La guillotina horizontal

Por Alberto Benegas Lynch (h)

Desde tiempo inmemorial ha tenido lugar una alarmante confusión respecto de la idea de igualdad que aparentemente, en nuestro tiempo, se ha acentuado grandemente. Una cosa es la igualdad ante la ley, concepto inseparable de la sociedad abierta y la república y otra bien diferente es la pretensión de igualar rentas y patrimonios.

La primera concepción se traduce en la indispensable igualdad de derechos, la cual debe ser garantizada y preservada como eje central de los marcos institucionales civilizados. A partir de ese postulado de respeto elemental, cada persona desarrollará sus talentos que, en la medida en que son considerados útiles por los demás, son estimulados con las respectivas adquisiciones que, a su turno, le otorgan mayores ingresos a los proveedores de los bienes o servicios en cuestión.

En otros términos, en un clima de libertad y respeto recíproco, quienes aciertan en el gusto y las preferencias de sus congéneres obtienen mayores rentas y patrimonios y quienes se equivocan respecto de las valorizaciones del prójimo, incurren en quebrantos. De mas está decir que esto no ocurre allí donde la obtención de recursos es consecuencia del favor oficial o la pérdida es debida a la expoliación gubernamental. Estamos aludiendo a lo que ocurre en la medida que se observan los preceptos de una sociedad abierta, no lo que acontece en ámbitos de estatismos trasnochados.

A su vez, donde se acatan los fundamentos de la libertad, siempre a criterio de los congéneres, el mejor uso y administración de los siempre escasos recursos permite optimizar las tasas de capitalización que constituyen la causa medular del aumento de ingresos en términos reales de terceros.

Sin embargo, hoy observamos en grado creciente la insistencia en que se deben disminuir las desigualdades crematísticas, cuando no igualarlas completamente. Cuando se logran estos propósitos quedan anulados los incentivos para la producción y quedan eliminadas las posibilidades de asignar factores productivos en las áreas y sectores mas provechosos. La guillotina horizontal indefectiblemente nivela en la pobreza.

Supongamos que se anunciara que se nivelará a todos en la marca de 500. Inmediatamente ocurren dos cosas. Primero, todos aquellos que están produciendo por encima de la referida línea de 500, si están es su sano juicio, se abstendrán de hacerlo puesto que saben que serán expoliados por la diferencia. Segundo, los que están ubicados bajo la mencionada marca no se esforzarán en llegar a ella puesto que esperarán ser redistribuidos por la diferencia, redistribución que nunca llegará puesto que, como queda dicho, nadie producirá mas allá de los anunciados 500.

Lo realmente importante en una sociedad abierta es que todos progresen, no son relevantes las diferencias de patrimonios e ingresos. Mas aún, son necesarias por las razones apuntadas. Como ha escrito el premio Nobel en Economía Friedrich Hayek “La igualdad en las normas generales del derecho es la única igualdad que conduce a la libertad y la única que debemos asegurar sin destruir la libertad” y Robert J. Barro, del Departamento de Economía de la Universidad de Harvard, enfatiza que “El determinante de mayor importancia en la reducción de la pobreza es la elevación del promedio del ingreso en un país y no el disminuir el grado de desigualdad”.

Por otra parte, tal como recomienda Thomas Sowell de Hoover Institution, “Los economistas deberíamos abandonar la expresión distribución del ingreso ya que los ingresos no se distribuyen, se ganan”. Lamentablemente esta idea atrabiliaria de la distribución o redistribución del ingreso parte del equivocado supuesto que súbitamente aparece un “bulto” que debe distribuirse compulsivamente por el aparato político, sin comprender que producción y distribución en el proceso de mercado son dos caras de la misma moneda y que destapando la olla de la energía creativa en un marco de libertad se logran los ingresos mas elevados, especialmente para los mas necesitados. La guillotina horizontal ahuyenta capitales y disminuye abruptamente incentivos y productividades y, por ende, primero irrumpe la pobreza y luego la extensión de la miseria hace estragos.