La implosión de Trump
Manuel Suárez-Mier comenta la salida del jefe de gabinete Reince Preibus y la llegada del militar John Kelly a la Casa Blanca.
El (des)gobierno caótico de Donald Trump se derrumba a ojos vista con creciente rapidez. Hace solo un par de semanas contrató como su director de comunicación a un mequetrefe soez, cuya única virtud conocida era cantar alabanzas sin fin a su jefe y declararle con reiteración su intenso amor.
Este badulaque se dedicó a insultar a quien se le cruzara, empezando por el jefe de gabinete Reince Preibus quien fue despedido días después por Trump sin la menor consideración, y ofreció el puesto al secretario de Seguridad Doméstica, general John Kelly, que condicionó su aceptación al cese presto del majadero.
La esperanza ahora es que Kelly imponga disciplina militar en la Casa Blanca para remediar la anarquía existente, pero lamentablemente y a pesar de su casi medio siglo de servir con éxito en las fuerzas armadas de su país, es poco probable que así ocurra porque los primeros en meter el desorden son Trump y su familia.
El Presidente tuiteó el martes que seguirá usando ese medio “con el que llega a 110 millones de personas… y que sólo los Medios de Noticias Falsas (sic) y los enemigos de Trump quieren que deje de tuitear,” mientras su hija Ivanka tuiteó que “deseaba trabajar al lado de Kelly,” cuando éste había dicho poco antes que todo el staff de la Casa Blanca, incluida la familia, pasaría por él para acceder a la Oficina Ovalada.
A todo este relajo hay que agregar que Trump sigue insultando al Procurador de Justicia por el pecado de no haberle sido leal a él al recusarse de la indagatoria sobre la intrusión de Rusia en la elección presidencial, con la esperanza que renuncie para así nombrar a su remplazo y ordenarle que corra al fiscal especial que investiga el caso, Robert Mueller, quien ya estudia los lazos financieros de la familia con Rusia.
Mientras tanto Trump sigue mintiendo. Recién se reveló que él mismo dictó el texto que explica que su hijo se reunió con una abogada rusa para discutir la prohibición del gobierno de ese país a que americanos adopten niños rusos, y no chismes nocivos a la campaña de Hillary, cuando Donald Jr. y su cuñado dijeron lo opuesto.
Estos enredos han tenido consecuencias graves al descarrilar la agenda substantiva, de la que no ha conseguido pasar nada por el Congreso, a pesar que sus correligionarios son mayoría tanto en el Senado como en la Cámara de Diputados.
La iniciativa para abrogar y reemplazar la ley de cobertura de salud, coloquialmente conocida como Obamacare, fracasó la semana pasada al negarle su voto tres senadores republicanos, y el prospecto de poder ampliar el techo de la deuda pública, pasar una reforma tributaria sólida y finalizar el presupuesto, está en peligro.
Todo esto sin siquiera mencionar la secuela de metidas de pata cada vez que abre la boca o tuitea, como anunciar que las personas que han cambiado de género serán expulsadas de las fuerzas armadas, solo para ser refutado por sus generales. Lo que no puede tolerar Trump es estar fuera de las candilejas y sin micrófono.
A pesar de ello y mostrando cada vez más que vive en una realidad aparte, Trump presume de ser el presidente más efectivo de la historia y que seguramente su efigie acabará siendo cincelada en Mount Rushmore donde están esculpidos los rostros de los expresidentes Washington, Jefferson, Lincoln y (Theodore) Roosevelt.
George Will, uno de los opinantes políticos más agudos de EE.UU., sugiere que el caos trumpiano tiene positivos corolarios para su país al revertir los enormes poderes que el Congreso y las cortes fueron delegando en el Ejecutivo, y que su encogimiento actual drena a la oficina presidencial de la pomposidad sacerdotal que le cedieron. Will cree que el periodo para el que Trump fue elegido no deber ser truncado.
¿Podremos que soportar a este orate 42 meses más?
Este artículo fue publicado originalmente en Excélsior (México) el 3 de agosto de 2017.