La filantropía no es una obligación, sino un admirable gesto

Por Tibor R. Machan

Nadie duda que Bill Gates es un genio en todo lo referente a programas y mecanismos de computación; su trabajo e inventiva me han beneficiado a mí y a millones de personas alrededor del mundo. Pero en días pasados, cuando Bill Gates anunció que se retirará del trabajo cotidiano en Microsoft dentro de un par de años, lo hará para dedicarse a “devolverle a la comunidad”. ¿Qué es eso? ¿Acaso le robó a alguien y ahora tiene que reintegrar lo hurtado?

La gente que se enriquece generalmente no lo logra robándole a los demás, sino ofreciendo lo que han creado, inventado, diseñado o producido. Cuando Picasso pintaba sus cuadros y los vendía por altas sumas de dinero, él no le estaba robando a nadie. Cuando Shakespeare o Arthur Miller escribían sus obras teatrales y ganaban dinero con ello, no estaban robando. Asimismo, cuando Bill Gates revolucionó el mundo de la computación con sus inventos, la gente gustosamente los compraba y se beneficiaban utilizándolos. El no le confiscó la riqueza a nadie, por lo que no tiene nada que “devolver”.

No estoy criticando la voluntad de Gates de ayudar a millones de pobres y enfermos en el Tercer Mundo. Su generosidad es admirable y debe ser apreciada no solamente por quienes reciben beneficios sino también por otros que quisieran pero no pueden ayudar a esa gente.

Pero nada de eso tiene que ver con “devolverle a la sociedad”, a la comunidad, a la humanidad o al mundo entero. Tal idea es una reliquia perversa de la teoría reaccionaria de que cuando alguien obtiene una utilidad en el comercio otro está perdiendo. A eso lo llamaba Karl Marx “explotación” y la propaganda marxista ha sido tan exitosa que no sólo los enemigos del capitalismo sino que muchos grandes capitalistas la creen.

El término “explotación” tiene dos sentidos. Uno significa aprovecharse injustamente de alguien, como en el caso de que haga mucho frío y solamente una persona tiene cobijas, de lo cual se aprovecha para exigir precios exorbitantes por ellas. Pero si yo tengo hambre y entro a un restaurante, donde me sirven un almuerzo que luego me cobran, se trata de un intercambio donde todos salimos ganando. Si a usted le gusta la música clásica y paga la entrada al teatro para oír a una gran orquesta sinfónica, usted está explotando la habilidad de los músicos y ellos explotan su interés en la buena música.

En ese sentido, Bill Gates explotó el hecho de que tantas personas quisieran hacer uso de sus productos y todas esas personas explotaron el hecho que a él le interesaba mucho su trabajo. No hay nada malo en ello. Por el contrario, es algo admirable cuando alguien busca mercadear sus habilidades y logra ofrecer a sus clientes lo que necesitan, logrando también hacerse rico en el proceso.

En tales circunstancias no hay nada que “devolver”. Bill Gates no se convirtió en el hombre más rico del mundo porque los políticos en Washington nos obligaron a comprar sus productos, sino porque decenas de millones llegamos a la conclusión que nos convenía hacerlo y les sacamos provecho.

Otro punto negativo de lo que dice Gates es que se puede interpretar en que la generosidad y la filantropía es cosa de ricos. Ganaron mucho y ahora están “devolviendo” parte de eso. Entonces los demás que no tenemos fortunas que “devolver” no tenemos tampoco que preocuparnos por los más necesitados. Esa también es una posición equivocada. La generosidad es algo que debiera ser cultivada por todos. El alegato de Gates de que él tiene una obligación especial en “devolver” tiende a hacer pensar equivocadamente a la gente común y corriente que la generosidad y la caridad son asuntos exclusivos de los ricos.

Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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