La desigualdad y la envidia

Deepak Lal dice que "El tratado del profesor Piketty finalmente está basado en la envidia. Sin embargo, como Friedrich von Hayek notó, este defecto humano no es uno que la sociedad libre pueda eliminar, pero 'es probablemente una de las condiciones esenciales para la preservación de dicha sociedad que no consintamos la envidia'".

Por Deepak Lal

En septiembre, mi esposa y yo visitamos Indo-China. Después de ver las glorias de los parcialmente restaurados templos hindúes de Angkor Wat, viajamos por el Río Mekong desde Siem Reap hasta Saigón, haciendo varias paradas —incluyendo a Phnom Penh— en el camino. Había una característica impresionante en los camboyanos que conocimos que podían hablar inglés: tenían alrededor de la misma edad que nuestra hija, nacida en 1980. Había visto un fenómeno similar cuando visité por primera vez China en 1985 como invitado de la Academia de Ciencias Sociales de China: la distribución etaria de los académicos chinos era bipolar. O eran muy jóvenes (recién salidos de sus estudios post-universitarios) o eran muy viejos, y habían regresado de las granjas de cerdos a las que habían sido enviados durante la Revolución Cultural, cuando la generación intermedia se había convertido en los Guardias Rojos sin educación.

En nuestras paradas visitamos los espeluznantes museos de los Cráneos de Golgotha, dejados por Khmer Rouge y la notoria prisión secreta y el centro de exterminación en el Museo Tuol Sleng de Genocidio, donde los archivos de torturas y asesinatos de alrededor de 14.000 camboyanos educados son presentados de manera gráfica. Ben Kiernan (en el régimen de Pol Pot) detalla cómo el régimen de Pol Pot vaciaba ciudades, abolía el dinero, ponía a todos a trabajar en los campos, separaba a las familias, alimentaba con avena a los trabajadores en los salones comunales para satisfacer objetivos irrealistas de exportaciones de arroz, aplastaba los cráneos de profesionales educados y de intelectuales (para igualar el capital humano o “las desigualdades de status”—ver abajo), y forzó los matrimonios masivos con los discapacitados y los “feos” (muy al estilo del “enfoque en las capacidades” que tiene Amartya Sen cuando se trata de la igualdad). Esta fue la más extrema Utopía socialista: un estado agrario de esclavos en el que todas las desigualdades, incluso aquellas heredadas, habían sido abolidas. El régimen bien podía decir en un documento secreto en 1975 que “comparado con las revoluciones en China, Corea y Vietnam, estamos adelantados por 30 años”.

Mientras viajábamos hacia el sur por el Río Mekong y visitábamos los restos de esta pesadilla socialista, también estuve leyendo el libro de última moda, el tomo neo-Marxista de Thomas Piketty El capital en siglo XXI y experimenté una tremenda sensación de dejà vu. Dado que a mediados y fines de los setenta, cuando había habido un gran interés en las cuestiones del ingreso y la distribución de la riqueza, escribí dos artículos de reseña: “Distribución y desarrollo” (World Development 4 (9) 1976) comentando una serie de libros acerca de países desarrollados y en desarrollo, incluyendo el volumen del Banco Mundial titulado Redistribution and Growth, que era co-escrito por Hollis Chenery y otros, incluyendo Montek Singh Ahluwalia; y una reseña del estudio de John Roemer, “A General Theory of Exploitation and Class” (en el Journal of Economic Behavior and Organization, 1986). En el primero, había argumentado que este nuevo interés en cuestiones de distribución era el resultado de la crisis política y económica en EE.UU. de mediados de los sesenta y principios de los setenta. Desde el surgimiento de la Unión Soviética, las democracias liberales de Occidente han sido plagadas por el posible conflicto entre los dos ideales de la Ilustración: la libertad y la igualdad. Durante la bonanza después de la Segunda Guerra Mundial, parecía que EE.UU. había establecido la Buena Sociedad, en la que los problemas residuales de conflictos de clase y grupo podrían resolverse fácilmente. Pero con el fracaso de los intentos tradicionales de resolver los problemas de la pobreza y de raza, el cuestionamiento de si el acceso igual a la educación podía reducir las desigualdades de oportunidades, y la exacerbación de los conflictos domésticos durante la guerra de Vietnam, las opiniones de la década anterior acerca del fin de la ideología y el conflicto en EE.UU. empezaron a parecer complacientes. Abordar los problemas de equidad parecía ser algo urgente.

