La globalización no es la causa del 9/11
por Brink Lindsey
Brink Lindsey es vicepresidente de investigaciones del Cato Institute, es autor de The Age of Abundance: How Prosperity Transformed America's Politics and Culture, de próxima publicación por Harper Collins.
No sorprende que la izquierda culpe a la globalización de los ataques del once de septiembre, pero, ¿cuál es la excusa de David Held? Held es un intelectual prominente y respetado en temas de globalización que enseña en la London School of Economics. Sin embargo, en un artículo reciente publicado en la revista electrónica openDemocracy, opina que "En nuestra era global, moldeada por imágenes de televisión y nuevos sistemas de información, la vasta desigualdad de oportunidades encontrada en muchas regiones del mundo alimenta un frenesí de rabia, hostilidad y resentimiento... Si no se intenta anclar a la globalización en principios de justicia social, no habrá una solución duradera a la clase de crímenes que acabamos de ver".
Por Brink Lindsey
No sorprende que la izquierda culpe a la globalización de los ataques del once de septiembre, pero, ¿cuál es la excusa de David Held? Held es un intelectual prominente y respetado en temas de globalización que enseña en la London School of Economics. Sin embargo, en un artículo reciente publicado en la revista electrónica openDemocracy, opina que "En nuestra era global, moldeada por imágenes de televisión y nuevos sistemas de información, la vasta desigualdad de oportunidades encontrada en muchas regiones del mundo alimenta un frenesí de rabia, hostilidad y resentimiento... Si no se intenta anclar a la globalización en principios de justicia social, no habrá una solución duradera a la clase de crímenes que acabamos de ver".
Tenemos también a Robert Kaiser, editor asociado de The Washington Post quien escribió en septiembre que "en la aldea global los pobres saben lo pobres que son, y qué tan mejor están los ricos. Los pobres ingeniosos no van a aceptar su status de manera pasiva, sino tratarán de cambiarlo; millones de ellos han buscado ese objetivo entrando a escondidas a los Estados Unidos como los que perpetraron los ataques de la semana pasada. Ellos, por supuesto, pertenecen a una categoría distinta, la de los agraviados que se rehúsan a tragarse sus agravios".
Aquí, entonces, está el argumento no histérico de la culpabilidad de la globalización. La diseminación mundial de las fuerzas del mercado ha producido ganadores y perdedores-no sólo dentro de los países sino también entre ellos. En el mundo musulmán habitan muchos de los perdedores, y añadiendo insulto a la injuria, la tecnología de las comunicaciones se encarga de bombardear constantemente a los de abajo con imágenes de los de arriba. Con razón nos odian.
Claro, es cierto que muchos de los países en el mundo musulmán son desastres económicos. De acuerdo con estadísticas recabadas por el historiador económico Angus Maddison de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD por sus siglas en inglés), el ingreso promedio per cápita declinó entre 1985 y 1998 en Irán, Irak, Jordania, Qatar, Arabia Saudita, Siria, los Emiratos Árabes Unidos y Yemen. En contraste, se alzó en un 30 por ciento en Uruguay, 90 por ciento en Chile y se duplicó en China, Tailandia y Corea del Sur. Ese declive absoluto y relativo sin duda alimenta los sentimientos de desesperanza y hace más atractivo el fanatismo.
Pero el argumento se cae al culpar a la globalización de las desventuras económicas de los países musulmanes, pues el hecho triste es que mientras las fuerzas de mercado liberadas recientemente han fomentado sin duda cambios dramáticos alrededor del planeta (más que nada positivos), un lugar en el que no han fomentado cambios dramáticos, ni siquiera substanciales, es en el mundo islámico. Con la excepción de algunos países-Turquía, Malasia, Indonesia y algunos países del Golfo Pérsico-la mayoría de las naciones árabes se han mantenido alejadas de la integración económica internacional, con barreras altamente restrictivas al comercio frenan el flujo de bienes, servicios y capital.
La globalización tampoco ha reorganizado a estos países internamente; controles internos penetrantes impiden la competencia mientras la infraestructura institucional sobre la que dependen los mercados permanece patéticamente subdesarrollada. Casi todos los países árabes se han mantenido más o menos inmunes a la destrucción creativa de la globalización; viven en un auto-exilio de la nueva economía global. En otras palabras, no es la globalización lo que impulsa a Al Qaeda, sino su opuesto, pues si los retos de adaptarse a la integración económica global son desalentadores, palidecen en comparación a las frustraciones de vivir en el difunto y desacreditado pasado colectivista.
