La guerra de Sudáfrica contra la malaria: Lecciones para el mundo en desarrollo

Por Roger Bate y Richard Tren

La malaria mata un niño africano cada 30 segundos. Jocchonia Gumede, que vive cerca de la frontera sudafricana con Mozambique, ha perdido a seis familiares por causa de la enfermedad. “Es terrible, te mantienes temblando y vomitas continuamente,” dijo. “No puedes comer y no tienes energía. Sientes como si fueras a morir. Muchos mueren.”

La Organización Mundial de la Salud estima que entre uno y dos millones de africanos, la mayoría niños, mueren de malaria cada año. Sin embargo, Sudáfrica tiene menos muertes por malaria que cualquier otro país sub-sahariano. Antes de 1996, sólo cerca de 50 personas morían cada año debido a la enfermedad. Esto es porque Sudáfrica ha reducido la malaria en gran medida usando extensivamente el injuriado insecticida DDT.

Luego, en 1996, el gobierno sudafricano cambió de DDT a un insecticida más nuevo y menos persistente que el DDT, parte en respuesta a las preocupaciones ecologistas sobre el DDT. Para el 2000, las muertes por malaria en Sudáfrica se habían incrementado a cerca de 450 por año. En sólo una provincia, KwaZulu Natal, el contagio se elevó de 8,000 a 42,000. Como resultado, Sudáfrica echó marcha atrás, reintrodujo el uso de DDT e introdujo una nueva droga Coartem, una Terapia de Combinación de Artemisinina (ACT, según sus siglas en inglés). La Coartem remplazó la Cloroquina (CQ) y la Sulfatodoxina-Pirimetamina (SP) como un tratamiento de primera línea para la malaria porque ambas se estaban volviendo cada vez más inefectivas.

La nueva estrategia redujo los casos de malaria y las muertes por un extraordinario 93 por ciento en dos años. El rociado de DDT redujo el número de casos en tal medida que todos los pacientes de malaria pudieron ser tratados con Coartem, aunque este medicamento fuera más costoso que la CQ o la SP.

El gobierno sudafricano tuvo éxito porque pudo aprobar independientemente todo su programa de control de malaria y no tuvo que esperar el respaldo de las organizaciones internacionales de ayuda. Desgraciadamente, otros países sub-saharianos no son tan ricos como Sudáfrica y por lo tanto dependen de los recursos de agencias internacionales de ayuda y salud. Esas agencias ignoran la experiencia sudafricana porque temen que recibirán mala prensa si respaldan el uso de DDT.

Es cierto que el DDT se acumula en el medio ambiente cuando se usa en cantidades masivas para cultivar, pero no cuando se usa en pequeñas cantidades para el control de enfermedades. El DDT se disipa en el ambiente lentamente pero consistentemente. Adicionalmente, según el Dr. Amir Attaran, un experto en malaria del Royal Institute of International Affairs, después de 60 años de exposición humana al DDT “nunca ha habido un estudio reproducido en ninguna publicación académica prestigiosa en el que se muestre el daño del DDT a la salud humana.”

La mayor parte de esto se sabía en 1972 cuando el juez estadounidense que presidía una audiencia científica sobre el DDT, dictaminó que el DDT no debería ser prohibido. William Ruckelshaus, entonces director de la Agencia de Protección del Medio Ambiente de Estados Unidos, quería establecer credibilidad para la nueva agencia y anuló esa decisión.

En estos días, se ha vuelto claro que rociar DDT en las paredes internas de las casas es un método altamente efectivo para el control de la malaria. Lo que es más importante para los países africanos, muchos de los cuales gastan menos de $10 dólares anuales por persona en salud, es que el DDT es barato. Pero la presión política internacional contra el uso del DDT está impidiendo su uso.

La Convención de Estocolmo sobre Contaminantes Orgánicos Persistentes restringe la producción de DDT, su comercio y uso, haciéndolo más costoso. Esto obliga a los países pobres a usar alternativas más onerosas y frecuentemente menos efectivas, debilitando los programas domésticos de control de la enfermedad. Lo que es peor, USAID y otras agencias de ayuda han presionado a los países para que no usen el DDT, atando implícitamente la prohibición del DDT a la ayuda internacional contra la malaria.

Las historias exitosas, sean de la clase que sean, son raras en la mayoría de África. Cuando éstas ocurren, deberían ser emuladas en todas partes. Pero las agencias de cooperación siguen rehusándose a darle la venia al uso de DDT. En lugar, las agencias presionan porque se usen redes contra mosquitos en las camas y drogas más baratas como el CQ y el SP, lo que permite que las agencias de cooperación traten a muchos más pacientes.

Desgraciadamente, la resistencia de la malaria a esas drogas está creciendo. El CQ y SP sólo funcionan un 25 por ciento de las veces y en sólo algunos países. Como resultado de la creciente resistencia a la droga, los niños de países dependientes de la ayuda, como Mozambique y Tanzania, mueren en números muchos más altos de lo que tendría que ser.

La prohibición sobre el uso de DDT también afecta a nuestras tropas en Irak. El gobierno estadounidense no permitirá el uso de DDT en ese país en el que los mosquitos traen el “divieso de Bagdad,” una enfermedad debilitante que ha infectado, confirmadas, a 600 tropas. El número estimado de tropas estadounidenses a ser infectadas está en los miles. Oficiales iraquíes han pedido el pesticida, diciendo que el uso cuidadoso en áreas limitadas reduciría los contagios, pero las autoridades norteamericanas insisten en que no pueden usarlo.

La ideología, medioambiental o de la que sea, no debería tener lugar en la determinación de las estrategias de control de la malaria. Los países en desarrollo necesitan ser libres de usar cualquier tecnología y medicamento que sean apropiados para sus niveles de desarrollo. La mentalidad anti-DDT de las agencias internacionales de ayuda elimina opciones vitales para países pobres, dejándolos pobres y malsanos. Un pensamiento equivocado sobre el DDT está matando africanos de a miles—cerca de 10 murieron en el tiempo que usted se tomó para leer esta columna.