La dolarización no es utopía, es sentido común
Agustín Etchebarne dice que la dolarización facilitaría la realización de otras beneficiosas reformas estructurales que requiere la economía argentina, la protegería de corridas bancarias y de un nivel alto de inflación que no han logrado controlar en ocho décadas.
Recientemente, diversos artículos en Ámbito han iniciado un bienvenido debate sobre la dolarización al que quiero hacer mi aporte tratando de aclarar el tema.
No es casualidad que haya vuelto a proponerse el tema, ya que la Argentina el año pasado tuvo un 48% de inflación minorista, 73% de inflación mayorista, y más de 100% de aumento del tipo de cambio del dólar. Con un promedio de inflación anual de 53% desde que se creó el Banco Central de la República Argentina (BCRA), el país ya cambió cinco signos monetarios y sacó 13 ceros a la moneda. Cada cero restado reconoció el robo del 90% de los ahorros del poder adquisitivo de la moneda en la que ahorran los más pobres y menos informados. Pensemos que desde la salida de la convertibilidad el peso falsificado perdió nuevamente más del 97% de su valor.
Una crítica frecuente a la dolarización es que sólo se aplica en países de cuarto orden: Panamá, Ecuador y el Salvador. Sin embargo, la tendencia mundial de las últimas décadas es hacia monedas ancla, por ejemplo, hay 19 países europeos que abandonaron sus monedas nacionales y adoptaron el Euro. Y el gobierno chino pretende que el Yuan se convierta en moneda ancla, así como el gobierno de EE.UU. pretende lo mismo con el dólar. El Premio Nobel Robert Mundell es uno de los que defiende esta idea de tener tres o cuatro monedas “ancla” a nivel mundial, o incluso una única como fue el oro y la plata durante muchos siglos. Mundell explica que los bancos centrales solo tienen un siglo de existencia y una mala performance si se compara con los siglos anteriores. Pero el caso argentino es patético, el BCRA es uno de los tres peores del mundo. Si para alguien sirve la dolarización es precisamente para los países de cuarto orden que no han sido capaces de contener la inflación durante ocho décadas, porque seguimos encerrados en un pensamiento mágico donde muchos creen que la inflación es un fenómeno multicausal, y no un fenómeno exclusivamente monetario
Hay quien argumenta la inconstitucionalidad de la dolarización. Sin embargo, el artículo 75 de nuestra Carta Magna establece las facultades que tiene el Congreso Nacional, entre ellas, el artículo 6 la de “establecer y reglamentar un banco federal con facultad de emitir moneda, así como otros bancos nacionales”. Tener la facultad implica tener un derecho, una autorización. Ninguna de las acepciones de la palabra “facultad” significa tener una obligación.
Cuando hablamos de dolarización y competencia de monedas, estamos reconociendo que el peso falsificado ha perdido su condición de moneda. Ya no sirve como reserva de valor, ni como unidad de cuenta, ni siquiera como medio universal de cambio. El instrumento para dolarizar y al mismo tipo de cambio de mercado sería un tratado monetario con EE.UU. En este acuerdo se podría establecer el mecanismo para cambiar los pesos por los dólares, es decir, hacer un swap (crédito mediante un canje de monedas propias), como se hace con los chinos, pero con la obligación por parte de la Argentina de limitar la emisión de nuevos pesos a la proporción de la emisión de dólares que efectúe la Reserva Federal, de modo que Argentina compartiría el señoreaje (o bien un porcentaje establecido que podría ser el índice de inflación minorista de los EE.UU.). Es decir, el swap se iría incrementando al ritmo de la inflación americana. Se cancelaría el swap chino, que ya no sería necesario, y se reemplazarían todos los pesos por dólares. Podría aprovecharse para cancelar las LELIQ emitiendo pesos, que también serían convertidos a dólares aprovechando el fuerte crecimiento de la demanda de dinero que naturalmente ocurriría al restablecer una moneda sana.
El lector puede preguntarse por qué EE.UU. estaría dispuesto a un tratado de esta naturaleza. La respuesta está en los trabajos de Robert Mundell, pero además Larry Kudlow, director Del Consejo Económico Nacional de los EE.UU., afirmó explícitamente que esto es lo que debería hacer la Argentina. El tratado con EE.UU. puede ser mucho más amplio, para alcanzar al mismo tiempo el libre comercio, y una alianza más importante que, por ejemplo, implique renegociar con China el establecimiento su base cívico militar instalada en la Patagonia y transformarla en una base de cooperación civil plurinacional que incluya a los EE.UU., de manera que deje de ser un blanco estratégico en caso de una guerra mundial.
El riesgo país se debe al alto gasto público, al déficit fiscal, el aumento de la deuda, la falta de previsibilidad en la seguridad jurídica y la inestabilidad monetaria, que en Argentina ha sido un drama histórico. Con la dolarización este último factor de incertidumbre desaparece y mejora la percepción sobre el futuro; lo cual incrementa el financiamiento local y la propensión a consumir e invertir, mejorando la economía en el corto plazo. Un mayor nivel de actividad facilitaría hacer el resto de las reformas que por supuesto son imprescindibles para evitar un default al que la Argentina se dirige. La falsificación del peso no evitó ninguno de los defaults anteriores. La dolarización sería un catalizador para realizar la reforma del Estado, para bajar el gasto, y reducir los impuestos, además del resto de las reformas; como las laboral, previsional, la mega desregulación y la apertura económica.
Otro argumento en contra de la dolarización es que la Argentina sufriría los aumentos de tasa de interés internacional llevándola a entrar en recesión, porque no podríamos devaluar la moneda argentina lleva cinco recesiones en diez años con una moneda que perdió más del 95% de su valor. Mientras el último año con caída del PBI en un país dolarizado como Panamá fue en 1988. El Salvador tuvo una sola recesión desde 1990. Y aún Ecuador con presidentes populistas tuvo solo tres recesiones en este siglo, contra seis de la Argentina.
Hay que comprender que devaluar no es ninguna solución verdadera, no es otra cosa que reducir los salarios reales y transferir dineros de pobres a ricos (de asalariados a dueños de empresa), sin aumentar la productividad.
En un esquema de dolarización no hay fuga de capitales, como explica Jorge Ávila. Sea con un sistema de Banca Simmons o un sistema bancario a la panameña, no hay corrida contra el sistema bancario. Aún en el caso de un default de deuda, los bancos se mantendrían sólidos. En el sistema panameño, se habilitan sucursales de los bancos extranjeros siendo sus casas matrices responsables de la liquidez de los mismos. Uno tendría el derecho a litigar en EE.UU. si JP Morgan o Citibank no pagara sus obligaciones en Argentina, y si la Argentina defaultea sus bonos no sería excusa porque son diferentes personas jurídicas. Los bancos nacionales pueden ir a un sistema de tipo Simmons, o bien, contratar un seguro de liquidez o asociarse con un banco extranjero.
Obviamente, para ser un país que se desarrolla se requiere algo más que una economía dolarizada, hay que hacer el resto de las reformas para que sea una economía muy flexible y competitiva. El punto es que la dolarización es expansiva y facilita hacer el resto de las reformas, si el próximo gobierno se anima a hacer un cambio verdadero.
Este artículo fue publicado originalmente en Ámbito (Argentina) el 13 de febrero de 2019.