Esto fue fortalecido por las presiones inflacionarias en gran parte de los países de la OCDE (Organización para Cooperación y el Desarrollo Económico), siendo percibidas estas como el resultado de una “constante guerra de todos contra todos” por una porción más grande del ingreso nacional. Pero el resurgimiento del monetarismo, la adopción parcial por parte de Margaret Thatcher y Ronald Reagan de políticas económicas propias del liberalismo clásico, y con la disolución de países con “el verdaderamente existente socialismo”, las décadas “Goldilocks” que vinieron después fueron vistas como “el fin de la historia”.

Pero la historia tiene su manera de repetirse. El Gran Colapso de 2008 —y los obscenos ingresos derivados de la búsqueda de rentas por parte de banqueros que esta expuso, y por la cual nunca fueron castigados— trajo a la superficie una vez más las preguntas acerca de la equidad. En columnas anteriores (“The case for ‘trickle-down’”, abril de 2013, y “Changing Class in America”, mayo de 2013), he abordado las afirmaciones de que una creciente desigualdad de ingresos y un endurecimiento de las distinciones entre clases amenazan el sueño americano. Estos escritos refutan algunas de las afirmaciones realizadas por el profesor Piketty y sus asociados acerca del futuro de las diferencias entre los ingresos en los países desarrollados.

En mi segundo artículo de reseña, había delineado la distinción que hacía el profesor Roemer entre la explotación feudal, capitalista y socialista. La primera se acaba una vez que los productores rurales reciben el pago por su producto marginal. La explotación capitalista se acaba “cuando no hay una dotación diferenciada de los bienes producidos”. Pero todavía habría explotación socialista debido a “las diferentes dotaciones de activos inalienables que tienen los productores” como sus habilidades. Él argumentó que incluso con el fin del feudalismo y del capitalismo, “si las habilidades y las necesidades realmente son inalienables, entonces esas formas de propiedad no pueden ser socializadas o eliminadas”.

El régimen de Pol Pot puso a prueba esto mostrando de manera espeluznante cómo la más extrema Utopía socialista podía ser alcanzada, siendo todos los seres humanos convertidos en prisioneros institucionales —con un supuestamente benévolo guardia dictando quién hace qué y quién obtiene qué.

El profesor Piketty no es partidario de una transformación así de radical del capitalismo. Pero es el énfasis en las desigualdades de riqueza, y su probable perpetuación, la nueva arruga que el libro del profesor Piketty le agrega al capitalismo. Él está particularmente en contra de la riqueza heredada, la cual él argumenta que no tiene mérito. Además, hace un llamado a un confiscatorio impuesto global sobre la renta, bajo el supuesto de que este es requerido para proveer la igualdad de oportunidad

Aquí, la discusión de Friedrich von Hayek sobre “La igualdad, el valor y el mérito” en el capítulo sexto de su La Constitución de la Libertad es pertinente. Como él muestra, la igualdad esencial requerida en una sociedad libre es la igualdad ante la ley. Esto reconoce que los individuos son muy distintos, pero que “la demanda de igualdad ante la ley significa que la gente debería ser tratada igual a pesar del hecho de que son diferentes”. Esto descarta cualquier distribución del ingreso o de la riqueza realizada por el Estado. Sobre la herencia, Hayek argumenta que no hay “mayor injusticia en que algunas personas hayan nacido con padres ricos que aquella que hay en que otros nacen con padres buenos o inteligentes. El hecho es que no es una menor ventaja para la comunidad si al menos algunos niños pueden empezar con las ventajas que en cualquier momento solo los hogares ricos pueden ofrecer que si algunos niños heredan una gran inteligencia o aprenden mejores morales en casa”.

Incluso la gobernadores de la Reserva Federal de EE.UU., Janet Yellen, quien también está preocupada con las crecientes desigualdades de riqueza (e ingresos) en ese país, ha notado que basándonos en la encuestra de la Fed acerca de las Finanzas del Consumidor “las herencias también son comunes entre los hogares por debajo del tope de la distribución de la riqueza y son de un tamaño lo suficientemente considerable como para jugar un papel en ayudar a estas familias en lo económico...Creo que los efectos de las herencias para la importante minoría debajo de los más ricos que reciben una son probablemente una fuente significativa de oportunidad económica”.

El tratado del profesor Piketty finalmente está basado en la envidia. Sin embargo, como Hayek notó, este defecto humano no es uno que la sociedad libre pueda eliminar, pero “es probablemente una de las condiciones esenciales para la preservación de dicha sociedad que no consintamos la envidia, que no aprobemos sus demandas disfrazadas de justicia social, sino que la tratemos, en las palabras de John Stuart Mill, como ‘la más anti-social y nefasta de todas las pasiones”.

Este artículo fue publicado originalmente en Business Standard (India) el 21 de noviembre de 2014.