La estatización de la movilidad social

Rafael Rincón-Urdaneta Zerpa afirma que "Estatizar la movilidad social mediante políticas de infinito número y tipo —gratuidad de la educación, proteccionismo laboral, bonos y asistencialismo paternalistas— es fatal. Mina la eficiencia y la sensatez administrativas y subyuga la vitalidad, la creatividad y la motivación, así como desincentiva el trabajo y el emprendimiento".

Por Rafael Rincón Urdaneta-Zerpa

A Kenneth Minogue (1930 – 2013)

“Estatizar la movilidad social” es una especialidad de la izquierda. La expresión entrecomillada la debo a Kenneth Minogue en Ability: The key to social mobility. La tentación por estatizar hasta el modo de caminar de las personas, canjeando libertad por seguridad y malos servicios, es angustiosamente popular. Peor aún: cortar las alas a quienes alto vuelan y practicar tiro con los emprendedores se ovaciona con escalofriante entusiasmo.

Se apela a una sospechosa noción de “justicia” y al mito según el cual las mejores sociedades son las más igualitarias, obviando que muchas de ellas han sido y son pobres, atrasadas y oprimidas. Asimismo, se supone que la movilidad social y la superación personal no son obra de la inteligencia y del trabajo, del talento y del esfuerzo, sino de injusticias, accidentes, privilegios, malsana codicia o abusos. Solo suertudos, favorecidos, explotadores y pillos se elevan sobre la masa. Los demás son manipulados y sometidos por un sistema que concentra riqueza y les mantiene en mazmorras para garantizar mano obrera y servidumbre para los ricos. Los más ingenuos creen que todas las personas son responsables, esforzadas, honradas y capaces y que la superación se estimula mediante la acción estatal.

No discutiré la idealización de las naciones más igualitarias porque no hay testimonio como el de desertores y balseros cubanos que reman hacia el paraíso de la desigualdad capitalista y nunca en sentido contrario. Y comparar Corea del Norte y la ex Alemania Oriental con Corea del Sur y la ex Alemania Occidental es una necedad. Además, los costosos e ineficientes estados de bienestar europeos son elocuentes.

Insistiré, sí, en que las personas destacan, principalmente, por las capacidades y el esfuerzo personal que tantos de sus pares no manifiestan, reconociendo dos cosas: que el azar y la virtud pueden jugar en equipo o chocar entre sí y que, en este imperfecto mundo, el trabajo y la inteligencia no siempre son recompensados como quisiéramos. Y añado que el ascenso social puede ganarse con las más excelsas cualidades, pero también con vicios ruines y miserables.

En efecto, muchas personas enfrentan adversidades odiosas que sabotean sus proyectos —incluyo las acciones malintencionadas de terceros—, pero también sonrientes jugarretas de la fortuna. Y las actitudes y aptitudes valiosas son clave, tanto para salir de atolladeros como para aprovechar oportunidades. Igualmente es verdad que las malas mañas han hecho rico y famoso a más de uno. Sin embargo, hay triunfadores genuinos y de bien. Jamás será el Estado capaz de resolver los problemas de cada quien ni es conveniente y justo que trate a las personas como ineptos y tontos sin cura. O que redistribuya la riqueza de los más productivos en nombre de una solidaridad forzada.

Estatizar la movilidad social mediante políticas de infinito número y tipo —gratuidad de la educación, proteccionismo laboral, bonos y asistencialismo paternalistas— es fatal. Mina la eficiencia y la sensatez administrativas y subyuga la vitalidad, la creatividad y la motivación, así como desincentiva el trabajo y el emprendimiento. Y suele fomentar la dependencia. Esto no niega la eventual conveniencia de ciertos programas sociales, considerando sus beneficiarios y objetivos, así como las circunstancias.

En “Civilización: Occidente y el resto”, Niall Ferguson cuenta cómo el individualismo, la competencia, la ética del trabajo, el interés propio, la creatividad y la responsabilidad propulsaron a una civilización entera hacia las estrellas. Así, el desprecio por esos factores es el temible peligro de nuestros tiempos. Por eso urge rechazar el chantaje igualitario que demanda entregar nuestras vidas al Estado a cambio de “armonía social” y de una “justicia” que sanciona la individualidad, el ímpetu creador y la ambición. Promover la mediocridad con idealismos y complejos colectivistas de culpa es una irresponsable idiotez indigna de indulgencia y un insulto contra la gente productiva.