La estabilidad financiera según el FMI
Iván Alonso afirma que "En todo orden de cosas, la gente suele reaccionar de una forma que lleva a resultados distintos de los que esperaban los reguladores. La regulación financiera no es una excepción".
Por Iván Alonso
En una entrevista periodística publicada el último domingo, Christine Lagarde, directora gerenta del Fondo Monetario Internacional, encomia a los reguladores bancarios del mundo por haber establecido requerimientos más estrictos de capital, lo cual debería contribuir a la estabilidad financiera. Una visión, para ser justos, compartida por gran parte de la comunidad financiera y de la academia. Lo que no queda del todo claro en la mente de este economista desregulado es de qué manera una mayor exigencia de capital reduce el riesgo de que los ahorristas no puedan recuperar sus depósitos, que es, si no la única, la principal razón para preocuparse por la estabilidad financiera.
Supongamos que el regulador le ordena a un banco que aumente su capital. Los accionistas cumplen con hacer un aporte. Pero ¿qué es exactamente lo que aportan? Podrían, por ejemplo, aportar inmuebles, que el banco después utiliza para trasladar allí las agencias que funcionan en locales alquilados. Más inmuebles en el lado izquierdo del balance implican más capital en el lado derecho. ¿Sirve ese capital para devolver a los ahorristas sus depósitos, en caso el banco no pueda recuperar la totalidad de los préstamos que ha otorgado? No, a menos que se puedan vender los inmuebles rápidamente sin tener que bajarlos de precio.
El regulador indudablemente preferiría que el aporte se hiciera en efectivo. Pero eso no resuelve el problema. Un aporte en efectivo significa que el banco puede hacer más préstamos y también, por lo tanto, que puede perder más plata. Su capacidad para responder por los depósitos del público no necesariamente será mayor de lo que hasta entonces había sido. El regulador tendrá que exigir que el aporte quede inmovilizado en la bóveda, con el objeto de que haya más capital para el mismo volumen de préstamos. Pero, para mantener su rentabilidad, los bancos tratarán de cambiar la composición de su cartera, reemplazando los préstamos menos riesgosos por otros más riesgosos, que son los que pagan las tasas de interés más altas.
En todo orden de cosas, la gente suele reaccionar de una forma que lleva a resultados distintos de los que esperaban los reguladores. La regulación financiera no es una excepción.
Hay una presunción de que los dueños de los bancos no pondrán por propia voluntad todo el capital necesario para aislar a sus depositantes de las pérdidas crediticias; o que asumirán riesgos excesivos para el capital con que cuentan. Pero en esto no tienen por qué ser diferentes a los demás empresarios. No quieren conscientemente perder su negocio por una acumulación de malas deudas que lo descapitalicen completamente. No quieren tampoco arriesgar las utilidades futuras por una ganancia de corto plazo.
Decir que los bancos deben tener como mínimo un capital equivalente al 8% o al 10% o a cualquier otro porcentaje de sus préstamos es esencialmente una cuestión subjetiva. Parte de una idea acerca de la frecuencia con la que sus clientes no estarán en capacidad de pagar sus deudas y de cuánto consideren recuperable mediante la ejecución de sus garantías. Una idea basada ya sea en la experiencia o en la confianza sobre su proceso de evaluación crediticia. Y, con todo respeto, no creemos que los reguladores, en general, estén mejor informados o motivados para decidir cuánto riesgo debe asumir un banco.
Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 9 de octubre de 2015.