Afganistán, Argelia, Irán, Irak, Libia, Arabia Saudita, Sudán, Yemen y Siria están bajo el microscopio en estos días por sus conexiones con el terrorismo islámico. Adivine qué más tienen en común. Ninguno pertenece a la Organización Mundial del Comercio, que con 142 miembros está lejos de ser un club exclusivo, y ese es sólo un síntoma de su desligue económico. El Informe Anual de la Libertad Económica en el Mundo del Fraser Institute (co-publicado por el Cato Institute) clasifica a más de 100 países en base a la apertura de su comercio y de sus políticas de inversión. De acuerdo con el índice de apertura al comercio presentado en el reporte del 2001, Pakistán, Bangladesh, Siria, Argelia e Irán, están en el quintil más bajo de los países estudiados. Ni un solo país árabe o sudasiático entra a la mitad superior de la lista. (Omán, número 59 entre 109 países, es el más alto de la región.) Afganistán, Irak, Libia, Yemen, Arabia Saudita y Sudán ni siquiera se incluyen en el reporte por la falta de datos confiables.
Si bien el petróleo provee un vínculo económico entre algunos países del Medio Oriente y el mundo externo, el resto formas de comercio transnacional son prácticamente inexistentes. En Egipto y Sudán, las exportaciones equivalen a aproximadamente un dos por ciento del producto interno bruto; en Pakistán y Bangladesh es apenas un tres por ciento. Como punto de comparación podemos tomar otros mercados emergentes, como México y Tailandia, en donde las exportaciones excedieron el quince por ciento del PIB. La mayoría de los países musulmanes tampoco atrae inversión extranjera; según la OECD para 1998 sólo el dos por ciento de las inversiones directas americanas ocurría en África y el Medio Oriente. Los números para el Reino Unido, Japón, Francia y Alemania son similares.
Claro que la globalización es más que simplemente comercio e inversión, también significa liberalización económica doméstica-el movimiento mundial de modelos económicos estatales a políticas de mercado-es decir, estabilización macroeconómica, privatización de industrias estatales, eliminación de controles de precio y de entrada, y la reforma de instituciones legales. Y también en este sentido se han aislado los países musulmanes. Desde su independencia, colectivismo de una u otra clase ha dominado la política económica en el mundo islámico. En Egipto, Siria, Irak y Libia, el "socialismo árabe" ha sido la ideología dominante. En Irán la Revolución Blanca del Shah Mohammad Reza Pahlavi fue seguida por la Revolución Islámica del los ayatollahs, y en el proceso los controles del gobierno sobre la vida económica crecieron aún más. Mientras la década pasada ha sido testigo de movimientos tentativos por parte de algunos países-Egipto, por ejemplo-hacia una reforma económica, el legado colectivista permanece casi intacto.
Considere dos indicadores básicos de la participación estatal en la economía doméstica: la importancia relativa de las empresas gubernamentales y los controles de precios. El informe de la Libertad Económica en el Mundo califica a los países en una escala de 0 a 10 de acuerdo con ambos criterios, de manera que calificaciones de 6, 8 y 10 indican ambientes con más orientación de mercado mientras 4, 2 y 0 identifican a países con más control y propiedad gubernamental. De trece países encuestados, Argelia, Bahrein, Bangladesh, Egipto, Irán Jordania, Kuwait, Marruecos, Omán, Pakistán, Siria, Tunes, y los Emiratos Árabes Unidos, sólo el último obtuvo calificaciones pro-mercado (6 en empresas y 8 en control de precios), Más del 80 por ciento de las calificaciones fueron de 4 o menos.
La Globalización es un proceso complicado, y en algunos casos, perturbador, pero no puede explicar el extremismo islámico porque no ha tocado al mundo islámico. Es más, esto es parte del problema. Al expandirse los mercados pueden traer tormento, pero también traen oportunidad y esperanza-cualidades que no existen en muchos países musulmanes. Las una vez brillantes promesas de la modernización planeada centralmente se han desvanecido y no hay ahora una visión de progreso con peso. En ese ocaso de desesperación la tentación de rechazar la modernidad se vuelve cada día más atractiva.
Traducido por Constantino Díaz-Durán para Cato Institute.