don Evans, sufrió otro traspié al importunar a China sobre el "comercio justo" aún más públicamente en un artículo en el Wall Street Journal.

"Si usted cree en el libre comercio", escribió Evans, "también debe insistir en un terreno de juego nivelado". Al contrario, cualquiera que insista en definir las condiciones bajo las cuales este país practicará el libre comercio no puede entender y mucho menos creer en el libre comercio. Éste significa derribar nuestros propios aranceles y cuotas de importación, punto. Los aranceles y las cuotas de importación restringen la oferta y aumentan los precios. Si usted no cree que restringir la competencia y aumentar los precios es malo para el país, entonces usted no cree en el libre comercio.

La noción de que los aranceles hacen al comercio más "justo" pretende que si los aranceles le permiten a una compañía nacional cobrar más caro por sus productos los administradores supuestamente usarán ese botín para contratar a más trabajadores. Pero es más probable que los administradores cómodamente protegidos refuercen su propio personal y privilegios, y luego importen más equipo que ahorra mano de obra de tal forma que la pérdida de empleos resultante persuada a los ingenuos legisladores sobre la necesidad de proteger aún más a la industria.

Evans señala que "el libre comercio y la apertura de mercados funcionan únicamente si ambas economías operan bajo las mismas reglas". Puras tonterías. El libre comercio y las economías abiertas benefician a todos los países que practican tales valores, sin importar si otros países así lo hacen. Si uno quiere ver cómo es la vida sin el libre comercio y con una economía cerrada, basta echarle un vistazo a Corea del Norte.

El libre comercio no significa que el gobierno estadounidense deba tolerar el plagio extranjero de las marcas comerciales norteamericanas. Pero la adherencia a las reglas del libre comercio sí significa que tratar con dichos crímenes empresariales específicos nunca debe implicar imponerle aranceles especiales sobre los consumidores estadounidenses para una amplia variedad de importaciones perfectamente legítimas de China.

Aparte del plagio, ¿qué otras reglas chinas son tan intolerablemente diferentes de las nuestras que una alta autoridad del gabinete señalaría a las amenazas provenientes del Senado de un embargo a nuestra economía para fortalecer su argumento? "No hay ninguna justificación económica para los préstamos hechos a las compañías no lucrativas en China", escribe el secretario. "Los préstamos negativos representan casi la mitad de la carpeta crediticia de China". ¿Desde cuándo nos empezamos a preocupar acerca de competir con cualquier país debido a que tiene un montón de negocios no lucrativos y malos préstamos? ¿No calza esa descripción con los últimos 12 años de Japón?

Un proyecto de ley en el Senado propone reducir las importaciones de una forma que funcionó muy bien en los años treinta-imponiendo un horrendo arancel del 27.5% sobre cualquier cosa importada de China al menos que ese país obligue de alguna forma a su moneda a "flotar" en una sola dirección: las nubes. Evans cree que esto "debería servir como una amplia advertencia al gobierno chino". Yo creo que debería servir como una amplia advertencia a los votantes estadounidenses de que media docena de senadores están tan ansiosos por satisfacer al lobby proteccionista que están amenazando con imponer un impuesto del 27.5% sobre algunos de sus bienes favoritos.

¿A qué se debe toda esta histeria comercial? China representó únicamente un 10.75% de los bienes importados a Estados Unidos el año pasado, de acuerdo con la Fed de San Luis. Y eso fue ampliamente a costa de las importaciones que antes venían de otros países. Hace una década, Japón representaba más del 20% de los bienes importados a suelo norteamericano, pero la cuota nipona ha caído al 10.4%. Intentar reducir las importaciones estadounidenses de China simplemente cambiaría la fuente de importaciones a otros países como Japón o Corea del Sur. Por esto no tiene sentido hablar sobre las tasas de cambio entre únicamente dos monedas como si tuvieran algo que ver con el déficit comercial estadounidense como un todo.

Snow le explicó al Comité de Banca del Senado que Estados Unidos actualmente tiene un déficit de cuenta corriente debido a que las inversiones están aumentando más rápido que el ahorro. Un dólar en caída solo podría "ayudar" al déficit comercial al inflar los costos en dólares de los bienes y el crédito, y por lo tanto disminuir la inversión empresarial y residencial. Eso se llama recesión.

Eso nos trae al punto donde comenzamos: Las importaciones siempre aumentan cuando la producción industrial acelera, y caen únicamente cuando la producción manufacturera disminuye. Si algunos senadores y autoridades del gabinete están tan molestos por las importaciones a como aparentan, mejor que se ingenien un plan para enviar a la economía de vuelta a una recesión.

Esa tal vez no será la intención de toda esta retórica y legislación proteccionista, pero si toda esa habladuría degenera en una guerra comercial verdadera, los resultados se volverán pronto desagradables.

Traducido por Juan Carlos Hidalgo para Cato Institute.