La externalidad del genio
Alfredo Bullard indica que gracias a la tecnología y a un marco institucional adecuado hemos desarrollado una calidad de vida muy superior.
Por Alfredo Bullard
Imagínese la vida de nuestros antepasados. En la prehistoria vivíamos en grupos pequeños, de alrededor de 40 individuos. Competíamos con otros grupos y con otras especies, incluyendo predadores. No somos particularmente rápidos ni fuertes. En general, somos bastante vulnerables.
Pero nos hemos convertido en la especie más exitosa de todas. Poblamos todas las regiones del mundo. Sobrevivimos en cualquier clima o región del planeta: desde selvas agresivas, desiertos agrestes o fríos perpetuos. Y somos la única especie que ha sido capaz de sobrevivir en el espacio exterior, incluyendo la luna.
Gracias a la tecnología que hemos desarrollado sabemos volar mejor y más rápido que el más sofisticado de los pájaros, y podemos atravesar el mar o sumergirnos en él mejor que cualquier pez. Podemos alcanzar velocidades que dejan como tortugas al más rápido de los animales. Somos el predador más eficaz de todos y hemos llegado a domesticar infinidad de especies. Rara vez somos víctimas de algún predador. Si ello ocurre, lo consideramos un lamentable accidente.
Hemos multiplicado nuestra expectativa de vida varias veces. Vivimos en ciudades con tecnologías que hacen innecesario salir a buscar agua, fuego o alimentos. Ellos vienen a nuestras casas.
¿Cómo hemos llegado a ser tan exitosos? Es difícil explicarlo. La evolución biológica explica una parte. Pero es una explicación muy incompleta.
En las cavernas, el desarrollo de un lenguaje sofisticado fue un primer paso para salir de ellas. Nos permitió intercambiar experiencias e información con bastante detalle. Se aceleró nuestro proceso de aprendizaje. Luego la pintura rupestre y mucho después la escritura nos permitieron grabar ese conocimiento e intercambiarlo con otras personas y, más importante, con otras generaciones. La invención del papel le dio movilidad a esa información y la de la imprenta lo masificó generando el estallido científico y cultural que llamamos Renacimiento.
Hace 200 años, el proceso se aceleró en una espiral que nos hizo pasar de la suma a la multiplicación del conocimiento y su difusión. Telégrafos, teléfonos, radio, televisión, computadoras, Internet, microchips, fueron los detonantes de un proceso de beneficios de impredecible magnitud.
Si usted vive en un grupo de 40 personas, la posibilidad de que en ellas haya un genio es menor que si estuviera en un grupo de 80, y mucho menor que en un grupo de un millón. Los genios descubren cosas que benefician a todo el grupo al que pertenecen. Generan una externalidad positiva. Quien descubrió el fuego generó un beneficio a todos y no solo a él. Pero la posibilidad de que el fuego se descubra en mi comunidad depende del tamaño de esa comunidad y de la posibilidad de interacción con todos sus miembros.
Ello va más allá de tener tecnología y conocimiento. Requiere la posibilidad de intercambio. Y el intercambio requiere ciertas instituciones. Se necesita definir qué derechos se van a intercambiar y que existan contratos que sustenten la obligatoriedad de los compromisos asumidos, de manera que el conocimiento sobre el fuego y sus derivados pueda ser vendido y usado por otros.
No es casualidad que el disparo del desarrollo hace 200 años se dé en paralelo al reforzamiento de la propiedad y los contratos como los conocemos y la creación de la sociedad anónima, el instrumento legal que permitió separar el riesgo del negocio limitándolo al aporte, permitiendo que gente con ideas pero sin dinero obtenga el dinero para desarrollarlas.
¿Qué nos convirtió entonces en una especie tan exitosa? La capacidad de interactuar eficazmente en grupos cada vez mayores. Son los intercambios los que traen el desarrollo. O en palabras de los premios Nobel de Economía Ronald Coase y Douglass North, la capacidad de reducir los llamados costos de transacción, que son los costos de interactuar con los demás.
Una expresión de ello es el libre comercio (por eso Trump está tan equivocado). Hoy una combinación de institucionalidad contractual y tecnología me permite comprar cualquier cosa de cualquier lugar en Amazon o producirlo con una impresora 3D en mi casa.
Finalmente, somos exitosos porque hemos desarrollado la capacidad de interactuar en una comunidad de 7.400 millones de personas donde un genio con una buena idea (la cura de una enfermedad, el viajar a Marte o un automóvil volador) puede beneficiar a todos y no solo a 40 personas.
Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 21 de marzo de 2017.