La importancia de un banco central independiente

Iván Alonso dice que nada asegura mejor la independencia del banco central que la conciencia de su misión, que no es más que satisfacer la demanda del público por una moneda estable.

Por Iván Alonso

La Reserva Federal de Minneapolis (parte del sistema de banca central norteamericano) organizó hace unas semanas una conferencia para celebrar los 40 años de la publicación de uno de los artículos más importantes de la macroeconomía moderna: Some Unpleasant Monetarist Arithmetic de Thomas Sargent y Neil Wallace, por entonces profesores ambos de la Universidad de Minnesota. El artículo estableció firmemente el caso a favor de los bancos centrales independientes, en una época en la que no eran la especie más extendida en el planeta. Por esa y otras contribuciones, Sargent recibió en el 2011 el premio Nobel de economía.

 La doctrina monetarista enseñaba que los bancos centrales no podían controlar, salvo en el corto plazo, ni el nivel de empleo ni el de producción; solamente podían controlar la tasa de inflación, a través del control que ejercen sobre la emisión de moneda. Sargent y Wallace demostraron, sin embargo, que, si el banco central no era independiente del poder político, no podría ni siquiera controlar la emisión de moneda.

Su argumento es el siguiente. Para financiar el gasto público, el gobierno tiene tres fuentes de ingresos. En primer lugar, puede cobrar impuestos. Si los impuestos no alcanzan, se produce un déficit, que se puede cubrir de dos maneras: con una emisión de bonos, que es un financiamiento del sector privado; o con la emisión de moneda, que es un financiamiento del banco central (posiblemente sin fecha de vencimiento). Si suponemos que el gobierno cobra todos los impuestos que, en la práctica, puede cobrar y suponemos, además, que hay un límite a la cantidad de bonos que el sector privado está dispuesto a comprar, un déficit fiscal descontrolado pone presión sobre el banco central para financiar al gobierno.

Aquí viene la cuestión crucial. Si la política fiscal “domina” a la política monetaria, el banco central terminará emitiendo la cantidad de moneda que se requiera para cubrir el déficit fiscal. El banco central perderá el control de la emisión monetaria y también de la inflación. La inflación dependerá fundamentalmente del déficit fiscal, tanto del actual como de los que quepa esperar en el futuro. Si, por el contrario, hay un banco central independiente –si, en el lenguaje de Sargent y Wallace, la política monetaria domina a la política fiscal–, entonces, es el gobierno el que tiene que enfrentar las restricciones que la realidad le impone y moderar el gasto público.

La independencia de los bancos centrales se ha afianzado alrededor del mundo desde que Sargent y Wallace escribieron. En el Perú se la ha logrado mediante límites al financiamiento que el banco central puede otorgar al gobierno, límites que están inscritos en la Constitución y en su ley orgánica. Pero es evidente que la independencia depende también del carácter y el buen juicio de quienes estén al frente del banco. Siempre hay maneras de cumplir con la letra de la ley y evadir su espíritu, si uno tiene ese propósito (o, mejor dicho, despropósito).

El espíritu es que la política monetaria no se convierta en un instrumento de la política gubernamental. El financiamiento directo al gobierno es sólo una de las múltiples formas en las que eso puede ocurrir. El financiamiento a las empresas públicas es otra; el de sectores específicos, a través de la banca de fomento o inclusive de la banca privada, otra más.

Nada asegura mejor la independencia del banco central que la conciencia de su misión, que no es más que la de satisfacer la demanda del público por una moneda estable, en cantidad suficiente para que la economía y el sistema financiero funcionen sin sobresaltos.